La Edad Media

CANTAR DE MIO CID. Un tal Pero Abad, en el siglo XIV, copió un canto legendario que recorría los pueblos castellanos. Utilizó una lengua muy suya, llena de las impurezas que por entonces se llevaban por las tierras de San Esteban de Gormaz. El Cantar en honor a Mío Cid, a Rodrigo Díaz de Vivar, se convirtió en el manual del perfecto ciudadano del momento y, de paso, en un maravilloso hilado de palabras.

Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, alférez del rey Sancho II de Castilla, vino al mundo en Vivar en 1048 y murió en Valencia en 1099. La historia que contaban y cantaban sobre él comienza cuando hace jurar en Santa Gadea a Alfonso VI de Castilla que no ha tenido nada que ver en la muerte de su hermano Sancho II. Luego vendría el destierro de tierras de Castilla y la desgarradora afrenta de Corpes. Lo escrito por Pero Abad se divide en tres cantos: el del destierro, el de bodas y el de la afrenta de Corpes.

Desterrado, tras despedirse de su mujer e hijas y dejarlas al cuidado de los monjes en el monasterio de Cardeñas, Rodrigo se dedica a hostigar a los caudillos y reyezuelos musulmanes que va encontrando a su paso. Las fuerzas entre estos últimos y los cristianos están muy igualadas y la zona en la que se encuentra Alcalá de Henares es de las más propicias a racias y peleas, por ser tierra de frontera, situación que propicia que ocurran continuas escaramuzas y que las ciudades sean conquistadas por unos y reconquistadas por los otros sucesivamente. Es el Cantar I, y el Cid, en tierras del Henares, va a lograr su primera gran victoria: “A osadas corred que por miedo nom dexedes nada. / Fita ayuso e por Guadalfajara / Fata Alcalá legen las (aras), / E bien acojan todas las ganancias, / Que por miedo de los moros non dexen nada”. (versos 445-48).

La expedición tuvo éxito, por lo que: “…Fasta Alcalá lego la seña de Minaya, / E desi arriba e por Guadalfajara”. ( versos 477-79).

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JUAN RUIZ, ARCIPRESTE DE HITA. LIBRO DE BUEN AMOR. Seguimos añadiendo piezas a nuestro vestido medieval gracias a un muy serio y socarrón escritor, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Alcalá en el siglo XIV es una ciudad que está creciendo. En ella conviven, en una aparente tranquilidad, cristianos, alrededor de la iglesia de los Santos Niños, judíos, en torno a la calle Mayor, y musulmanes, hacia la actual calle de Santiago. Uno de los problemas más graves de por entonces fue el de los malentendidos que provocaba la actitud liberal de buena parte del estamento religioso en todo aquello que se refería a las debilidades humanas. Se celebraron sínodos y concilios para tratar de arreglar la situación, algunos de ellos en Alcalá, como por ejemplo el de 1325.

A Juan Ruiz, que la historia ha querido conocer más como el Arcipreste de Hita, se le puede acusar de muchas cosas, aunque de casi todas se le puede perdonar: un algo de mujeriego, lo justo de borrachín, profundamente religioso y, quizá por todo ello, un magistral escritor. Siempre se ha dicho, y será verdad, que su intención al escribir no era otra que la de avisar y adoctrinar en contra de los vicios y tentaciones de la vida. Pero, y nunca un pero ha tenido más sentido, consigue, a sabiendas o a escondidas, un maravilloso fresco, pintado a base de luz, olores, sensualidad, picardía y extravagancias varias que refleja mejor que ningún otro el sentimiento amoroso que envolvió a su época.

«Hija, mucho os saluda uno que es de Alcalá / y os envía una zodra con aqueste albalá; / el Señor os protege, muchas riquezas ha. / Tomadlo, hija, señora». La mora: -«Legualá»-. (No, ¡por Alá!)

Esta copla número 1510 del “Libro de Buen Amor”, ha hecho pensar en Alcalá de Henares como la patria del Arcipreste. Patria, Henares, y campo de la Alcarria que conoció al dedillo, como demuestran sus referencias a estos lugares: “Por amor desta dueña fiz trobas e cantares, / sembré avena loca ribera de Henares;”. Y recordando los cangrejos del río dice: “Del río de Henares venían los camarones…”

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El Renacimiento

Desde cualquier punto de vista, la etapa más importante para Alcalá va unida a la fundación universitaria. El siglo XVI va a ser pródigo en escritores que encuentran en la ciudad el ambiente apropiado para su labor de creación. No debemos olvidar tampoco el esencial papel que jugó la imprenta, convirtiendo a Alcalá en uno de los más importantes focos de publicaciones de toda Europa. Aquí trabajaron impresores como Estanislao Polono, impresor en 1502 de la “Vita Cristi” de Ludolphus de Sajonia, o Arnao Guillén de Brocar, que va a imprimir la famosa “Biblia Políglota Complutense”. La vida universitaria se encuentra en su máximo esplendor. Erasmo de Rotterdam es, en los primeros años de la Universidad, un modelo a seguir. Antonio de Nebrija es profesor en Alcalá. Las fundaciones de colegios menores se suceden y grandes arzobispos toledanos van convirtiendo la ciudad en una bellísima amalgama renacentista. Pronto empiezan también los famosos Certámenes Poéticos en la Universidad, que se van a mantener prácticamente durante toda su historia. El primer poeta laureado por la Complutense va a ser el extremeño Benito Arias Montano, uno de los más importantes eruditos de su tiempo. Intelectuales y políticos extranjeros, como Andrea Navagero o el portugués Gaspar Barreiros, se acercan hasta Alcalá atraídos por su vida intelectual. Los géneros literarios de la época, sobre todo la poesía amorosa, encuentran el ambiente apropiado para su desarrollo y por Alcalá van a pasar los máximos representantes de las corrientes literarias del siglo. Y por si fuera poco, en 1547 nace Miguel de Cervantes en la alcalaína calle de la Imagen.

Alcalá y la literatura, tan difuminada por entonces en la multitud de posibilidades de creación, se adaptan mutuamente gracias a la palabra de los mejores escritores y pensadores. De entre ellos merece la pena recordar a grandes intelectuales como Domingo de Soto, Ambrosio de Morales o a los autores de la Políglota; todos hombres cultos, dedicados al estudio de la Teología, la Filología, el Derecho o la Historia. Y en realidad sólo son un pequeño retazo de lo que de verdad se fraguó por aquel entonces en estas tierras.

ANTONIO DE NEBRIJA. Cuando nace Antonio, en Lebrija (Sevilla), en 1441 todavía no se ha inventado la imprenta. Quizá esta circunstancia sea suficiente para valorar la importancia de personas de su generación a la hora de transformar por completo la realidad intelectual que les tocó vivir. La vida de Antonio se desarrolló en gran parte durante el reinado de los Reyes Católicos. Cuando muere en Alcalá, en 1522, es profesor en la joven Universidad Complutense. Había estudiado en Salamanca e Italia y fue también profesor en la universidad salmantina.

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Hombre moderno, de profundas convicciones humanistas, perfecto conocedor de las lenguas clásicas y apasionado de la lengua latina. Escribió sobre teología, derecho, astrología, pedagogía, aunque de su obra hay que destacar sus trabajos filológicos: gramáticas del latín, griego y hebreo, diccionarios latín-español y español-latín y sobre todo su «Arte de la lengua castellana», primera gramática escrita de una lengua moderna europea.

Quizá no se conciba aquella época de elevación de lo humano sin la poesía. El arte poético resurge y los hombres lloran amores desgraciados mientras guerrean en crueles batallas.  El cortesano enamorado y el guerrero poeta se funden en un nuevo prototipo de hombre que ve en lo literario una divisa que desea lucir con orgullo. En Alcalá no tuvimos a un Garcilaso, a un Boscán o a un Hurtado de Mendoza, pero sí a dos poetas que quisieron responder a todos los tópicos que la moda de entonces exigía. Su poesía, que sigue la corriente del estilo amoroso a la italiana, se desarrolla en el bucólico ambiente de las riberas del Henares y se llena de encantadores sentimientos en torno al mundo pastoril, el sufrimiento del amado por la ausencia de la amada y los laberintos de pasiones.

FRANCISCO DE FIGUEROA. Nacido en Alcalá, adoptó, en su condición de enamorado, el seudónimo pastoril de Tirsi, aunque se le elevó al glorioso parnaso de los poetas con el apelativo de “el Divino”. Por cierto, Cervantes, en su novela pastoril “La Galatea, se acordará de este compatriota. En muchas de sus composiciones, la mayoría de ellas Églogas de carácter pastoril, aparece Alcalá o su río: «… por las frescas riberas del Henares, / donde el famoso Tirsis apacienta»

Escribió en castellano e italiano y cuenta la tradición que al final de su vida quemó parte de sus obras; sólo quedaron para la posteridad «Canciones a Fili» y «Elegías».

PEDRO LAÍNEZ. Alcalaíno y amigo del anterior, hasta el punto de que a veces se confunden sus composiciones, como él se refiere al Henares cuando describe en sus poesías los bucólicos paisajes pastoriles. Utilizó Damón como seudónimo pastoril y también  aparece en “La Galatea” de Cervantes.

Pero sigamos llenando de ropajes a un siglo tan ensimismado en su condición literaria como lo fue el XVI. Prosistas, poetas y, profundizando aún más, prosistas y poetas religiosos. La religiosidad se eleva hasta alcanzar lo inmaterial; se goza de un estado que los tratadistas llaman, dispuestos como siempre a colocar un nombre a lo incomprensible, ascética y mística. Dentro de esta corriente de literatura religiosa, y en relación a Alcalá, merece la pena recordar a tres de sus más importantes representantes.

IGNACIO DE LOYOLA. Este militar, nacido en el castillo de Loyola (Guipúzcoa) en 1491, sirvió como capitán a las órdenes del duque de Nájera, virrey de Navarra. Quiso la fortuna que fuera herido en Pamplona, circunstancia que le obligó a permanecer en cama durante una buena temporada. En este tiempo eligió dedicar sus muchas horas de soledad a reflexionar sobre la vida de Cristo, leyendo cuanto caía en sus manos. Ignacio consigue definir un nuevo concepto espiritual, el de “soldado de Cristo”, que llegaría a triunfar arropado por las corrientes religiosas de finales del XVI. En 1526 está en Alcalá con el deseo de estudiar Filosofía y Teología. Vive, primero, en el Hospicio de Santa María la Rica y, después, en el Hospital de Antezana. En la entonces villa, sufre tres procesos inquisitoriales acusado, entre otras cosas, de algo tan socorrido para sus acusadores como seguir las ideas del iluminismo.

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En sus “Ejercicios espirituales” muestra su ideario religioso: «Más conveniente es que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota abrazándola en su amor y alabanza… dexe obrar al Criador con la Criatura y a la criatura con su Criador y Señor». Siempre exhorta a “gustar de las cosas internamente”.

TERESA DE JESÚS. Teresa de Cepeda y Ahumada nace en Ávila en 1515. A los diecinueve años ingresa en el Carmelo, emprendiendo una profunda y austera reforma de la Orden. En 1576 visita el convento de Carmelitas Descalzas de La Imagen de Alcalá.

Mujer de fuerte temperamento, de la que un dominico llegó a decir que no era mujer «sino varón y de los muy barbados». Para ella la meditación sólo tiene valor si va acompañada de una eficaz actividad. Solía decir que también  «entre los pucheros anda el Señor». Representante suprema de la literatura mística, su afán de sencillez se refleja en la forma de expresarse en sus libros, que no deja de ser la propia del habla familiar de Castilla. Algunas de sus obras más importantes son el “Libro de su vida” (1588), el “Libro de las fundaciones” y el “Libro de las moradas o castillo interior” (1588).

JUAN DE LA CRUZ. Más que místico, poeta; más que carmelita, hombre de sentimientos y de belleza estética y formal que quiso o supo elevar la poesía hasta la más sublime perfección. Todo un honor para Alcalá haber tenido como parte de su Universidad a este abulense, nacido, en 1542, en Fontiveros. A los veinticinco años se encuentra con Teresa de Jesús y se une a su proyecto de reforma. Fue el primer rector del Colegio Convento de Carmelitas Descalzos de San Cirilo, cuya iglesia es en la actualidad el teatro universitario “La Galera”.

De entre sus obras destacan “Noche oscura” y “Cántico espiritual”.

El prestigio de Alcalá por aquel entonces fue tal que incluso se llegó a formar en las aulas complutenses el muy salmantino Fray Luis de León, matriculado en la Universidad en 1556.

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El Barroco

El siglo XVII, época en la que la vida universitaria está plenamente asentada, se corresponde, junto al siglo XVI, con una de las etapas más importantes de la literatura española: el Siglo de Oro. El país está en plena decadencia y más que nunca es un gigante con pies de barro. Ya no hay grandes Arzobispos de Toledo, a excepción de Bernardo de Sandoval y Rojas, que sean dignos de aparecer como mecenas de la ciudad. Los estudios universitarios se siguen desarrollando con normalidad, aunque también son el reflejo de una época de contrastes y cambios. Se celebran fiestas, aparecen pícaros y el teatro llega a su máximo esplendor. También ocurren muchas transformaciones desde el punto de vista arquitectónico. Es el momento en el que Alcalá se convierte en una ciudad barroca al edificarse gran parte de los colegios y conventos fundados en el siglo anterior. En este ambiente escribe el más universal de nuestros literatos, Miguel de Cervantes, y junto a él Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, Mateo Alemán y un largo y fecundo etcétera.

Para comenzar a coser el nuevo vestido literario de la Alcalá barroca, conviene retomar un fenómeno que, como ya se vio, contó, desde el siglo XVI, con una gran tradición en Alcalá: los certámenes poéticos. Y como ejemplo, valga aquel organizado en 1606 por la Universidad en honor a la visita del duque de Lerma con motivo de su nombramiento como “Protector” de la misma. Mayor barroquismo, tanto por el personaje como por el título, no cabe. En algunas de las composiciones del citado certamen aparecen referencias al Henares y a la ciudad.

MIGUEL DE CERVANTES. “El Quijote”. “No se puede hallar una obra más profunda y poderosa que el Quijote. Hasta el momento es la grande y última palabra de la mente humana. Es la ironía más amarga que puede expresar el hombre. Y si el mundo se acabase, y en el Más Allá -en algún lugar- alguien preguntase al hombre: bien, ¿has comprendido tu vida, y qué has concluido?, entonces el hombre podría, silenciosamente, entregarle el Don Quijote: estas son mis conclusiones acerca de la vida, y tú, ¿me puedes criticar por ello?». (Dostoievski).

“El Quijote y Alcalá”. Quizá exagerara Dostoievski, pero sin duda, y como única y escueta explicación, para qué más, el Quijote es una gran obra literaria. En cuanto a Alcalá, Cervantes quiso que apareciera en su novela, y por ello es normal encontrar a lo largo del libro versos donde recuerda al río Henares -como en la poesía que canta al arpa Altisidora alabando las galas de Dulcinea-: «Por eso será famosa / desde Henares a Jarama, …»). Aunque para la ciudad la cita quijotesca por excelencia es aquella del capítulo XXIX de la primera parte que dice: «… y aun haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto».

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En “La Galatea” Cervantes plantea una trama de ambiente pastoril que en parte se desarrolla en las riberas del Henares. Además, es importante señalar que la primera edición de esta obra se imprimió en Alcalá el año 1585. «En las riberas del famoso Henares, que al vuestro dorado Tajo, hermosísimas pastoras, da siempre fresco y agradable tributo, fui yo nascida y criada, y no en tan baja fortuna que me tuviese por la peor de mi aldea». Nótese que Galatea nace, como el propio Cervantes, en las riberas del Henares. El río va a aparecer en numerosas ocasiones a lo largo de la narración.

En algunos fragmentos de “Los Trabajos de Persiles Y Segismunda” aparece el Henares: «… los besos y abrazos que se daban los dos famosos ríos Henares y Tajo; …»

Y para finalizar este breve repaso a la relación literaria entre Cervantes y Alcalá, en “El coloquio de los perros”, que forma parte de las “Novelas Ejemplares”, se hace referencia a Alcalá en el siguiente diálogo entre los dos protagonistas, Cipión y Berganza: «Berganza.- Desa manera no haré yo mucho en tener por señal portentosa lo que oí decir los días  pasados a un estudiante, pasando por Alcalá de Henares. / Cipión.-  ¿Qué le oíste decir? / Berganza.- Que de cinco mil estudiantes que cursaban aquel año en la Universidad, los dos mil  oían Medicina. / Cipión.- Pues, ¿qué vienes a inferir deso? / Berganza.- Infiero, o que estos dos mil médicos han de tener enfermos que curar (que sería  harta plaga y mala ventura), o ellos se han de morir de hambre».

ALONSO FERNÁNDEZ DE AVELLANEDA. Cervantes tuvo su gran enemigo en un tal Alonso Fernández de Avellaneda, nombre enigmático que posiblemente esconda un sentimiento colectivo más que una singularidad. En 1614, cuando Cervantes está trabajando en la segunda parte del Quijote, se publica, con pie de imprenta de Tarragona, el “Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”. Aparece firmado por el citado Alonso Fernández de Avellaneda. El capítulo XXVIII se desarrolla en Alcalá. Don Quijote, junto con sus compañeros de viaje, se aloja en «un mesón fuera de la puerta que llaman de Madrid,…». En la obra se aprecia un perfecto conocimiento de la vida estudiantil alcalaína: «Por su vida, señor cavallero, que no se meta con estudiantes; porque ay en esta Universidad passados de quatro mil, y tales, que quando se mancomunan y ajutan hazen temblar a todos los de la tierra».

A lo largo del siglo XVII, la ficción novelesca se orienta hacia el realismo gracias a un  género literario que se llegó a conocer como picaresco. Este tipo de novela se inicia en el siglo XVI con “El Lazarillo de Tormes”, una de cuyas primeras ediciones se publicó en Alcalá el año 1554, pero no va a hallar continuadores hasta que Mateo Alemán reanuda el género, medio siglo más tarde, con el “Guzmán de Alfarache”. A partir de esta obra, la picaresca se llenará de acritud y dureza. Aparece una visión desengañada de la existencia, un realismo descarnado y hasta deforme, pero sobre todo lo que muestran estas obras es una implacable crítica hacia la decadencia material y moral de la sociedad española del siglo XVII y, en este sentido, quizá no hubo mejor escenario ni mejores actores que los ofrecidos por Alcalá.

MATEO ALEMÁN. Este sevillano, que estudió en Salamanca y Alcalá, publicó “Guzmán de Alfarache” en 1599. La obra presenta una completa y amarga visión de su mundo. La vida es una lucha, el hombre es malo, no se puede confiar en los demás, todo en el mundo es fingido, vano, mentira e ilusión, no hay salida. En cuanto a Alcalá, el capítulo IV de la segunda parte se titula: «Viudo ya Guzmán de Alfarache, trata de oír artes y teología en Alcalá de Henares, para ordenarse de misa y , habiendo ya cursado, vuélvese a casar». Quizá lo más sugerente de este capítulo sea la magnífica y cariñosa descripción de la vida de los estudiantes alcalaínos que hace Mateo Alemán.

FRANCISCO DE QUEVEDO. Quevedo, estudiante en Alcalá entre 1596 y 1600 y residente en el Colegio del Rey (actual sede del Instituto Cervantes), escribe la “Historia del Buscón don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños” hacia 1603 y la publica en 1626. En el Buscón sale a relucir un autor despiadodo y hasta cruel con sus personajes. La para él repulsiva figura del pícaro, zarandeada cruelmente, viene a ser la concreción de un mundo abyecto en el que sólo tienen existencia las más bajas apetencias y en el «que no queda resquicio para el menor idealismo». Los capítulos IV y V están dedicados al paso de Pablos por Alcalá.

También en su obra poética va a recordar Quevedo a la ciudad, aunque siempre a través de su río, como por ejemplo, en aquel poema amoroso, escrito en sus años de estudiante, que comienza con «Detén tu curso, Henares tan crecido,».

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El teatro barroco y sus más brillantes representantes también forman parte de nuestra ciudad literaria. Alcalá y el teatro se unen en un edificio, el Corral o Patio de Comedias de la plaza de Cervantes, en una forma de sentir la vida, la sociedad barroca, y en los escritores que, estudiantes en las aulas de su Universidad, llegaron a ser el modelo cultural y literario de una nueva manera de entender el arte de la comedia.

FÉLIX LOPE DE VEGA CARPIO. El más grande de nuestros escritores dramáticos nació en Madrid en 1562. En 1576 vivió en el Colegio de los Manriques de Alcalá, situado en la calle de los Colegios.

No sólo escribió teatro Lope. En el “Laurel de Apolo”, obra en verso de tipo laudatorio, aparece en numerosas ocasiones el río Henares: «Con que eres ya dorado Manzanares / del Tajo enojo, emulación de Henares». En alguna de sus Églogas también aparece citado el río Henares, siempre como un lugar de ideal ambiente pastoril. Así ocurre en la «Égloga panegírica al epigrama del Serenísimo Infante Carlos» o en la titulada «Amarilis». En esta última se refiere a la Universidad cuando dice. «Adonde el claro Henares se desata / en blando aljófar, nuevo amante Alfeo, / Atenas española se retrata, / fértil de sabios, en mayor liceo”. Además, Lope dedica varias poesías al Divino Figueroa, «Mas como tu Academia / no propone al Divino Figueroa,…»,  y a Pedro Laínez, «Tal fue Pedro Laínez, / raro y único poeta,…». Aunque de entre sus composiciones poéticas merece ser destacada, por el tema tratado, el “Soneto dedicado a los Santos Justo  y Pastor”: «La madre de las ciencias donde a tantos / verde laurel por únicos publica, / dos corderos al cielo sacrifica, / primicias ya de innumerables santos.

En cuanto al teatro, trata un tema tan alcalaíno como el de San Diego en la comedia titulada “San Diego de Alcalá”. En otra comedia, “San Isidro Labrador de Madrid”,  aparecen dos estudiantes que compran en la famosa Feria de Alcalá:

BARTOLO.– ¿Flauta? ¿Adónde la has habido?

PEROTE.- ¡Muy lindo es eso, por Dios! En la feria la compré.

BARTOLO.– ¿En cuál?

PEROTE.– En la de Alcalá

También Pedro Calderón de la Barca pasó, como alumno del Colegio de los Jesuitas, por las aulas universitarias de Alcalá, aunque la única relación literaria con la ciudad sea ésta. No se puede decir lo mismo de Agustín Moreto, también estudiante alcalaíno, en algunas de cuyas obras aparecen el Henares y la ciudad, como ocurre en “El Valiente Justiciero”, adaptación literaria de la leyenda del Rico Home de Alcalá. Otro estudiante en Alcalá, Tirso de Molina, va a recordar sus años universitarios en la obra “La Santa Juana”, donde habla de los vicios de los estudiantes de la Universidad: «¿Y faltarán en Alcalá, donde están dando los vicios licciones? Más sabéis el previegio que da una Universidad. El vicio y la libertad también tienen su colegio».

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La Ilustración

El siglo XVIII es el de la decadencia para la Universidad de Alcalá. El centralismo de la nueva casa reinante, los Borbones, mal va a tolerar la autonomía universitaria de una fundación como la alcalaína y desde el principio va a haber intentos para acabar con ella. A pesar de estas circunstancias, también hay que contar con el hecho de que la propia Universidad se encargara, sin ayuda de nadie, de desprestigiarse a sí misma. Van desapareciendo colegios menores, debido, entre otras razones, a la falta de medios económicos. Prácticamente toda la estructura universitaria se encuentra corrompida, convirtiéndose en un reducto elitista y con cada vez menor sentido y rigor académico. Tenía cierta lógica, además, que una universidad con el pasado de la Complutense cayera mal a los hombres de la Ilustración, deseosos de cambios educativos en España y de una apertura hacia Europa. El siglo se cierra con los intentos de reforma universitaria emprendidos por Carlos III.

MELCHOR GASPAR DE JOVELLANOS. A Melchor Gaspar de Jovellanos, nacido en Gijón en 1744, le tocó vivir, como estudiante del Colegio Mayor de San Ildefonso, donde se llegó a doctorar en Derecho, uno de los períodos más trágicos y decadentes de la vida universitaria.

En cuanto a su ideario político, social y literario, le convierte en un perfecto ejemplo del hombre de la Ilustración. Sus preocupaciones se centran en la educación, la reforma de la actividad pública, la reforma de los espectáculos públicos o la reforma agraria. Fue acusado del “grave” delito de introducir en España una edición de «El contrato social» de Rousseau, y de afrancesado cuando José Bonaparte le ofreció ser ministro de interior, cargo que no aceptó.

Sus obras, como “El delincuente honrado”, “A Ernesto”, “Bases para la formación de un plan general de instrucción pública” o el “Informe en el expediente de la ley agraria”, tocan los temas ya referidos, pero siempre sin perder de vista la calidad literaria.

LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN. Hijo de Nicolás Fernández de Moratín, también autor teatral, nació en Madrid en 1760. Su obra sigue totalmente la tendencia reformadora de la comedia neoclásica. Observa con rigor la ley de las tres unidades (presentación, nudo y desenlace) y siempre aparece una finalidad moral y educativa.

La única relación literaria con Alcalá se establece gracias a “El sí de las niñas” (1801), cuya acción se desarrolla en una posada de la ciudad, posiblemente situada en la esquina de la calle Libreros con la del Tinte.

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Romanticismo y Regeneracionismo

Poco queda ya de la Alcalá universitaria en el siglo XIX. El decreto de supresión de la Universidad en 1836 no es más que el resultado de un proceso imparable de degradación. Desde ese momento la ciudad cae en un período de decadencia del que le va a ser difícil salir. La guerra contra los franceses y el proceso de desamortización dan la puntilla a una ciudad que va a perder su identidad histórica. Por otro lado, comienza un proceso que convierte a Alcalá en una ciudad cuartel. El final de siglo verá en la decadencia alcalaína un ejemplo perfecto de la necesidad de regeneración del país. La literatura recorrerá nuevos caminos, unos hacia formas y sensaciones que se definirán como Romanticismo y otros hacia una literatura comprometida con la necesidad de pensar España.

JOSÉ ZORRILLA. Quizá sea este vallisoletano, nacido en 1817, el más conocido representante del romanticismo español. En cuanto a Alcalá, siendo fiel a su ideario literario, se fija en un pasado medieval transformado en leyenda. En la obra titulada “El molino de Guadalajara” (1843), que se desarrolla en época de Pedro I el Cruel, los actos tercero y cuarto transcurren en el castillo de Alcalá la Vieja. Y aunque no haya relación literaria entre Alcalá y “Don Juan Tenorio” (1844), desde 1984 la ciudad celebra su “Don Juan en Alcalá” (Fiesta de Interés Turístico de la Comunidad de Madrid desde 2002), magnífica y reconocida manera de representar la obra de Zorrilla utilizando como escenarios las históricas calles complutenses.

MIGUEL DE UNAMUNO. En dos ocasiones, en los años 1888 y 1889, visita Miguel de Unamuno Alcalá. Reside en el Oratorio de San Felipe Neri junto a su buen amigo el padre filipense Juan José Lecanda. En un artículo titulado “En Alcalá de Henares” se refiere a la ciudad como un lugar patético y semiolvidado: “En Alcalá es hoy todo tristeza, y si se fuera la guarnición quedaría desolado el cadáver terroso de la corte de Cisneros. Población hoy seminómada,…. sostenida como puntales por unos pocos labradores ricos y coronada de una masa flotante de vegetación humana, masa que oculta más de un drama, masa compuesta de unos que van con el trajecito bien cepillado a aliviar su ruina, viviendo barato y encerrándose en casita; de otros que, huyendo de los conocidos, con misterio se ausentan, y de muchos más que acuden a comer del presupuesto”.

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Siglo XX.

El siglo XX comienza siendo de desastres, que culminan con los graves destrozos ocurridos en la ciudad a causa de la Guerra Civil de 1936, pero va a finalizar siendo el de la recuperación. En 1977 se refunda la Universidad de Alcalá, iniciándose el importante período de recuperación que está devolviendo a Alcalá el carácter de ciudad cultural que ya le otorgó Cisneros en el siglo XVI. En 1998, el 2 de diciembre, la UNESCO incluye a la “Universidad y el Recinto Histórico de Alcalá de Henares” en la Lista del Patrimonio Mundial.

Como adorno perfecto a un vestido literario quizá no muy abundante, el siglo XX nos regaló las excursiones a la Hostería del Estudiante y las aventuras por tierras alcalaínas de los hombres y mujeres de la “Generación del 27” (Lorca, Buñuel, José Caballero…) y la entrega, en el Paraninfo de la Universidad, desde 1977, del Premio Cervantes de literatura.

JACINTO BENAVENTE. En un artículo publicado en ABC, titulado “Strafford-on-Avon y Alcalá de Henares” Benavente habla de las posibilidades culturales y turísticas de la ciudad: «En el mes de abril, en Strafford-on-Avon, se celebran festivales en honor a Shakespeare. ¿No podría ser Alcalá nuestra Strafford-on-Avon? Falta de tiempo y de salud me impiden proponer cuanto pudiera y debiera hacerse. Alcalá de Henares no tiene menos atractivos que Strafford-on-Avon, sin comparación en cuanto a tradición y monumentos históricos».

MANUEL AZAÑA DÍAZ. El 10 de febrero de 1880 nace en Alcalá de Henares Manuel Azaña Díaz, hijo de Esteban Azaña Catarinéu, alcalde de la ciudad y autor de un importante libro sobre su historia. Este alcalaíno, que pronto abandonó su tierra aunque sin olvidarse nunca de ella, llegó a ser Presidente de la Segunda República Española y un excelente escritor. A pesar de la complicada relación que mantuvo con Alcalá, no le importó sentirse orgulloso de su ciudad: «Yo soy alcalaíno de raza, alcalaíno por los cuatro costados; yo tengo en mi casa una tradición de amor y servicios prestados a este pueblo, de lo cual me enorgullezco como de un vínculo espléndido; yo he aprendido en las páginas de un libro, escrito por unas manos que para mí eran santas, cuánta magnificencia encierra la historia de esta ciudad».

Entre sus obras más representativas destacan: “El jardín de los frailes” (1927), “Fresdeval (1930) y “La velada de Benicarló” (1937).

JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, AZORÍN. La posada donde se desarrolla la acción de «El sí de las niñas» de Leandro Fernández de Moratín y el mesón a donde van don Carlos y Calamocha, son recordados por Azorín en uno de sus libros: «En Alcalá de Henares hay -a principios del Siglo XIX- una posada y un mesón; la posada está en el centro de la ciudad y el mesón está en las afueras».

ENRIQUE DE MESA. Nacido en Madrid en 1878, su obra se inspira en los motivos y el paisaje de Castilla. Tiene influencias de la poesía tradicional española y de la modernista. A veces recuerda a Antonio Machado. Escribió dos obras: “Cancionero Castellano” y “El silencio de la Cartuja”. Formando parte de sus “Poesías Completas” aparece el mayor y más bello canto lírico dedicado a Alcalá. Comienza así: «Alcalá de Henares, / ambiente claro de ciudad latina. / Riberas de Henares, / ríe al sol la llanada alcalaína; / sembradura, viñedos y olivares».

SALVADOR DE MADARIAGA. Madariaga se va a poner de parte de Alcalá en el proceso de recuperación de la Universidad. En una obra titulada “Españoles de mi tiempo” sitúa la ciudad de Cervantes como “… un horno en verano y una nevera en invierno”, provocando que sus habitantes logren “por ambas influencias contrarias una singular impasibilidad”. Contra este carácter que parecía aplastar a los alcalaínos y contra la decisión de no situar en Alcalá la Universidad Autónoma de Madrid, escribe las “Coplas de alcalaínos”: “Que a Cisneros y a Cervantes / quitan lo que dieron antes, / albalá contra albalá, / ¿por qué se deja Alcalá?”.

CAMILO JOSÉ CELA. Premio Cervantes 1995. En “Viaje a la Alcarria” (1952), camino de Guadalajara, el tren que lleva al «viajero» hace una parada en Alcalá. Es la única referencia a nuestra ciudad: «Por Alcalá de Henares pasa el tren a las tapias del cementerio. Sobre el río flota, como siempre, una tenue neblina. En Alcalá de Henares se apea mucha gente, queda el tren casi vacío: los pescadores que no se echaron abajo en San Fernando, los soldados de caballería, los hombres de la negra visera; las gruesas, tremendas, bigotudas mujeres de las cestas. Una señorita rubia, con aire de llamarse Raquel o Esperancita, o algo por el estilo, con un peinado lleno de ricitos y de fijador, y un jersey de franjas verdes y coloradas, coquetea con un guardia civil joven que lleva el bigote recortado en forma, como dicen los peluqueros».

RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO. En su primer libro, “Industrias y Andanzas de Alfanhuí” (1951), parte de la acción, la que se refiere a la infancia del protagonista, transcurre en Alcalá. En ella rememora sus juegos junto al río Henares y las travesuras compartidas con sus amigos. En “El Jarama” (1955) hace una pequeña e interesante referencia a una tradición de la ciudad: «Pero por esta parte no tenemos más que la almendra garrapiñada, en Alcalá de Henares. ¡Claro, por Dios! ¿Las almendras? ¡Anda y que no son famosas!. Ya lo creo. Esas tienen usía. Las almendras de Alcalá».

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