Juan Manuel de León Merchante, un autor del S XVII en Alcalá de Henares

Juan Manuel de León Merchante, un autor del S XVII en Alcalá de Henares

Fue crítico, pícaro, receloso, enamoradizo, teólogo, poeta, dramaturgo, prosista… Sabemos que Juan Manuel de León Merchante (se le suele conocer también como Marchante) fue un autor polifacético, como tantos otros del siglo en el que le tocó vivir. Había nacido en 1626 (en algunas fuentes aparece como nacido en 1631), en Pastrana y en el seno de una familia bien situada entre los todavía poderosos Mendoza. Se le llegaría a conocer como Maestro León, puede que por la fama de su esmerada educación alcalaína y por los puestos que llegó a alcanzar. Estudió en el colegio menor complutense de Santiago, también conocido como de los Caballeros Manriques (situado en la calle de los Colegios), y llegó a alcanzar el título de maestro en Artes y Filosofía, consiguiendo ser capellán de su antiguo colegio universitario. En 1677, se ordenó sacerdote y llegaría a ser racionero en la iglesia Magistral de Alcalá de Henares. A lo largo de su vida alcanzó puestos como el de comisario de la Inquisición en Toledo, una canonjía en San Martín de Linis (Santander), sacristán mayor y capellán menor en la cárcel de San Marcos de León o capellán real. Su vida tuvo muy a menudo a nuestra ciudad como protagonista. Murió en 1680 en Alcalá de Henares y fue enterrado en su querida y famosa iglesia Magistral.

El Maestro León fue muy de Francisco de Quevedo, y hasta se le podría adscribir a la denominada corriente conceptista, que enfrentó a este tipo de escritores con los llamados culteranos. Llegó a escribir una décima laudatoria dedicada a Quevedo, cuando éste estaba en la prisión de San Marcos de León, y nunca ocultó su admiración por el gran escritor. Culto y popular a la vez, llegó a tener fama como poeta pícaro, ocurrente y hasta mal sonante, aunque también consiguió crear bellas muestras de poesía intimista de tipo religioso. Su obra, como su vida, reflejó esa dualidad que le llevó a escribir poesía religiosa de encargo para iglesias (como la de los Santos Niños) y conventos, a la vez que se zambulló en una poesía burlesca y pícara en la que sigue la huella de Quevedo. También se hizo célebre por sus villancicos, como el muy jocoso dedicado al auto de fe celebrado en junio de 1680. Como poeta profano escribió obras como la famosa «Relación de los toros de Meco», aunque sobre todo su popularidad creció debido a obras como “Un tuerto pidiendo a san Diego remedio para un ojo” o “A un novio impotente y calvo”.

Aquí les dejo un curioso romance del Maestro León dedicado a una tempestad, a la ermita de los Doctrinos y a la intercesión de San Diego, temas todos ellos muy populares en la cultura y la sociedad alcalaína desde el Siglo de Oro:

«A una tempestad grande, que hubo en Alcalá de Henares, y relámpago el día 19 de mayo de 1662, de la cual cayó un rayo en la Ermita del Christo de los Doctrinos, y dio en la Pila de Agua bendita. Invoca el auxilio de San Diego para conjurar las nubes con este Romance

A Conjuras estas nubes/ Le cito por esta Letra/ Señor San Diego, pues anda/ Siempre con la Cruz a cuestas,/De flema enfermizas vienen,/ Y al toser, con la violencia/ Nos hacen tragar saliva/ Cada vez que gargajean./ Conjurelas antenoche/ Más dabanme horrible brega./ Y yo, de texas arriba,/ Siento mucho sus culebras./ Con una Cruz en la mano/ Las santiguaba las secas,/ Más aunque las crucifiquen/ No serán ogaño buenas./ a cada cata la Cruz,/ De coléricas revientan,/ Y encendidas, como brasas,/ Fuego de Dios qual se sueltan/ A dejarla me resuelvo/ Porque no encuentro en conciencia/ Palabras con que obligarlas,/ Porque son unas troneras./ Negras brozales, no entienden/ De la campana la lengua/ Y en lo mucho que se vacían/ Dan a entender que son necias./ Hablarlas Latín, y serio/ es ociosa diligencia,/ Que vale con ellas más/ Aquel que nos badajea./ No me atreveré a volver/ A conjurar, porque echan/ Aquellas, como las llamas,/ Que los demonios las tientan./ Al Christo de los Doctrinos/ Se atrevieron desantentas,/ Bien haya yo, que no puedo/ Ni aún delante de Dios verlas./ La que se atrevió a la Ermita/ Fue una nube muy grosera,/ Cuando por boca de lobo/ Pudo atreverse en la Taberna./ Centella dicen saltó,/ Más que fue rayo es mi tema,/ Tan grandazo, que a las vigas/ Llegaba con la cabeza./ Rayo fue, digo otra vez,/ Y de superior grandeza,/ Porque por su pie a la Pila/ No le fuera una Centella./ Agusto del conjurar,/ Más quiere maña, que fuerzas/ Yo no lo entiendo, y recelo/ Tomarlo por donde quema./ Muéstralas, Diego, el Rosario/ Y corra por vuestra cuenta,/ Y lo que rezáis deshaga/ Lo que el Repertorio reza./ Y pues tan preñadas vienen,/ Disponed, por vida vuestra,/ que se vayan a parir.»

Puede que despechado ante un amor imposible, el de una prima suya monja comendadora de Santiago en Toledo, se convirtió en un maestro del género epistolar gracias a la peculiar correspondencia que mantuvo con la referida monja. Estas cartas forman un estupendo conjunto manuscrito de carácter en gran parte ficticio que, bajo el título de «La Picaresca», ha llegado hasta nosotros como una obra donde se mezclan referencias autobiográficas, amorosas y eróticas, algunas casi de carácter pornográfico, que no hacen sino reincidir en las contradicciones de una sociedad y de una persona que llegó a ser un cargo de la Inquisición.

Como autor teatral comenzó pronto y con obras laudatorias y dedicadas a acontecimientos importantes en su época. Ejemplo de este tipo de obras es el entremés «El Pericón», dedicado al príncipe Felipe Próspero (hijo de Felipe IV), o la «Mojiganga de los alcaldes», dedicada a la reina Mariana de Austria. Adquirió cierta fama como autor de comedias de enredo, como «No hay amar como fingir», y gracias a las dedicadas a temas religiosos o vidas de santos, como la muy alcalaína comedia titulada «Los dos hermanos san Justo y Pastor» (escrita en colaboración con el jesuita Diego de Calleja), aunque si por algo pasó a la posterioridad fue por su capacidad como autor de piezas breves. Aplaudidas, reídas y disfrutadas en los entreactos de las obras representadas en los corrales de comedias, saltó a la fama por entremeses como «El gato y la montera» o «El alcalde de Mairena», loas como la «Loa de los planetas y signos», bailes como «El pintor», jácaras como «Gorgolla» o mojigangas como «Los regidores».

Se dice que antes de morir, empujado por un religioso amigo suyo y puede que por aquello de espiar sus muchos y contradictorios pecados, quemó bastantes de sus obras manuscritas.

Y por si se quieren sentir espectadores de un corral de comedias del siglo XVII, aquí les dejo uno de los famosos entremeses del Maestro León: «El gato y la montera».

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