José Palancar Calderón, cirujano de navío de Alcalá de Henares, S XVII

José Palancar Calderón, cirujano de navío de Alcalá de Henares, S XVII

Es uno de esos ciudadanos anónimos, pero del siglo XVII. Lo único que conozco de él aparece en un registro de Autos de bienes de difuntos (años 1696 a 1698) de la Casa de Contratación de las Indias, que se conserva en el Archivo General de Indias. Dice lo siguiente: «De José Palancar Calderón, cirujano de navío de registro a Cumaná, natural de Alcalá de Henares, y difunto con memoria de testamento en dicha Cumaná. 1698-1701».

Es poco, pero suficiente para recordar a un alcalaíno que hizo las américas, que tuvo la difícil y poco agradecida profesión de cirujano de navío y que murió en una ciudad de la actual Venezuela llamada Cumaná, capital del actual Estado de Sucre.

Cumaná siempre fue un importante y estratégico puerto del mar Caribe. Se sitúa en el golfo de Cariaco, junto a la desembocadura de un río de claras resonancias madrileñas: el Manzanares. Su nombre procede de los fundadores españoles de la ciudad, que quisieron homenajear a nuestro querido «aprendiz de río». Lo cierto es que el venezolano, sin dejar de tener actualmente problemas medioambientales, cuenta con más enjundia como río que el nuestro: recorre unos 80 km y riega una cuenca de unos 1000 km².

La Cumaná que vivió José Palancar Calderón era un típica ciudad colonial española, portuaria, comercial y con importantes defensas ante la floreciente piratería de la época. Un buen puerto para la navegación, uno se imagina la ciudad como el lugar perfecto que hubiera elegido un marino y médico como José para vivir y también, por qué no, para morir. Su fundación en 1515 es casi la historia de una utopía planteada por un grupo de dominicos y franciscanos, liderados por los frailes Pedro de Córdoba y Antonio Montesinos: quisieron un lugar de rezos, de bondad con los nativos, sin soldados ni comerciantes, pero la idea no tuvo éxito y tuvo que poner orden el conquistador Gonzalo de Ocampo, estableciendo de una manera definitiva la ciudad como posesión española.

Un cirujano de navío cumplía toda una serie de tareas difíciles, dolorosas y seguro que muy pocas veces agradecidas. Debía contar con instrumental adecuado, a cuenta de la Real Hacienda, que era certificado por el comandante del navío. En diferentes horarios, reconocía a los enfermos, daba bajas, enviaba a hospitales (en el caso de estar en un puerto seguro) o a la enfermería, hacía torniquetes, aplicaba emplastos, amputaba miembros, operaba como podía, ponía en cuarentena a quienes eran portadores de enfermedades contagiosas, velaba por la calidad del agua y de los alimentos… En fin, todo  teniendo en cuenta las infinitas limitaciones de la época y siempre con un objetivo prioritario: mantener en activo al mayor número de hombres posible. Unas tareas en las que eran ayudados por un boticario y segundos cirujanos.

José Palancar Calderón, cirujano de navío de Alcalá de Henares del S. XVII

Repito, no se sabe casi nada de aquel alcalaíno llamado José Palancar Calderón, pero podemos afirmar que ejerció una profesión diría yo que gloriosa, sacrificada y fundamental a lo largo de la historia de la humanidad.

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