Félix de Alcalá, un cristiano ante el emir cordobés

Félix de Alcalá, un cristiano ante el emir cordobés

Tuvo que echarle mucho valor. Ser cristiano tras haber abandonado el islam (la apostasía se considera en la religión musulmana una blasfemia) le convirtió en una mezcla entre renegado y héroe. Félix nació hacia el 830 en una Complutum musulmana, en aquel famoso castillo sobre el río Henares. Sus padres eran del norte de África, de una zona antigua y rica en historia, entre Libia y Mauritania, conocida como Getulia. Eran musulmanes y educaron a su hijo en su religión, pero la necesidad de viajar llevó a Félix hasta Asturias, donde se convirtió al cristianismo y se hizo monje benedictino. Y como buen converso, se erigió en valedor de su nueva fe, fundando o rehabilitando conventos en tierras cristianas y musulmanas.

Se convirtió casi en el perfecto ejemplo de cristiano mozárabe, luchador y arriesgado, un creyente convencido que no dudó en ofrecer su vida por la causa de sus ideas religiosas. Nada menos que Córdoba, la deslumbrante capital del emirato omeya en la Península, fue el destino donde probar la fuerza de su fe cristiana.

Vivió en el monasterio benedictino cordobés de los Santos Justo y Pastor, desde donde, junto con otros cristianos como Anastasio y Digna, y siguiendo la llamada de Eulogio de Córdoba, se preparó para luchar contra el Islam. Eran tiempos de Muhammad I, quien no tuvo duda alguna de cómo tratar a los blasfemos que osaban desafiar públicamente los dogmas de la fe musulmana. Félix y sus compañeros fueron degollados, sus cuerpos se clavaron en arados y se expusieron en una plaza cordobesa, siendo finalmente quemados.

Parece ser que algunos huesos de Félix resistieron al fuego y que se arrojaron al Guadalquivir. Unos monjes benedictinos los recogieron y les dieron sepultura en el monasterio de San Justo y Pastor. Allí permanecieron hasta que en el año 1075 el conde castellano Fernán Gómez consiguió que las autoridades cordobeses le entregaran los restos de Félix. Eran tiempos de decadencia en la antigua capital omeya, y los cada vez más poderosos nobles cristianos supieron aprovecharse de esta circunstancia.

El conde Fernán Gómez trasladó sus restos al monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes (Palencia). En 1606, el arzobispo de Toledo Bernaldo de Sandoval y Rojas, gracias a la intercesión de Felipe III, consiguió que parte de los restos fueran trasladados a Alcalá de Henares. Desde entonces permanecen en la cripta de la Catedral Magistral.

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