La presencia militar en Alcalá de Henares en el siglo XIX
La presencia militar en Alcalá de Henares en el siglo XIX
José Féilx Huerta Velayos hace en este artículo un recorrido por lo que significó desde el punto de vista social, urbanístico e histórico, la presencia militar en Alcalá de Henares durante el siglo siglo:
«El siglo XIX representa el punto de inflexión en el predominio de las señas de identidad complutenses, la Universidad va languideciendo hasta desaparecer con su traslado a Madrid en 1836 y el Ejército consolida su presencia en Alcalá hasta convertirla en una ciudad cantonal.
El paulatino abandono de los colegios universitarios deja sin uso grandes edificios muy aptos para albergar unidades militares necesitadas además para garantizar la seguridad de la cercana Corte.
En 1802 se anuncia la creación en Alcalá, Granada y Valladolid de tres colegios militares que servirían de instrucción a todos los cadetes del Ejército ubicándose el de Alcalá en el antiguo colegio de Jesuitas.
El proyecto no llegó a ser realidad porque al año siguiente se crea el Real Cuerpo de Zapadores Minadores y la Academia de Ingenieros ambos con base en Alcalá. El regimiento ocuparía el citado colegio de Jesuitas y la Academia los colegios de los Basilios, Mercedarios y Manriques, contiguos en la calle de Roma.
El curso de la Academia comenzó en septiembre de 1803 a pesar de que las obras de adaptación de los edificios no estaban terminadas; los cadetes recibieron una magnifica formación que les convertían en los mejores matemáticos y en excelentes constructores, el marcado carácter ilustrado y liberal de los cadetes contrastaba con el absolutista de la Universidad y sus alumnos, constituyendo una fuente de frecuentes disputas.
Por otra parte la llegada de aproximadamente 1200 hombres, algunos de ellos con sus familias incidió fuertemente en una pequeña ciudad como era entonces Alcalá, de un lado sirvió de ayuda a la depauperada economía local y por otra parte contribuyó a un notable incremento del precio de los alquileres de viviendas y de los artículos de primera necesidad.
Al poco de llegar los Ingenieros construyeron un colector hasta el río Henares según documentación del Archivo Histórico Municipal, abrieron su biblioteca a su ciudad y según cita Luis Miguel de Diego tuvieron entre 1804 y 1806 un periódico manuscrito llamado “Semanario Militar” que contaba con un buen número de suscriptores entre alumnos y profesores de la Academia y Oficiales del regimiento, que además de recibir el ejemplar del periódico tenían derecho a participar en un sorteo de libros o instrumentos científicos.
No siempre permanecieron los Zapadores en Alcalá, con el fin de prevenir ataques de los ingleses salieron batallones expedicionarios a Galicia, Menorca y Gibraltar e incluso marcharon a Dinamarca formando parte de la expedición del marqués de la Romana.
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
Cuando se produjeron en Madrid los sucesos del 2 de mayo de 1808 la guarnición de Alcalá desobedeciendo las órdenes de las autoridades decidió incorporarse al levantamiento y el 24 de mayo con las banderas desplegadas y a tambor batiente salió de Alcalá hacía Valencia por la cuesta del Zulema en lo que se conoce como la fuga de los Zapadores, siendo la primera unidad completa que se reveló contra los franceses en el territorio dominado por ellos, marchando igualmente los alumnos de la Academia que eran subtenientes del regimiento.
Durante la Guerra de la Independencia Alcalá contó habitualmente con una pequeña guarnición francesa aunque en algún momento esporádicamente albergó a varios miles de soldados de paso.
Los franceses ocuparon los colegios y conventos causando destrozos, incendios y robos en al patrimonio complutense, siempre hostigados por la guerrilla, especialmente de El Empecinado que el 2 de mayo de 1813 protagonizó una victoriosa escaramuza en la zona del puente del Zulema que en Alcalá se tomó como una gran victoria, tanto que la ciudad le dedicó una calle en la que se eleva un monumento a su figura.
EL REGRESO DE LA ACADEMIA
Una vez finalizada la contienda la Academia volvió a Alcalá aunque hubo que esperar a la reparación de los edificios que habían quedado seriamente dañados para iniciar las clases.
A finales de 1814 llegaron los profesores y poco después los alumnos que comenzaron el curso en 1815. El 10 de agosto de 1816 Fernando VII estuvo en Alcalá visitando la Universidad y las unidades militares como sucedería desde entonces con todas las visitas reales del siglo XIX .
El Monarca después del acto en el Paraninfo donde el Infante recibió el título de doctor pasó a visitar la vecina sede de la Academia y al día siguiente presenció las maniobras del regimiento en el río Henares. La Academia estuvo en Alcalá hasta su clausura en septiembre de 1823.
De la Academia entre alumnos y profesores, salieron dos Capitanes Generales, cuatro Ministros de la Guerra, cuatro laureados de San Fernando y un académico de la Historia que también lo fue de la de Ciencias.
Posteriormente entre 1824 y 1826 el tercer regimiento de Granaderos de la Guardia Real estuvo acantonado en el antiguo convento de Jesuitas al tiempo que algún contingente de los 100.000 hijos de San Luis ocupó intermitentemente el Colegio de Málaga.
LA ACADEMIA DE ARTILLERÍA
En 1829 se pensó volver a instituir la Academia de Artillería en un lugar cercano a Madrid eligiéndose Alcalá, sin duda por la abundancia de grandes edificios vacíos o infrautilizados que con una pequeña inversión podían ponerse en uso.
El principal edificio ocupado fue el antiguo colegio de los Caballeros Manriques al que se fueron añadiendo el colegio de San Agustín, tan deteriorado que solo sirvió como almacén de grano y especialmente el excelente colegio de Málaga.
La apertura de curso se celebró con un discurso del General Joaquín Navarro Sangran, Director General de Artillería en el que destacaba el “aspecto científico y facultativo de la guerra que cabe al oficial de Artillería” lo que corrobora la sólida formación que recibían los 60 cadetes de la Academia a lo largo de los seis cursos de permanencia, con especial dedicación a las Matemáticas y a la Geometría y su aplicación a la Artillería aunque sin olvidar la Física, la Química, las lenguas castellana y francesa, la Historia, la equitación, la esgrima e incluso el baile.
Posteriormente se añadió el vecino colegio de los Trinitarios Descalzos, especialmente útil cuando la Academia incorporó otra de nueva creación para sargentos, cabos y soldados distinguidos que deseaban ascender a subtenientes.
En 1837 ante el temor de que las tropas carlistas entraran en Alcalá primero y en Madrid después, se envió a Alcalá al capitán de Ingenieros Pedro Ortiz Pinedo con objeto de informar del estado de la muralla que rodeaba la ciudad y de las posibilidades de ser defendida.
El informe no pudo ser más contundente, desaconsejaba la reparación de la muralla por el pésimo estado en el que se encontraba y por su gran perímetro que no podría ser defendido por el escaso número de habitantes –alrededor de 1.000 vecinos- con que contaba Alcalá.
Por otra parte aconsejaba poner a salvo a los cadetes que por su extremada juventud, para ingresar deberían tener 12 años cumplidos y no más de 15, no eran aptos para la defensa de la Academia, que a pesar de contar con una sólida construcción, tenía una difícil defensa por estar rodeado de altos edificios por lo que recomendaba su traslado al Palacio Arzobispal suficientemente aislado y amurallado.
Otras voces clamaban por su traslado a Sevilla o a Madrid donde finalmente marchó en octubre de 1837.
ALCALÁ CUNA DE LA MODERNA CABALLERÍA ESPAÑOLA
Por R.O. de 7 de febrero de 1839, once grandes edificios universitarios fueron cedidos por la Hacienda Pública al Arma de Caballería que fue concentrando en Alcalá sus depósitos, almacenes y algunos de sus regimientos.
Fue providencial la figura de Valentín Ferraz, Inspector General de Caballería que contribuyó decisivamente a la modernización del Arma creando en 1842 el Establecimiento Central de Instrucción de Caballería formado por una Escuela Práctica para Oficiales, un Depósito de Instrucción de quintos, una Escuela de Herradores y Forjadores, además de las de Equitación y Trompetas y Educandos que se estableció en Alcalá.
El proyecto más importante y que hubiera cambiado sin duda el futuro de la manzana cisneriana fue el que realizó el 24 de agosto de 1844 el Ingeniero Militar Antonio de la Iglesia para instalar el Colegio General Militar en el colegio de San Ildefonso.
El proyecto respetaba la fachada principal y los patios de Santo Tomás y Trilingüe, desapareciendo la capilla de San Ildefonso, sustituida por otra que se levantaba en el lugar que ocupa el Paraninfo y las construcciones del patio de los Filósofos en torno al cual se alzarían la mayoría de los edificios de nueva planta que deberían albergar a 600 cadetes.
Finalmente el colegio se instaló en Madrid y tuvo una vida efímera.
Entretanto en 1847 vuelve a intentarse la reforma en profundidad del Arma de Caballería incidiendo principalmente en la uniformidad de la instrucción de los reclutas. Con este pensamiento y como medida transitoria se crearon tres depósitos en Almagro, Zaragoza y Alcalá que hicieron posible la recepción de quintos. El depósito de Alcalá contaba cuando llegaron los quintos del remplazo de 1845, con 1.690 hombres y 588 caballos procedentes de nueve regimientos, casi el doble que el de Zaragoza y el triple que el de Almagro.
En 1849 el Establecimiento estaba mandado por un Brigadier que tenía a sus órdenes 1.600 hombres y 750 caballos.
Mención especial merece la creación dentro del Establecimiento Central de Instrucción de una escuela de Gimnasia, experiencia innovadora para la época “recomendada por la experiencia extranjera y nacional como muy conveniente”.
Todo esto con ser importante para la modernización de la Caballería, no era suficiente, los oficiales destinados al Arma procedentes del Colegio General Militar carecían de la instrucción específica necesaria en Caballería. Se hacía por lo tanto imprescindible la creación de un Colegio de Caballería “fijado a la inmediación del Establecimiento Central de Instrucción” con lo que se proporcionaba a los cadetes una escuela práctica en gran escala, ejercitándose al mismo tiempo que los escuadrones del Establecimiento Central.
El Colegio creado por R.O. de noviembre de 1850, se encontraba con la dificultad de buscar un edificio digno donde instalarse, afortunadamente al mismo tiempo se creaba la Sociedad de Condueños que compraba al conde de Quinto la manzana del Colegio de San Ildefonso.
El principal problema con que se encontró el Colegio para su instalación fue el deplorable estado con que el conde de Quinto había dejado el edificio, habitaciones sin puertas, suelos levantados, ventanas sin hojas o sin cristales, formaban un escenario que los 100 cadetes que integraban el Colegio tuvieron que soportar a partir del 1 de enero de 1851 después de unas rápidas reformas que seguramente no eran suficientes.
La notable inversión necesaria para acondicionar definitivamente el Colegio, movió a los militares a proponer a la Sociedad de Condueños la compra o la cesión total de los edificios y ante la negativa de los propietarios comenzó una serie de desencuentros que culminarían con el traslado a Valladolid en mayo de 1852.
Durante el siglo XIX la guarnición es fundamentalmente de Caballería, la estancia en Alcalá es corta, hay algún año en el que se citan seis regimientos y en total a lo largo del siglo son 21 los que en algún momento pasaron por Alcalá, es decir prácticamente todos los que no eran de Ultramar, algo difícil de encontrar en cualquier otra ciudad española.
LAS CONSTRUCCIONES MILITARES DE NUEVA PLANTA
Hacia la mitad del siglo se pretende hacer de Alcalá una autentica ciudad militar, levantando de nueva planta notables cuarteles; existe un proyecto de 1858 capaz para dos regimientos de Caballería y otro del año siguiente para un solo regimiento que nunca se llevaron a cabo, si se hizo el del cuartel de San Diego construído sobre los terrenos que ocupaba principalmente el colegio franciscano de Santa María de Jesús y la iglesia de San Diego.
El convento franciscano pasó al Arma de Caballería en 1839 adjudicándole una capacidad de entre 650 y 750 hombres y 574 caballos, la mayor de todas las asignadas a los distintos edificios cedidos.
Su mal estado de conservación que obliga a efectuar permanentes obras de reparación hace que se contemple la construcción de un nuevo cuartel primero con un proyecto de 1849 que no se llevó a cabo y posteriormente otro obra del Teniente Coronel de Ingenieros Francisco Javier del Valle que tiene fecha de 1859 y que se ejecutó por el constructor Fernando Huerta de las Heras.
A pesar de todo no habría sido construido de haber prosperado las gestiones llevadas a cabo por el Ejército con los propietarios de las eras de San Isidro el 18 de abril de 1859 en presencia del alcalde Ceferino Echevarría y del Coronel de Ingenieros León de Gámiz autor del primer proyecto
En la reunión los propietarios mostraron su negativa a vender las tierras por el enorme perjuicio que les ocasionaría, teniendo en cuenta la proximidad de sus tierras de labor y de sus graneros; ofrecían a cambio la posibilidad de construir el cuartel en un terreno inmediato al paseo del Chorrillo, próximo al lugar donde los regimientos llevaban a cabo ejercicios de instrucción y que no fue aceptado por su lejanía, por los militares.
Al iniciarse las obras de demolición del convento franciscano, se pensó en respetar la airosa cúpula de la capilla de San Diego y la fachada de sillería de la iglesia pero el rechazo al derribo produjo un movimiento ciudadano que llegó al Arzobispo de Toledo el cardenal franciscano Alameda quien se dirigió a los ministros de la Guerra y de Gracia y Justicia, consiguiendo paralizar inicialmente el proceso y finalmente autorizarlo a condición de recuperar para el Arzobispado la iglesia de Jesuitas que había pasado a ser propiedad de los militares que además la restauraban a sus expensas, todo ello con la satisfacción de los autores del proyecto del cuartel que no veían con buenos ojos la conservación de una parte del viejo edificio que restaba armonía y funcionalidad al levantado de nueva planta.
El nuevo cuartel fue construido de modo semejante al de la montaña del Príncipe Pío de Madrid, y aunque en 1862 ya podía albergar a un regimiento de Caballería finalmente se decidió su ampliación para un segundo regimiento y en 1865 lo ocupaban los de coraceros del Rey y de la Reina.
La tradición popular decía que se había construido con “ochavos morunos” porque se hizo con la indemnización pagada a España al finalizar la Guerra de África de 1860.
El edificio calificado en 1882 por Liborio Acosta de la Torre como “palacio de la fuerza armada” fue visitado por el Rey Alfonso XII el 8 de junio de 1880 que además estuvo en la Escuela de Herradores, en el Hospital Militar y en la Escuela de Equitación.
La presencia de unidades de Infantería fue testimonial hasta finales de siglo, en que aumentó considerablemente, turnándose batallones y regimientos e incluso el propio Gobernador Militar fue entonces un General del Arma.
En la última década del siglo pasaron por la guarnición alcalaína nombres tan destacados como los generales Cavalcanti, Fernández Silvestre o Queipo de Llano.
Para dar una idea de la importancia del Ejercito en Alcalá a lo largo de la centuria, basta citar que en el censo de 1877 según Esteban Azaña de 12.035 habitantes, 2.234 eran militares, sin incluir los ausentes en comisión de servicio, a los que habría de añadir las familias y los que fijaban su residencia tras cesar en el servicio activo, si descontamos del total el numeroso grupo de presos -1.215- no es aventurado afirmar que la población militar podría ser superior a la civil.
Y por otra parte el proyecto castrense de Alcalá desde el punto de vista arquitectónico , según Virginia Tovar, se trata de una obra militar de excepcional importancia con unos proyectos considerados como un destacado testimonio del monumentalismo alternativo de Alcalá en el siglo XIX que son testimonio gráfico por si mismos suficientemente elocuentes para demostrar que la propuesta fue una operación que ha de pasar a los anales de la arquitectura militar española.
José Félix Huerta Velayos, Presidente de la Sociedad de Condueños.»