El Quijote es una de las obras literarias que más han influido en el fondo y en la forma de la narrativa contemporánea. Su influencia ha sido apabullante a lo largo de los últimos 400 años.

Desde luego que tenía razón Dostoievski cuando decía que “no se puede hallar una obra más profunda y poderosa que el Quijote. Hasta el momento es la grande y última palabra de la mente humana”. Pero también agobia un poco tantos elogios que, además, acaban escondiendo los verdaderos méritos de la obra. Lo cierto es que en lo vivido y escrito por Cervantes se ha querido encontrar de todo, se han buscado las mil y una esencias de patrias y hombres y se ha puesto como modelo de lo que es moralmente correcto, pero también incorrecto. Puede que ni siquiera el propio don Quijote se sintiera con ánimo para luchar con tan desaforados gigantes. Por eso, no viene mal recordar lo que se pensó sobre el Quijote cuando Cervantes andaba ideando su obra, y en este sentido me ha venido a la mente la extraña y crítica figura de un tal Alonso Fernández de Avellaneda.

La obra de Cervantes sentó bien a muchos, paso desapercibida para muchos más y fue muy desprestigiada por otros tantos. Es muy interesante comprobar cómo se reaccionó ante el Quijote en su época y por eso me parece valiosa la figura de Avellaneda. Para empezar, el nombre del autor no es más que un seudónimo que esconde la identidad de uno de los escritores más enigmáticos de la literatura española. Sólo sabemos que en 1614, cuando Cervantes andaba trabajando en la segunda parte del Quijote, se publica, con pie de imprenta de Tarragona, el segundo tomo de “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha”. Lo firma el tal Avellaneda, que se dice natural de la villa de Tordesillas. Pero todo es una pura farsa que trató de esconder a una persona (o grupo de personas) que no aceptó de buen grado la llegada de la obra de Cervantes. Y tan en secreto se llevó todo que lo único que nos ha quedado para intentar resolver en lo posible este enigma es la propia obra escrita por este gran enemigo de los apasionados seguidores de don Miguel. Sólo de su lectura se pueden sacar algunas pistas para llegar a conocer en lo posible la personalidad del escritor de este “falso” Quijote.

Alonso de Avellaneda
Alonso de Avellaneda

No cabe duda de que fue un hombre muy de su época, porque si algo se percibe con claridad tras leer la obra de Avellaneda es su defensa a ultranza de las ideas contrarreformistas. También parece seguro que procedía de Aragón, como queda demostrado por su conocimiento de la zona que se extiende entre Calatayud y Ariza, y por el empleo de un lenguaje lleno de peculiaridades lingüísticas aragonesas. Y, por supuesto, se aprecia de manera clarísima su poquísimo aprecio a Cervantes. Es tal el odio que siente hacia él, que hasta se ha conjeturado con la posibilidad de que en la primera parte del Quijote aparezcan elementos ofensivos hacia el auténtico Avellaneda. Pero una cosa es el odio al escritor y otra lo que se puede llegar a sentir hacia un personaje como don Quijote y por eso, y a pesar de todo, en la apócrifa segunda parte se percibe una gran admiración hacia el auténtico protagonista de la novela.

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También parece seguro que fue un gran seguidor de Lope de Vega. En el prólogo de su obra, afirma que Cervantes en su Quijote le ofendió a él y «particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más estrangeras, y la nuestra deve tanto, por aver entretenido honestíssima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e inumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se deve esperar«. Como se ve, no puede haber mayor elogio a Lope.

Y algo muy importante para nosotros: conocía perfectamente Alcalá de Henares y su vida estudiantil, lo que puede indicar que vivió en la entonces villa o estudió en su universidad. En su Quijote llega a decir del ambiente universitario: «Por su vida, señor cavallero, que no se meta con estudiantes; porque ay en esta Universidad passados de quatro mil, y tales, que quando se mancomunan y ajutan hazen temblar a todos los de la tierra”.

Desde el punto de vista literario, nos encontramos con una aceptable obra que suele recurrir a casi todos los tópicos del momento. En el lenguaje de Avellaneda se percibe la mano de un buen escritor; los hechos se narran con soltura, aunque se suceden con una cierta lentitud; hay episodios muy bien llevados y llenos de comicidad, aunque un tanto forzada y salida de tono; el diálogo es rápido y se adapta bien a las situaciones narradas. Como ven, no está nada mal y hasta se podría hablar en un libro muy valorado sino hubiera sido porque nació para competir con la mejor idea literaria del siglo XVII. Lo que hace que este Quijote sea muy inferior al de Cervantes es su concepto de la vida, con una ausencia casi total de ideales y con el empleo, en cambio, de gran cantidad de recursos de un naturalismo que le acercan casi a lo escatológico. Con todo, se podría salvar de la quema a pesar de que siempre se va a encontrar con la durísima prueba de ser comparado con una de las más bellas novelas que jamás se han escrito.

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El capítulo XXVIII se desarrolla en Alcalá de Henares. Don Quijote, junto con sus compañeros de viaje, se aloja en «un mesón fuera de la puerta que llaman de Madrid”… y lo que viene después sobre todo es una invitación a leer esta obra, puede que humilde y humillada, pero que al menos nos queda como testimonio de la libertad para criticar y no estar de acuerdo.

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