Publio Daciano, prefecto de Roma
Publio Daciano, prefecto de Roma
Lo cierto es que la lista de muertes que se le atribuyen a Publio Daciano es considerable. Que existiera o no quizás sea lo de menos, lo importante es que en un momento de la historia alguien decidió que matar a los demás era la única solución para conseguir sus objetivos. Puede que sea la condición humana o puede que sea el atávico deseo de imponer por la fuerza nuestra autoridad y nuestras ideas sobre las de los demás. Entre las muertes ordenadas por Daciano están las de Cugat, Eulalia y Severo en Barcelona, las de los dieciocho mártires de Zaragoza, las de Justo y Pastor en Complutum (Alcalá de Henares), la de Leocadia en Toledo, las de Vicente, Sabina y Cristeta en Ávila, la de Eulalia en Emérita Augusta (Mérida), las de Bonoso y Maximiano en Arjona…
Se dice que existió, al menos así lo testifica, aunque un siglo después de los hechos ocurridos, el poeta hispanorromano Prudencio en su obra Peristephanon, una gran loa dedicada a los mártires de la Iglesia. Pero su existencia no es lo importante, lo realmente significativo es el gran número de muertes que provocó una ley pensada como solución ante el imparable auge del cristianismo en el imperio romano.
Parece ser que Publio Daciono fue un «praeses», un gobernador provincial, un prefecto romano que desarrolló su actividad en época del emperador Diocleciano (siglos III y IV). Personaje siniestro, contradictorio, inteligente, obediente al emperador y con aspiraciones de ascensos políticos. Puede que de aquí viniera su aversión por los cristianos: había que ganar puntos para conseguir sus objetivos.
El caso es que Roma confió en Daciano, le dio mando en la Tarraconense y le convirtió en el cruel brazo ejecutor en Hispania de los famosos edictos contra los cristianos. Pero, ¿por qué contra los cristianos?. Diocleciano no fue un mal gobernante de Roma. Buen administrador, inteligente y orgulloso del pasado de su gran nación. El orgullo de ser romano, el deseo de mantener las tradiciones de su pueblo, la necesidad de mirar al pasado buscando ejemplo, la urgencia de poner en marcha nuevas ideas para sostener lo que ya era insostenible, como aquella que buscaba hacer posible y viable la administración y el gobierno del gran imperio: la tetrarquía.
Quizá por todo ello Diocleciano no soportaba los cultos de origen foráneo, extraños al pasado de Roma, venidos de tradiciones orientales y que cada vez se propagaban con más fuerza entre todas las clases sociales. Y por ello no dudó en poner en funcionamiento la gran maquinaria legal del imperio contra los cristianos. Sus cuatro edictos acabaron provocando una de las persecuciones ideológicas y religiosas más crueles de la historia del imperio romano. En un principio se fue muy benevolente en la aplicación de los tres primeros edictos, y puede que esta fuera la razón, además de la actitud confiada y desafiante de los cristianos, por la que en enero o febrero de 304 se promulgó el cuarto edicto. Y con él llegaron miles de muertes. Afectó mucho más a la zona oriental del imperio que a la occidental, aunque en Hispania contó con el incondicional apoyo de Daciano.
Y es aquí donde comienza la historia del martirio de Justo y Pastor en Complutum, se dice que el 6 de agosto de 305.