Dicen que sus manos eran grandes, sus dedos se alargaban como señalando horizontes sólo soñados. Se dedicó a la pobreza, a la humildad, se sintió un héroe. Amaba la naturaleza y la llamaba hermana. Se enamoró del mundo, abandonó el camino más fácil y quiso que los demás apreciaran su nueva forma de sentir la vida. Todos los tiempos necesitan de hombres con ideas nuevas que hablen de transformación y de búsqueda de un mundo diferente.

 

Francisco, nacido en el pueblo italiano de Asís en 1182, fue un soñador que quiso cambiar lo que le rodeaba; un loco, un elegido, un visionario, un santo necesitado de utopías que enseñó a otros muchos a buscarlas en la justicia, en la sencillez, en la naturaleza y en el respeto a los demás. Otro Francisco, franciscano, arzobispo de Toledo y apellidado Cisneros, en cierta forma siguió los  pasos de su maestro de Asís y también fue un soñador. En Alcalá soñó una ciudad ideal y dentro, entre otras muchas cosas, un convento, colegio y hospital que dedicó a la memoria de San Francisco y a la de San Juan de la Penitencia, puede que buscando la utopia de un mundo más justo.

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San Francisco de Asís, óleo de Cigoli

Y hasta puede que en algún lugar de ese convento alguien escribiera aquel hermoso y vitalista texto de Francisco de Asís:

Loados seas, mi Señor,

con todas tus criaturas,

especialmente por el hermano sol,

el cual hace el día y por él nos alumbras,

y él es bello y radiante con gran esplendor;

de Ti, oh Altísimo, lleva significación.

Loado seas, mi Señor, por la luna y las estrellas;

en el cielo las formaste/ claras y preciosas y bellas

Pero al final la utopía sólo permaneció como un confuso recuerdo y se rompió en mil pedazos llevándose por delante aquel sueño pensado por el arzobispo Cisneros en 1500. El principio, en cambio, fue casi perfecto…

Es una gran construcción nacida de unir muchas otras. Al Sur, la calle de los Mesones; al Este, la calle de San Juan; al Oeste, la puerta de Madrid; al Norte, las tapias de Palacio. Pedro Gumiel, Pedro de Villarroel, Marcos de Benavente entre otros han trabajado en el trazado. Gregorio Fernández se encargó del control de las obras. Las casas se compraron a Juan de Auñón, Gonzalo de Cardona,…

Gente, mucha gente en un momento de cambio y de prisas en la villa arzobispal de Alcalá. Todo está en obras; la ciudad se amplía y se levantan tapias y muros, torres y claustros donde se va colocando el escudo del señor de Toledo que acaba de establecer la Universidad. En la primavera del año 1511 se termina de construir el colegio de doncellas y poco después acaban las obras del convento.

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Entrada al antiguo convento de San Juan de la Penitencia, hoy Casa de la Entrevista, sala de exposiciones.

Pero todo tiene un cierto aire de provisionalidad y si no fuera por el ruido y el incesante ir y venir de los alarifes, pintores y encargados de obra, cualquiera pensaría que tamaña mezcla de edificaciones de distintas épocas y tamaños no es más que algo efímero predestinado al más estrepitoso de los derrumbes. Se abre al culto la iglesia, después se cierra, luego se vuelve a edificar y se consagra de nuevo en 1580. El coro se reconstruye, con mejores proporciones según los arquitectos, en 1620. Parece como si nunca se fuera a acabar; es como si el cardenal hubiera querido que no se terminara del todo, que se sintiera como algo provisional, como transitorio.

Cisneros otorga a la fundación una renta de 200.000 maravedises al año. No es mucho dinero. Se necesita para mantener todas las dotes de las muchachas que van pasando por el colegio de doncellas. Siempre han sido famosas estas dotes, como también lo fueron algunas de las mujeres que tuvieron la fortuna de recibirlas. Una de ellas se llamó Mariana de Gacetas. Fue doncella en San Juan de la Penitencia después del triste suceso que la relacionó con el príncipe Carlos. El hijo de Felipe II la tomó un cariño imposible, que acabó en un accidente, un mal tropezón en una escalera del Palacio Arzobispal, que a punto estuvo de matar al heredero de la corona de España. Todo se terminó por arreglar y Mariana consiguió una dote de mil ducados, bien para casarse, bien para profesar como religiosa franciscana. Al final no quiso ni una cosa ni la otra y se fue a la Corte simplemente a vivir.

El pueblo conoce a las monjas como las “Juanas”. Su vida a lo largo de los siglos se ha llenado de humildad, de rezos y de milagros. Estos últimos han ido dando al convento el necesario toque de misterio propio de los viejos tiempos de la religión. Como ocurre con Sor María de San Diego, que murió en el convento en 1614. Vivió amargamente hasta que encontró un motivo para ser feliz. Se llamó en realidad María de la Peñuela y desde muy joven no tuvo más remedio que conformarse con estar sentada en una silla sin apenas poder moverse. Un franciscano, llamado Diego y santo de reyes y príncipes, la levantó y ella, agradecida, se quiso hacer como él y pensó en honrar su milagro sirviendo a San Francisco en el convento de San Juan de la Penitencia de Alcalá.

Las historias y las gentes fueron pasando y el edificio fue envejeciendo poco a poco. Sus obras de arte, sus ladrillos, sus maderas, sus recuerdos de Cisneros, sus libros, sus doncellas, sus monjas, sus enfermas, todo se fue convirtiendo en polvo viejo y en recuerdo de un tiempo de sueños y de gentes de otra época y otro mundo.

En 1884 todo acabó. Las monjas se trasladaron a otra casa mejor, la que fue de los monjes agustinos de San Nicolás de Tolentino en la calle de Santiago, y se llevaron todo lo que conservaron a lo largo de los años, como los recuerdos personales del cardenal Cisneros. Se demolió gran parte de San Juan de la Penitencia en 1887, aunque quedaron la iglesia y alguno de los claustros. El tiempo pasó y hoy un colegio, dedicado a Cisneros, ocupa lo que quedó del convento. A su templo, reformado en 1964 para dar cobijo a un lugar también lleno de utopía, se le conoce como Casa de la Entrevista.

Enrique M. Pérez

 

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