Luis Cabello Lapiedra y el Hospital de Antezana, Alcalá de Henares

Luis María Cabello Lapiedra fue uno de los más reconocidos arquitectos de finales del siglo XIX y principios del XX en España. Arquitecto y restaurador, su obra se desarrolla dentro de la tradición historicista, recreando formas y motivos decorativos de tradición renacentista y barroca. Entre sus obras en Madrid destacan el edificio de la Real Academia Nacional de Medicina, el palacio del marqués de Cerralbo, la iglesia del Cristo de la Salud. En Alcalá de Henares desarrolló una labor de investigación y restauración en torno a edificios históricos como la Capilla del Oidor o la Catedral Magistral.

En este artículo, publicado en 1922 en la revista Arte Español (Revista de la Sociedad de Amigos del Arte), se centra en la figura de san Ignacio de Loyola y su relación con Alcalá de Henares, haciendo especial hincapié en el antiguo Hospital de Antezana.

San Ignacio en Alcalá
RECUERDOS DE ARTE CON MOTIVO DE LA ESTANCIA DEL SANTO EN LA CIUDAD COMPLUTENSE
ICONOGRAFÍA IGMACIANA

En el presente año de gracia celebra la grey cristiana el III Centenario de la canonización de cuatro Santos españoles, dos de los cuales, San
Francisco Javier y San Ignacio de Loyola, son excelsos varones de esa legión que se extendió prodigiosamente en España en vida de su fundador, y que ha constituido el más numeroso ejército que de España surgió contra el protestantismo: la Compañía de Jesús, venerando instituto que, como otras tantas Ordenes religiosas y monásticas, ha dejado huellas en las transformaciones del Arte, habiendo contribuido los hijos de Loyola a esa manifestación que en su historia se ha denominado el Jesuitismo, y que en Alcalá de Henares, Salamanca, Toledo, Valencia, Valladolid y en la propia y coronada Villa dejó rastros de su influencia y asiento en nuestra patria en los dos siglos de su existencia legal.
Pero prescindiendo del aspecto arquitectónico y monumental, cuyo estudio pudiera desarrollarse y tendrá que ser materia de trabajo en otra ocasión, mi propósito es más modesto, porque se limita tan sólo a rememorar un rincón de arte español con motivo de la estancia en la ciudad del Henares del que fue conocido en el mundo por D. Iñigo Ignacio de Loyola, rindiendo de este modo justo homenaje al que fue glorioso Santo, en el III Centenario de su canonización desde las páginas de esta revista, ya que el Arte y la Religión caminan tan de consuno en la historia de la humanidad.
Militar valeroso y hombre dado a las vanidades del mundo, según expresión declaratoria, es bien sabido cómo trocó su espada por el bordón de peregrino y las galas y atavíos por el tosco sayal, y que, penitente en Manresa, peregrinó a Jerusalén, y vuelto a España estudió en Barcelona, trasladándose a la antigua Compluto, donde aprendió ulteriores disciplinas de las artes para estudiar Teología, toda vez que la Universidad cisneriana era el centro de cultura más grande y renombrado que por aquel entonces existiera.
¡Alcalá de Henares! ¿Quién no conoce su historia? Estancia de Reyes y residencia de Prelados, sufrió los vaivenes de la
Historia durante la etapa medioeval, hasta que los Reyes Católicos, apoderados de la Villa, la restituyeron a la paz y la ennoblecieron con sus largas y repetidas permanencias. Allí vio la luz su hija Catalina, infortunada Reina de Inglaterra; allí su nieto Don Fernando — Emperador de Alemania —, cuyo nacimiento costó la razón a su madre Doña Juana.
Situada a las puertas de la coronada Villa, Alcalá se familiarizó más y más en los siglos posteriores con el esplendor de la Corte y la visita de sus Soberanos, y aunque ganó poco en prosperidad verdadera, adquirió por fin el título de Ciudad en 1687, por el fuero de Aranjuez, dado en 5 de mayo de aquel año.
Fueron tales sus derechos y franquicias, que hasta los Reyes enmudecieron ante la autoridad de los Prelados, y por la decidida protección de
los Arzobispos toledanos y por la de éstos con los Reyes, Alcalá se acrecentó de manera visible, pero no llegó al apogeo de su grandeza hasta que el humilde franciscano a quien el Papa Alejandro VI obligó a la aceptación de la Mitra primada, aquel sabio gobernante, asombro de propios y extraños, portento de su siglo, el por tantos motivos insigne Cardenal Ximénez de Cisneros, fundara en 1498 su celebérrima Universidad, cuyas puertas se abrieron el 26 de julio de 1508.
Alcalá de Henares vino a ser un santuario de la ciencia, y a la sombra de su Universidad, con sus colegios agregados al Mayor de San Ildefonso, la Ciudad complutense resultó en pocos años grande, rica e ilustre en lugar de una Villa antes inculta y abandonada, en cuya inopia aparece en nuestros días tras el esplendor de las centurias pasadas.
Tres lustros largos hacía, pues, que el gran Cisneros había fundado la famosa Universidad, cuando una tarde del mes de febrero de 1526, por entre el bullicio y estruendo de la fiesta del día — era miércoles de ceniza —, entraba en Alcalá un hombre joven, de noble continente, aspecto varonil y pobre indumentaria. Frisaba en los treinta y seis años, y su fisonomía, pálida y demacrada por extremadas vigilias y las fatigas de un largo viaje hecho a pie, no desmerecían en su mirada un espíritu infatigable y decidido, dejando adivinar a través de su mísera vestimenta — un saco talar de lana — que no era un ser vulgar ni advenedizo.
Era realmente nuestro caminante un hombre ajeno a la vida exterior, y sin parar mientes en el campanilleo del ganado que tornaba de las labores del campo, en los gritos y la algazara estudiantiles, caminaba con paso
decidido y como a cosa hecha.
Caía la tarde. En las huertas alcalaínas había cesado el canto de los pájaros para recogerse en la arboleda; lejanas se apagaban las tonadillas de los colegiales y universitarios, y las campanas de la Magistral tañían la oración, cuando Iñigo Ignacio de Loyola — que no era otro el personaje que a la famosa Compluto llegaba — daba un aldabonazo suplicando albergue en el antiguo Hospital de Nuestra Señora de Santa María la Rica.
No atendieron al peregrino como era de merecer, y diez o doce días anduvo mendigándose el sustento, al cabo de los cuales, siendo blanco un día de groseros insultos en la calle, acertó a pasar por ella el hidalgo López Deza, que tenía cargo de Administrador en el Hospital nuevo entonces o de Antezana, y le dio cámara y todo lo necesario, que consistía en comida, cena y alumbrado, a cambio de sus menesteres de enfermero.
Está situado en la calle Mayor de la ciudad, antiguo camino real de la Villa, que conserva típico carácter de rúa castellana. Tiene soportales, muchos de ellos constituidos y formados por columnas de la antigua Compluto. Alguna que otra casa de moderno aspecto modifica y altera los rasgos señoriales de esta arteria de la urbe, pero conserva todavía algunos edificios característicos.
Entre ellos se encuentra el Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia, llamado de Antezana. La fachada se nos presenta con gran alero, en estilo mudéjar; la fábrica sería probablemente de ladrillo, aparejado no muy a hueso, dejando ver la junta encalada, y tendría cajones de tapial o de mampuestas, construcción característica en Alcalá en la época cisneriana. El actual revoco, que resuelve un problema económico de conservación, no resulta propio de la época de la fundación del edificio.
En el centro de la fachada hay una hornacina con la imagen de Nuestra Señora de la Misericordia, obra probable del siglo XV, aunque presenta rasgos de factura bizantiza; es de cerámica esmaltada, recordando la manera italiana de Lucca della Robbia.
Este Hospital fue fundado por el caballero D. Luis de Antezana y D.a Isabel de Guzmán, su mujer, dama que fue de Isabel la Católica. Sus
retratos, de autor desconocido, se conservan en típicos marcos a los lados de la capilla mayor de la iglesia del Hospital, y sus sepulcros se hallan en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, en la capilla de! Cristo de la Luz.
La iglesia referida fue reformada, seguramente en el siglo XVIII, según el gusto de Ventura Rodríguez, aunque no de tan depurado dibujo, y recuerda en su traza y en muchos de los detalles de su ornato a la capilla de Nuestra Señora de Belén en la iglesia de San Sebastián de Madrid, bien es cierto que sin aquella grandiosidad.
Cuando en 1904 se hicieron las obras de derribo para construir un nuevo pabellón para enfermos y reconstrucción de una parte del edificio, se salvó el patiejo, que es de la fundación, presentándose hoy a nuestra vista tal cual estaba en los tiempos de Ignacio de Loyola, con
el clásico pozo, del que sacaría agua para los menesteres del Hospital el Santo, y que conserva los hierros que sostienen la polea y la
pequeña espadaña.
Con motivo y a causa de las citadas obras apareció pintada en uno de los testeros una inscripción en caracteres góticos, cuyas palabras, separadas por adornos, decían así:
EL * CABALLERO * LUIS * DE ANTEZANA * Y * DOÑA * ISABEL DE GUZMAN * SU * MVJER * Y * OTRAS * HONRADAS …………….
MARÍA * MADRE * DE * LA * MISERICORDIA HIZON * ESTA * OBRA * SIENDO » PIOSTRE * JVLIAN * DE LA * JARSA * AÑO * DEL * SEÑOR * M * D * XX • AÑOS * HIS * M *
De esta inscripción se deduce que, instituido el Hospital en 1485, fecha de la escritura de fundación, se realizaron obras para habilitarlo
como tal en la fecha de la inscripción.
Un hallazgo interesantísimo se hizo cuando las obras de 1904 y al propio tiempo que la inscripción, y con el cual he tropezado al hacer mis
estudios en el edificio. Tal ha sido la imagen de una virgen de talla del siglo XII al XIII que poseyeron seguramente los Antezana, y
ante la cual es posible orase más de una vez el enfermero Iñigo Ignacio de Loyola, porque la imagen de la Misericordia que se conserva en el altar mayor de la iglesia del Hospital es del siglo XVII, y, por lo tanto, muy posterior a la época en que el Santo español, a la par que ejercitaba sus caritativos menesteres, compartía con sus estudios de Lógica y Filosofía la propaganda de sus doctrinas, cuyo centro fue su albergue en unión de Calixto, Arteaga, Cáceres y Reinalde, estudiantes como él en la Universidad alcalaína.
Esta imagen, encontrada en el Hospital de Antezana, tiene su tradición y leyenda , la cual, como la historia se repite, guarda cierta semejanza con la que se conoce en Madrid de la Virgen de la Paloma, que, por cierto, es de origen alcaiaíno, pues se llevó a la Corte
desde el convento de San Juan de la Penitencia de Alcalá.
La tradición es como sigue: sacaban los escombros (1904) y una señora vecina de Alcalá, tan bien acomodada como piadosa, D.a Matilde de Rivas, observó que entre aquellos escombros llevaban una imagen de Nuestra Señora; llamó al carretero y consiguió que se la vendiera por cinco pesetas. La señora guardó la imagen en su casa y la veneró — como hizo Andrea Isabel Tintero con la de la Paloma —, cundiendo la noticia del hallazgo entre los alcalaínos.
Consultado el P. Lecanda, docto y erudito filipense e inteligente en materias de Arte, se percató D.a Matilde del mérito de la imagen, y enterado a su vez el Patronato del Hospital, trataron de recuperarla, cediéndola la señora de buen grado.
¿Qué pasó luego con la imagen? Nada se sabe; lo cierto y positivo es que, andando el tiempo, y hasta hace poco, y preguntando por ella el propio P. Lecanda, se la encontró arrinconada y maltrecha en el coro de la iglesia del Hospital, pudiendo conseguir que la Junta patronal la guardara en uno de los armarios del archivo, de donde se ha sacado para hacer la fotografía.
Por qué se hallaba esta imagen de tan antigua fecha en el edificio fundado al finalizar la decimoquinta centuria por los Antezana, pudiera colegirse de esta manera: la fundación del Hospital se hizo en un principio adquiriendo varias fincas, casas antiguas ya en aquel entonces, en las que sus dueños tendrían— o los propios Antezana, en la que ellos, de sus antepasados, poseyeron en el mismo solar —, siguiendo la tradición española, en alguna hornacina, la imagen de la Virgen.
Colocada por los fundadores en la capilla del Hospital, como patrona del mismo, sería venerada allí largos años por los habitantes de la santa casa, incluso por San Ignacio, y al hacer las obras de transformación de la iglesia, en el siglo XVIII, desaparecería esta imagen, probablemente por el desdén con que los de entonces miraban al arte de los siglos XII y XIII, sin darle importancia alguna, hasta que una piqueta demoledora la convirtió en escombros, de los que se salvó por la tradición tan piadosa como pintoresca que la rodea.
Procedería, por su mérito, valor y antecedentes, que esta imagen se restaurase, y ya que en el altar de la iglesia del Hospital se venera la imagen estofada del siglo XVII, que tiene su mérito, se colocase ésta de que se trata, volviéndola al culto en la propia capilla consagrada a San Ignacio y de la que voy a hablar.
Pero antes no será ocioso enterar a los lectores de otro hallazgo habido al realizar arreglos y practicar pesquisas en el edificio con motivo de las fiestas que en Alcalá se celebraron en ocasión de la conmemoración del 111 Centenario de la canonización del Santo.
Refiérome a cuatro medallones o cuadros en forma oval encontrado en la santa casa.
Estaban colocados caprichosa, e indebidamente, en los círculos de las pechinas de la cúpula de la iglesia. Están pintados en tabla, con marcos de cartón dorado, moldeados a troquel por un procedimiento análogo o parecido al que se emplea en la manufactura del cartón-piedra.
Representan, bajo tipo de mujeres profanas de gran belleza, cuatro Santas mártires, que, por sus atributos, parecen ser: Santa Lucía, Santa Catalina, Santa Inés y Santa Cecilia. Por las tendencias pictóricas, su factura, y la maestría con que estos cuadros se hallan ejecutados, no es ningún dislate asegurar que pertenecen a la más depurada escuela francesa. Alguien las atribuye a Mengs. Pudieran clasificarse como de Van-Loó, aunque están más apretadas que muchas de las obras de este autor y son más limpias de color que la mayoría de las que aquí conocemos del pintor de la corte de Felipe V. Más acertados andan los que consideran autor de estos cuatro interesantes medallones a
Largillière.
Cuándo, cómo y por qué se encuentran estos ovalados retratos en Alcalá de Henares sábelo sólo Dios; porque si bien es verdad que tan insigne pintor no estuvo en nuestra Patria, nada tendría de extraño que los referidos medallones hubieran sido donación al Hospital de alguno de los nobles franceses que tanto frecuentaban por entonces la corte de las Españas. Lo cierto y positivo es que son interesantes documentos para la historia de la pintura, de los cuales no existe dato ni antecedente alguno en el archivo del Hospital de los Antezana.
Pero pasemos a la capilla de San Ignacio, no sin haber antes admirado dos cuadros magistrales de autores desconocidos: un San Juan y un San José que existen en los altares laterales de la iglesia mencionada.
En recuerdo de la estancia de San Ignacio en el histórico Hospitalillo, y a mediados del siglo XVII, se construyó la capilla dedicada al Santo, y que forma parte de la iglesia del Hospital.
De ella nada dicen los autores, ni las Guías, más o menos extensas, que de Alcalá se ocupan; mereciendo, a mi juicio, particular atención, no sólo por su valor histórico, sino por su interés artístico.
La planta de la capilla es cuadrada y está coronada por esbelta cupulina, con su linterna que, en su traza y disposición, recuerda, dentro de sus pequeñas dimensiones, a la que se admira en la sacristía de la iglesia de
Jesuítas, antigua capilla de las Sagradas Formas.
A la entrada, cerrada por sencilla verja, hay dos cuadros con sus severos marcos, en cuyos tableros, escrito en caracteres romanos y en castellano de 1616, que es el año en que se consagró la capilla, se dice: en el de la derecha, entrando, la oración que la liturgia de la Iglesia ha dedicado al Santo con la concesión de indulgencias, y en el de la izquierda se consigna la fundación y origen de la capilla, cuya inscripción da idea ciara de cómo quedó constituida y arreglada en 1658.
Antes de penetrar en el recinto conviene fijarse en el retrato del Santo con los principales hechos de su vida en Alcalá, cuadro de gran tamaño y mediocre factura, más interesante como documento que como obra de arte.
Obra del licenciado Pedro Valpuesta, discípulo de Caxés, y firmado en 1658, fue un encargo hecho por el Patronato del Hospital, y cuyas
faltas de técnica pueden perdonarse en aras de la buena voluntad que guo su ejecución para dejar representados los principales pasajes de la vida del Santo en Alcalá.
La parte baja de esta capilla debió ser algún aposento o dependencia de la iglesia. En el piso superior, y lindando con habitaciones del Hospital, encima enteramente de aquel recinto, existió el cuarto o cámara que ocupaba Iñigo de Loyola como enfermero, y, suprimido el piso intermedio y unidas las dos alturas, quedó el recinto de la capilla que hoy se contempla, cuyo recuerdo histórico e interesante para la vida de San Ignacio se avalora por la ornamentación con que la capilla se presenta.
Corresponde aquélla, como el retablo de que luego se hablará, al siglo XVII, y, a mi modesto juicio, es sencillamente notable. Se atribuye esta ornamentación pictórica a Juan Cano de Arévalo, discípulo de Camilo, hombre singular y pendenciero, que dejó fama en Alcalá por sus hechos y por sus obras.
De los primeros se cuenta que murió a mano airada, como consecuencia de una fiesta de toros, de la que salió desafiado con otro espectador, al que venció en el terreno; pero dos le acecharon cierto día dejándolo malherido, y falleciendo poco después cuando contaba cuarenta años.
Su carácter desenvuelto y atrevido se refleja en sus obras. Suyos son los frescos de la capilla mayor de Santa María y los que se admiran en la cúpula de la sacristía de los Jesuítas, y realmente no hay por qué dudar que la pintura ornamental de la capilla de San Ignacio sea de su mano.
Hay entre los detalles de la cúpula de los Jesuítas y éstos una gran relación de semejanza en su factura, disposición y colorido. Aquéllos, más valientes y concebidos en grande por la altura; y éstos, ejecutados y dibujados con verdadera soltura y habilidad.
Representa el motivo ornamental un nicho de razonada arquitectura, dentro del cual un templete sostiene el medallón en que se lee, bajo el
anagrama de Jesús: Esta capilla fué el aposento en que vivió para asistir a los enfermos San Ignacio de Loyola. El resto de la capilla está también pintado.
Los nervios de la cúpula con flores y frutas, y en las pechinas, dentro de unas orlas — muy características —, cuatro de los Santos más notables de la milicia ignaciana: San Francisco de Borja, San Estanislao de Kostka, San Luis Gonzaga y San Francisco de Xavier.
El retablo no es menos interesante. Es de talla perfectamente dorada, muy fino de líneas, y es tal la unidad de su conjunto y lo armónico de sus líneas y proporciones, que constituye una joya en su género.
Contiene un cuadro que representa a San Ignacio, retrato muy discreto y acertado de Diego González de la Vega, discípulo de Francisco Ricci, quien se hizo sacerdote después de viudo, considerándose su habilidad en el arte de la pintura por parte de congrua, y pintó varias obras, entre otras, unos cuadros de la vida de la Virgen en las monjas de Don Juan de Alarcón. En el retablo existen dos tablitas representando dos de las visiones que tuvo el Santo — la Virgen y Cristo con la cruz a cuestas —, probablemente del mismo autor, de cuyas obras podemos darnos idea clara merced a la hábil limpieza que de ellas ha hecho, así como de los medallones anteriormente reseñados, el laureado pintor D. Mariano Oliver y Aznar.
La capilla del Santo fundador de la Compañía de Jesús de Alcalá de Henares por su conjunto, por sus detalles, es una verdadera monada, un
rincón santo de Arte español.
¿No es una pena que el abandono y la incuria den al traste, con este recinto, digno de conservarse por su reconocido mérito artístico y su innegable valor histórico?
Si interesantes son estos recuerdos de arte, tan relacionados con la vida y memoria del insigne promotor de la fe de Cristo, no menos curiosos y dignos de estima son los datos recopilados de su iconografía.
Rubens, Ticiano y Mignard el Romano, entre los extranjeros; Zurbarán, Claudio Coello, Valdés Leal, Morales el Divino, Sánchez Coello, Viladomat, Vicente López, de los pintores españoles, y Elías Salaverría, entre los contemporáneos, han trasladado al lienzo la figura del Santo de Loyola, con más o menos veracidad, notándose entre todos ellos una gran divergencia en los rasgos fisonómicos; lo cual demuestra que, unas veces por las dificultades en disponer del modelo, y otras por su desaparición del mundo, los retratos han sido ejecutados por mero recuerdo o descripciones del original.
Así, por ejemplo, el de Rubens, que se conserva en Roma, uno de los más celebrados de cuantos se conocen de pintores extranjeros, con ser hermoso de color y de dibujo, no tiene la unción evangélica propia del Santo.
Rubens, colorista, huyó del traje talar y lo pintó con casulla, celebrando misa, en una actitud algo movida y poco en carácter con el personaje y el momento elegido. Parece extraño que el Rubens que pintó el San Ambrosio, el San Agustín y el San Francisco Xavier, que están en la iglesia de San Ambrosio, en Génova, sea el mismo autor de este San Ignacio; bien es cierto que en esta iglesia se conservan los dos grandiosos cuadros de Rubens Los Milagros de San Ignacio, en los que aparece el Santo muy movido de líneas también y de los cuales pudiera ser inspiración el retrato de que se hace mérito.
Mejor y más acertado, a mi entender, es el que se conserva en la sacristía de la iglesia de Manresa, y que parece querer imitar al mencionado de Rubens. Su autor, aunque desconocido, pudiera ser catalán, y nada de particular tiene la semejanza de ambos cuadros, pues el lienzo de Rubens estuvo en Barcelona en 1622, cuando se celebró la canonización del Santo. Es un hermoso lienzo del siglo XVII, de perfecto colorido y rasgos muy severos.
Aparte del retrato bien conocido de Alonso Sánchez Coello, que se conserva en la residencia de los padres Jesuítas, de Madrid, uno de los más notables retratos de San Ignacio es el de D. Vicente López, que posee el Sr. Marqués de Vinent. De jugosa factura parece una copia fiel del de Coello, y acredita el pincel del famoso retratista de la época de Fernando VII.
De autores desconocidos existen entre nosotros algunos, de muy escaso mérito, aunque quieran atribuirse a Zurbarán, como se pretende con los que poseen los señores Duques del Infantado y Marqués de la Vega Inclán, el deteriorado lienzo que existe en las Descalzas Reales, que recuerda algo la manera del Greco, y el que se reproduce en el índice de la Junta de Iconografía Nacional, y cuyo original se conserva en la iglesia de San Isidro, cabeza que recuerda la del cuadro del retablo de Alcalá, debida a González de la Vega, sin que tuviera nada de extraño que fuese suyo, dada la relación de fechas.
Digno remate de esta ojeada de iconografía ignaciana, aparte un grabado de Thibust, que se guarda en Zaragoza, y los grabados de la colección de estampas de nuestra Biblioteca Nacional, es, sin duda alguna, la hermosa estatua de San Ignacio, obra de Pereira, notable escultor del siglo XVII, que se admira en la sacristía de los Jesuítas de Alcalá.
Todo lo cual demuestra que el arte ha sido la expresión fiel del ideal en todas las etapas de la Historia, y ha contribuido a engrandecer la excelsa figura de San Ignacio, una de las más salientes de la Humanidad.
Luis MARÍA CABELLO LAPIEDRA,
Arquitecto

Luis Cabello Lapiedra y el Hospital de Antezana, Alcalá de Henares

Visitas guiadas a Alcalá de Henares: visitasguiadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.