Felipe II en Alcalá de Henares, por Hendrick CocK
A finales del siglo XVI nos vamos a encontrar caminando por España a un holandés que acabó por asentarse en nuestro país: Hendrick Cock. Formó parte de la gran cantidad de viajeros que recorrieron nuestro país. Aventurero, escritor, pero sobre todo un apasionado por recorrer los caminos de Europa. Fue notario apostólico, archivero de la Guardia del Cuerpo Real y arquero en la Guardia de Corps del rey Felipe II. En dos de sus obras va a relatar su paso por Alcalá de Henares: la «Relación del viaje hecho por Felipe II, en 1585 a Zaragoza, Barcelona y Valencia” del año 1585 y la “Jornada de Tarragona”. En ambas, describe el paso por la ciudad de los diferentes miembros de la familia real: “Hacia Mediodía, pasado el río, se ven unas ruinas a las cuales llama el pueblo Alcalá la Vieja, y afirman que en otros tiempos estuvo aquí la ciudad… Acabada la devoción que las infantas tenían a los santos patronos de esa patria, y habiendo visitado el sepulcro del santo Fray Diego,…”.
Esta es la visión de nuestra ciudad en la «Relación del viaje hecho por Felipe II, en 1585 a Zaragoza, Barcelona y Valencia»:
«Habiendo oido misa se fué adelante después de comer y vino en Alcalá, villa situada al norte del rio Henares, de donde hasta agora tiene su nombre Alcalá de Henáres. En esta villa hay un estudio bien afamado, el cual fundó en tiempo de los Reyes Católicos Francisco Ximenez de Cisneros, cardenal y arçobispo de Toledo. En éste floreçen casi todas las sciencias, aunque la más honra se debe á la teología. Gobernase esta Universidad por un rector, el cual hacen con más votos del Colegio. Este tiene casi la autoridad de toda la villa, excepto la justicia seglar que pone Su Majestad, y ésta tiene cuenta con los delincuentes.
Las rentas y provechos de la villa pertenescen al primado de España, el cual pone aquí un oficial que tiene cuenta con los pleitos ecclesiásticos, á cuyo tribunal tiene su recurso grande número de clérigos aquí avecindados, aunque su apelación se reserva á la silla de Toledo. Es también esta villa muy nombrada por las reliquias de los Santos Justo y Pastor, hermanos en sangre y martirio, cuyos cuerpos santos están en la iglesia Colegial. Estos fueron dos mançebos estudiantes, como cuenta su historia, á los cuales mandó Daciano, presidente de los romanos, que sacrificasen á los ídolos, y lo rehusaron invocando al nombre de Cristo, por lo cual fueron degollados y trocaron lo terreno en celestial, consagrando la villa de Alcalá con su sangre. En la Colegial iglesia destos santos mártires no se admite canónigo que no tenga grado de licenciado ó doctor por la misma Universidad, y ansí los demás dellos son del Colegio, para que los buenos estudiantes no sean defraudados de su merescido premio. Hay también en esta villa monasterios casi de todas las órdenes ó colegios dellos, cuyos religiosos no solamente vienen acá por oir teología, pero convídales también para ello el saludable cielo y fertilidad de la buena tierra. Tiene una plaça bien grande para juegos de cañas, toros y otros juegos en el medio de la villa, y en ésta hallará cualquiera todo lo que tiene menester para comer. Al norte desta va una calle larguísima en que viven los demás oficiales. El palaçio del Arçobispo está al poniente de la villa bien antiguo; hay también otras muy buenas casas de ciudadanos dispersidas por la villa. Hácia mediodía, pasado el rio, se ven unas ruinas, á las cuales llama el pueblo Alcalá la Vieja, y afirman que en otros tiempos estuvo aquí la ciudad. Encima dellas hay un collado alto donde está una hermita de la Vera-Cruz, bien visitada en su tiempo de los devotos del pueblo.
El día siguiente rezó una oraçion en latín el señor Ascanio Colomna, caballero romano á quien la Universidad había dasdo este cargo, segun lo tienen de costumbre. Lo cual, habiendo entendido Su Majestad, mandó que la misma se dixese en romançe para el Príncipe é Infantas, y por esta razon se fué Su Majestad con todos los suyos al estudio y oyó al dicho señor Colomna decir la dicha oraçion en ambas lenguas. En el mismo tiempo se ofresció que se hizo un doctor, y el bedél, como tiene de oficio, dió á Su Majestad, como á los demas doctores, un par de guantes y dos reales de plata, y lo recibió con mucha voluntad y amor. Acabada la devocion que las Infantas tenian á los santos patronos desta patria, y habiendo visitado el sepulcro de santo fray Diego, de la órden de San Francisco, en su iglesia, en cuyo regazo se volvieron unos pedazos de pan en rosas, se fueron á Guadalajara…»