Colegio de la Concepción y Expectación, los jesuitas en Alcalá de Henares

Colegio de la Concepción y Expectación, los jesuitas en Alcalá de Henares: el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús.

Sólo por admirar el grandioso conjunto de la Iglesia y Colegio de la Concepción y Expectación o Colegio Máximo de los jesuitas valdría la pena visitar Alcalá de Henares. Llegar a lo que hoy podemos contemplar fue una ardua cuestión de tiempo y de dinero. Todo comenzó allá por el invierno de 1546, cuando la recién fundada Compañía de Jesús (1543), deseosa de propagar las ideas de su fundador, dejó en manos del padre Francisco Villanueva la tarea de levantar un colegio de la Orden en Alcalá de Henares. Pronto se juntó un pequeño grupo de seguidores de San Ignacio, que se asentó, gracias a la ayuda de doña Leonor de Mascareñas (aya de Felipe II), en el lugar conocido como «patio de Mataperros», muy cerca de la puerta de Aguadores. Allí permanecieron hasta 1548, año en el que se trasladan a unas casas del librero Atanasio de Salcedo, situadas fuera de la puerta de Santiago. Pero tampoco era este el lugar adecuado: las viviendas estaban mal construidas y quedaban muy alejadas del centro de la Universidad, el Colegio Mayor de San Ildefonso. La situación se arregló gracias al canónigo de Cuenca Alonso Ramírez de Vergara, que les compró, en 1550, unas casas cerca de la puerta de Guadalajara y dentro del recinto universitario. Es curioso cómo aprovecharon el que su nueva residencia estuviera adosada a la muralla utilizando, por ejemplo, una de las torres como biblioteca.

Todo parecía indicar que las cosas marchaban, aunque pronto se iban a encontrar con un importante obstáculo. Sus planes eran comprar propiedades próximas para construir un nuevo colegio, pero no contaron con la oposición del arzobispo Juan Martínez Guijarro «Silíceo», enemigo acérrimo de la naciente Compañía. Casi como si de un berrinche infantil se tratara, el primado toledano compró, para disgusto de los jesuitas, todas las casas de alrededor, evitando así la ampliación. La situación se mantuvo hasta la muerte de «Silíceo» tras la cual les fue fácil iniciar la edificación de lo que sería el gran Colegio Máximo.

La primera idea fue adaptar las casas a las nuevas necesidades de una comunidad que ya contaba en 1562 con 62 miembros. Hasta 1567, dadas sus dificultades económicas, no se deciden a comenzar las obras de la iglesia. Las trazas fueron encargadas al alcalaíno y jesuita Bartolomé de Bustamante, que las realizó a partir de otras que había hecho el padre Villanueva. Sin embargo, la falta de dinero hizo que los trabajos se pararan cuando sólo estaba empezada la cimentación, situación que se mantuvo hasta que decide hacerse cargo de los gastos doña María de Mendoza. Esta mujer, apodada «la Blanca» por la palidez de su rostro, y que era hija del marqués de Mondéjar y duque del Infantado, dota al colegio, en 1580, con 1.000 ducados de renta anual. Al fallecer, deja a su sobrina, doña Catalina, como encargada de la donación. Esta última, que muere en 1602, agrega a lo que dejó su tía todos sus bienes, poniendo como condición que ambas fueran consideradas fundadoras y enterradas en la capilla mayor de la futura iglesia del colegio.

En 1602, comienza la construcción del nuevo templo aprovechando lo que ya estaba edificado. Se compraron unas nuevas trazas aunque el gran problema para los historiadores siempre ha sido el no saber de quién. La opinión más generalizada da como autor a Francisco de Mora que, para algunos, sólo revisó el anterior trazado de Bartolomé de Bustamante. Sea como fuere, lo que sí hay que reconocer es que este tipo de arquitectura choca un poco con la muy clasicista de Francisco de Mora, sobre todo por la gran cantidad de elementos decorativos de carácter italiano que posee. No hay en cambio dudas sobre quienes fueron los maestros de obras, Valentín de Ballesteros y Gaspar Ordóñez.

El templo estaba finalizado, a excepción de la fachada, en 1620. Es una típica edificación jesuítica, de clara influencia italiana, con forma de cruz latina, capillas laterales comunicadas entre sí y cúpula con linterna sobre pechinas. A ambos lados de la capilla mayor, se abrieron unas sacristías. Encima de las capillas laterales, se pusieron tribunas o balcones, que fueron de hierro hasta que en el S. XVIII fueron transformadas en las que hoy podemos ver, compuestas por balaustres que imitan piedra. Llama la atención el magnífico retablo principal, único que se conserva de los originales, que se construyó entre 1618 y 1630 bajo trazas del jesuita Francisco Bautista. Con esta bella obra, de transición del herreriano al barroco, su autor consiguió el grado de maestro arquitecto. Las pinturas originales del retablo fueron encargadas a Angelo Nardi y las esculturas a Manuel Pereira y Bernabé de Contreras.

La fachada de la iglesia, en piedra berroqueña, fue un auténtico manifiesto de intenciones por parte de los jesuitas. Posiblemente sea la más monumental de Alcalá de Henares tras las de la Universidad y el Palacio Arzobispal, y seguro que esto no se debió al azar. Simplemente, había que dejar claro el importante papel de la Compañía en el universitario mundo alcalaíno del siglo XVII. Tradicionalmente se ha afirmado que fue trazada por Juan Gómez de Mora, sobrino de Francisco de Mora, aunque nunca con total seguridad (incluso se ha llegado a pensar que los planos fueron traídos desde Roma). Trabajó como maestro de obras Bartolomé  Díaz Arias (que además fue poeta y geómetra). Tiene una calle central, acabada en frontón triangular, y dos laterales, separadas por columnas de orden gigante. El segundo cuerpo está unido al primero por aletones y tanto la parte superior como las esquinas aparecen adornadas con pináculos y pedestales acabados en bola, típicos de Juan de Herrera. Las esculturas, que representan en la planta baja a San Pedro y San Pablo y en la alta a San Ignacio y San Francisco Javier, son obra de Manuel Pereira. Los escudos de las calles laterales son los de la familia de las fundadoras, los Mendoza.

Al poco de acabarse la iglesia, los jesuitas decidieron levantar un nuevo colegio. Las obras comenzaron en 1620, siguiendo las trazas de Andrés Ramírez. Era un edificio organizado en torno a dos patios y con una simple fachada de ladrillo. En 1660, se hace cargo del proyecto Melchor de Bueras, bajo cuya dirección se amplía y se labra una nueva fachada más en consonancia con las pretensiones de la Compañía.

En cuanto al título de Colegio Máximo, éste hace referencia a que era el más importante de la gran provincia jesuítica de Toledo. Pronto se convirtió, al amparo de la Universidad, en un influyente centro de estudios filosóficos y teológicos donde se dio una perfecta convivencia entre alumnos y profesores. En él estudiaron hombres tan importantes como el padre Juan de Mariana o Calderón de la Barca. Fue un importante centro de estudios universitarios dedicado a la filosofía y la teología y contó, además, con una de las más importantes bibliotecas universitarias de España (la librería grande, la chica y la situada en la llamada casa de Jesús del Monte en Loranca de Tajuña).

El siglo XVIII va a traer importantes cambios, tanto para la Compañía de Jesús como para la propia Universidad. En 1767, Carlos III decreta la expulsión de los jesuitas y, unos años más tarde, en 1776, una Real Orden destina el antiguo colegio para que se instale la Real Universidad y su Estudio General, es decir, se pretende acabar con la estructura universitaria cisneriana, haciendo desaparecer el tradicional vínculo entre Colegio Mayor y Universidad. El primero seguiría en el edificio de San Ildefonso, mientras que la segunda se trasladaría al de los jesuitas. Esto trajo como consecuencia la necesidad de una importante reforma en el Colegio Máximo. El encargado del proyecto fue el arquitecto Ventura Rodríguez que, prácticamente, transformó la antigua edificación, la cual, además, se dividió en dos partes, vendiéndose una de ellas. Se construyó un nuevo patio, se alzó una magnífica escalera imperial y se reformó la fachada, aunque respetando la antigua portada barroca, despojándola de gran parte de su decoración para que encajara con las ideas arquitectónicas del siglo XVIII. Las obras finalizaron en 1782. Poco duró aquí la Universidad ya que en 1797 es trasladada de nuevo a su antiguo edificio, destinándose a cuartel el colegio de la Compañía.

En 1827, gracias a Fernando VII, vuelven los jesuitas, permaneciendo en su antigua casa hasta la nueva expulsión de 1835. Desde entonces pasó a tener uso militar con el nombre de Cuartel de Mendigorría. Tras ser cedido a la Universidad de Alcalá de Henares, se reformó todo el conjunto en 1990 bajo la dirección del arquitecto Antonio Fernández Alba, para ser adaptado a Facultad de Derecho.

En cuanto a la iglesia, también ha sufrido cambios de uso. Después de la desamortización de Mendizábal, fue convertida en almacén de objetos procedentes de los conventos suprimidos. Entre los años 1902 y 1931 funcionó como Magistral debido a la obras de restauración en la iglesia de los Santos Niños. En 1936 fue saqueada, quemándose ante su puerta las pinturas del retablo y las imágenes. Tras la Guerra Civil y el incendio de la Magistral, volvió a ocupar el puesto de esta última hasta 1956. Actualmente, funciona como parroquia de Santa María, en sustitución de la del mismo nombre, también incendiada en 1936, que se levantaba en la plaza de Cervantes. Los cuadros que hoy podemos ver en el retablo son copias modernas sobre modelos de Murillo, Cerezo, Giussepe Leonardo, Mayno, etc.

Referencia aparte merece el culto a las Santas Formas y su capilla en la iglesia de la Compañía. A finales del siglo XVII se decide construir una capilla en honor del milagro de las Santas Formas. No se sabe quién fue el autor de esta magnífica obra que se encuentra en el lado del Evangelio, junto a la cabecera de la iglesia. Tiene forma de cruz griega y una excepcional cúpula sobre tambor, decorada en su interior por Juan Vicente de la Ribera con pinturas de efecto de arquitecturas fingidas. En 1786, Pedro de los Ríos fabrica las vidrieras de las ventanas. En la actualidad, el en retablo barroco (tras este retablo se encuentra el diseñado por Emilio Tuñón en los años noventa del siglo XX) se sitúa una copia de la antigua custodia y se veneran 24 formas consagradas. El obispado de Alcalá de Henares, tras una profunda reforma del conjunto, recuperó el culto hace unos años, manteniendo la capilla abierta durante gran parte del día. El acceso se realiza a través del callejón de las Santas Formas.

Entre 1714 y 1718, se construyó la sacristía de la capilla, ya plenamente barroca tanto por su forma octogonal con cúpula oval como por su decoración.

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