Ermita del Cristo Universitario de los Doctrinos

Ermita del Cristo Universitario de los Doctrinos

LA CONDICIÓN DE UN MILAGRO

Meditando sobre el origen de la ermita del Cristo Universitario de los Doctrinos, a uno se le ocurre pensar que las personas en muchas ocasiones necesitamos de lo extraño para entender nuestra propia existencia. ¿Podría un hombre desear mover montañas si no fuera porque se sabe incapaz de hacerlo por sí solo? Hace falta creer en algo que nos supera, en un milagro. Este hecho, tan absolutamente normal y cotidiano, me lleva a querer comenzar esta historia con una leyenda, es decir, con algo que se nos escapa de lo puramente racional.

Corría el año de 1255 y era época de milagros. Se necesitaban símbolos religiosos que atrajeran colonos a las recién conquistadas tierras de Al-Andalus; quizá ésta fuera la causa de la multitud de hechos sobrenaturales que se fueron  produciendo a lo largo y ancho de  los nuevos territorios. Dicen las viejas crónicas que en una Alcalá donde todavía sonaba a cotidiano el sonsonete de la llamada a la oración desde la mezquita ocurrió uno de esos milagros: andaban los alarifes de la villa mejorando la muralla con nuevos ladrillos y argamasa cuando uno de ellos encontró, junto a la puerta llamada de Fernán Falcón, una hornacina escondida que contenía un pequeño crucificado. Quiso la fortuna, para acabar de hacer grande la aparición, que por allí pasara un miembro del Concejo, Baltasar Pardo, que dio fe del descubrimiento, proponiéndose honrar tan magnífico hecho con la construcción de una pequeña capilla. A partir de este milagroso acontecimiento se vino a potenciar el culto a Cristo en una ermita que luego se llamaría de los Doctrinos.

Pero, aparte de bellas leyendas, la realidad nos trasmite contradicciones que parecen poner en duda los argumentos legendarios: durante el siglo XIII, la muralla sólo protegía a una villa que, por su lado Este, finalizaba en lo que hoy es la zona soportalada de la plaza de Cervantes y, por tanto, la puerta de la milagrosa aparición no pudo estar donde parece ser que se ubicó la ermita, cerca de la actual plaza de la Puerta de Aguadores. Pero da igual, en el fondo esa realidad, empeñada en llevar la contraria a la leyenda, no tiene porqué desmentir nada y se puede asegurar la existencia, sea por la razón que fuere y desde el siglo XIII, de un pequeño oratorio dedicado a Jesús en los arrabales de la muralla. ¿Fue simplemente una ermita más, a modo de humilladero, a extramuros o se levantó como posible núcleo de un hipotético y moderno barrio de colonos? ¿Llegó a existir de verdad tal barrio? Y si es así, ¿por qué no tuvo éxito y acabó desapareciendo?

Lo cierto es que el posterior desarrollo urbano de Alcalá hizo que la ermita acabara quedando muy cerca de la ciudad universitaria pensada por Cisneros, situación que vino a propiciar una identificación entre el lugar y el mundo estudiantil. Así, se dice que en su patio trasero, conocido como de Mataperros (por ser lugar para enterrar, durante la Edad Media, a los que se negaba el derecho a reposar en sagrado), adoctrinó Ignacio de Loyola a todos aquellos que quisieron escuchar sus revolucionarias ideas religiosas durante sus estudios en Alcalá a lo largo de 1526; otra bella leyenda que acabó, como todas, siendo aderezada con extraños milagros populares que nos hablan de huevos rotos que volvieron a componerse o de un capitán cojo que dejó de serlo. Lo cierto es que  habría que poner muy en duda todo este tipo de historias y hasta el propio hecho de la presencia de Ignacio de Loyola en los Doctrinos, pero, aunque no estuviera el santo, si existe una importante relación entre jesuitas y ermita. En el patio de Mataperros se estableció, en 1546, la primera fundación española de la Compañía. Utilizado hasta ese momento como lugar de aposento para estudiantes pobres y mendigos, fue su casa durante un largo año. Más tarde, el nombre de Cristo de los Doctrinos se convertiría en realidad.

Seminario de Niños de la Doctrina Cristiana

Ermita del Cristo Universitario de los Doctrinos

En 1581, un devoto y popular profesor universitario, llamado Juan López de Úbeda, tuvo una novedosa idea. Un día, al salir de clase, dicen que comentó a sus acompañantes: “aquí monopolizamos la ciencia los que vamos a sus cátedras y yo quiero que también participen en ella los que por no saber leer no pueden valerse de los libros”. Tal actitud, le llevó a fundar un Seminario de Niños de la Doctrina Cristiana y asentó su fundación sobre la ermita y el patio de Mataperros. Desde allí se dedicó, utilizando métodos tan pedagógicos como la poesía, a alfabetizar, es decir, a enseñar a leer, escribir, cuentas y doctrina, a los más pequeños. Impartía sus lecciones ante una imagen de Jesús crucificado, que muy pronto se empezó a conocer popularmente como Cristo de los Doctrinos. Realmente toda una hazaña y un verdadero milagro en aquel injusto siglo XVI. Pero el sueño de López de Úbeda duró poco. La falta de dinero hizo que su seminario desapareciera a comienzos del siglo XVII. Eso sí, ya siempre se conoció el lugar con el nombre de los Doctrinos, consiguiendo la imagen del Cristo un cada vez mayor fervor popular. Esta fue la razón por la que en 1661 se fundó la cofradía que lleva su nombre y que todavía existe.

Hoy, esta ermita de estudiantes, construida y reconstruida a lo largo de los siglos, nos muestra unas trazas propias de los siglos XVII y XVIII. En su sacristía, los cofrades han ido guardando los más bellos objetos religiosos y artísticos que han atesorando desde su fundación: obras de Angelo Nardi, Sassoffeato y Félix Yuste, el curioso artilugio que servía para elegir al Prioste o su cetro de plata. Aunque si algo sobresale en ese mundo de sencilla grandiosidad es la talla del Cristo titular: obra del jesuita Domingo Beltrán, se acabó hacia 1590 y es la más bella imagen del renacimiento escultórico en Alcalá de Henares. Mirando su rostro, casi tiene uno ganas de gritar, ahora con todas las de la ley, eso de ¡milagro! ¿Cómo alguien pudo crear algo tan humano cuando se supone que quiso reflejar en su obra lo sobrenatural?

Enrique M.  Pérez.

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