La primorosa duquesa Ángela, una mujer enamorada de la vida

La primorosa duquesa Ángela, una mujer del siglo XIX enamorada de la vida

Tuvo que ser una gran mujer, libre, inteligente, poderosa, enamorada, bella, envidiada, con principios, un alma libre que murió junto a un hombre tan enamorado de ella que llegó a morir de amor. Suena bien, a historia de leyenda, a drama de Shakespeare, a romanticismo. Vivió en el siglo XIX, una época llena de encanto y de sueños en la que se quiso buscar tiempos perdidos a través del arte, la arquitectura, la belleza.

Ángela Apolonia Pérez de Barradas y Bernuy era cordobesa, nació en 1827 y todo parecía escrito y preparado en su vida para que triunfara. Encantadora, con gracejo andaluz, de mirada algo picarona, puede que por su estrabismo, tan atractiva que aún con sesenta años lo era, como reconoce el conde de Romanones. Una mujer que protagonizó gran parte de la vida social madrileña de mediados del siglo XIX. La primorosa duquesa Ángela la llamaba José Zorrilla, y lo era para él y para casi todos los que la conocieron.

Su padre, IX marqués de Peñaflor, fue Fernando Pérez de Barradas y Arias de Saavedra y su madre María del Rosario de Bernuy y Aguayo. Fue duquesa por su matrimonio con Luis Antonio de Villanueva Fernández de Córdoba Figueroa y Ponce de León, XV Duque de Medinaceli. Tuvo siete hijos y parece que fue feliz en su matrimonio.

Vivió en un fastuoso palacio, uno de esos edificios fantásticos que pudo conservar Madrid y que el progreso acabó devorando. La de veces que he soñado con haber podido conocer ese espléndido lugar. Antiguo palacio del duque de Lerma, acabó siendo la casa de los duques de Medinaceli en la Corte. Situado al final de la carrera de San Jerónimo, donde se encuentra el Hotel Palace, en el siglo XIX, aunque acusaba el paso del tiempo, seguía siendo un edificio lleno de belleza. Allí la duquesa Ángela regaló a la alta sociedad madrileña de la época isabelina momentos espléndidos. Comidas, bailes, tertulias en las que participaban intelectuales, poetas, artistas, políticos. En su casa conoció a Mariano Benlliure, del que se acabaría convirtiendo en una entusiasta admiradora.

Una mujer llena de energía y decisión, que llegó a habilitar en su palacio un taller para hacer prendas destinadas a los heridos de la guerra de África y que admiró a Concepción Arenal, otra gran mujer, libre, feminista a su manera, defensora del catolicismo social y de los derechos de la mujer, con quien llegó a colaborar en iniciativas de tipo social. Incluso llegó a ser empresaria, creando una fábrica de resinas en Navas del Marqués.

La vida comenzó a mostrar signos de crueldad con Ángela en 1873, cuando murió de manera repentina en París su marido. Poco después, en un absurdo accidente de caza, moría su hijo mayor Luis. Luto, pero no resignación. La duquesa Ángela no dejó de ser ella misma y volvió a brillar. En 1882, el rey Alfonso XII creó para ella el título de duquesa de Denia y Tarifa.

Hacia 1890, tuvo que tomar la decisión de dejar su casa, el fantástico y viejo palacio de la carrera de San Jerónimo. Se resistió a abandonar aquel paraíso lleno de recuerdos, pero el mal estado del edificio, y puede que una innata necesidad de renovarse, de cambiar, la llevó a comprar por seis millones de reales el palacio de la plaza de Colón que había sido primero del duque de Uceda y después del  marqués de Salamanca. Y volvió a poner todo su amor en su nueva casa, la reformó en profundidad, la decoró de manera primorosa con obras, entre otros artistas, de su admirado Mariano Belliure, y la convirtió de nuevo en un lugar donde compartir y apasionarse con la vida. Una joya que, una vez más, Madrid no quiso o pudo conservar (se situaba donde hay está el edificio de apartamentos Centro Colón y fue demolido en 1964).

Y volvió el amor. Ángela, con sesenta y seis años, él, Luis de León y Cataumbet, diez años más joven. Luis adoraba a su mujer, y parece ser que, aparte de adorar a la duquesa, poco más hacía en la vida. Contaban las malas lenguas que el duque de Denia se dejaba llevar por su posición social y que sólo tenía interés por los caballos y la caza. Pero lo cierto es que fue una gran historia de amor. Ángela murió en 1903 y él enloqueció hasta morir en 1904.

La primorosa duquesa Ángela, una mujer enamorada de la vida

El panteón de Ángela y Luis se encuentra en el patio de la Purísima Concepción de la Sacramental de San Isidro. Lo encargó Luis, pocos meses antes de morir, al arquitecto Enrique María Repullés y al escultor Mariano Benlliure. Una pirámide truncada alberga los restos de los duques de Denia. Las esculturas de Benlliure sobrecogen por la fuerza y expresividad que transmiten. Las estatuas yacentes de Ángela y Luis, en mármol de Carrara, de un dramático expresionismo, parecen jugar a mostrar los matices del tránsito entre la vida y la muerte. Y el soberbio Cristo crucificado de mármol, encargado a Benlliure por Carlos, hijo de Ángela y II duque de Denia, portentoso, muriendo, con la tensión de un cuerpo que aún lucha por vivir. Un tesoro en un cofre de tesoros. Coronaba la pirámide un espectacular grupo escultórico en bronce y mármol, desaparecido en la Guerra Civil, que representaba el alma de la bella duquesa Ángela escapándose libre hacia el cielo. Dicen que Luis enloqueció, que bagaba por las calles de Madrid, que se emborrachaba,… que se dejó morir buscando a su enamorada.

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