El teatro del Siglo de Oro en Alcalá de Henares
“¿Quién, dónde o cómo se hace hoy en el mundo como en las escuelas de Alcalá? ¿Dónde tan floridos ingenios en artes, medicina y teología? ¿Dónde los ejercicios de aquellos colegios teólogo y trilingüe, de donde de cada día salen tantos y tan buenos estudiantes? ¿Dónde se halla un semejante concurrir en las artes los estudiantes, que, siendo amigos y hermanos, como si fuesen fronteros, están siempre los unos contra los otros en el ejercicio de las letras? ¿Dónde tantos y tan buenos amigos? ¿Dónde tan buen trato, tanta disciplina en la música, en las armas, en danzar, correr, saltar y tirar la barra, haciendo los ingenios hábiles y los cuerpos ágiles? ¿Dónde concurren juntas tantas cosas buenas, con clemencia del cielo y provisión de suelo?”. Sólo Mateo Alemán, en su obra titulada Guzmán de Alfarache, podía expresar de una manera tan bella lo que se mostraba a los ojos de los asombrados visitantes cuando llegaban a la universitaria ciudad de Alcalá de Henares. Un mundo complicado y variopinto, que cada 18 de octubre, día de San Lucas y fecha de inicio de curso, explotaba en multitud de formas de entender el complicado arte de vivir. Todo lo que nos relata Mateo Alemán, y aún más, hacía de aquella Alcalá de Henares del Siglo de Oro uno de los más complejos escenarios donde contemplar la sociedad de la época: pícaros, comerciantes, libreros, prostitutas, gentes de todo tipo y también los famosos comediantes, que de pueblo en pueblo iban con sus compañías tratando de congraciar el mundo de la realidad con el de los sueños.
Por ello, una ciudad como la nuestra, que llegó a tener en el siglo XVII casi 4000 estudiantes, entre los que se encontraron Lope de Vega o Calderón de la Barca, no podía estar ajena a una de las más bellas manifestaciones de la cultura: el teatro. Las compañías de cómicos llegaban a la entonces villa, aunque no tan a menudo como hubiera gustado a las estudiante debido al poco interés que despertaban sus casi siempre vacías bolsas, y representaban su repertorio en un corral, con el tiempo llamado de comedias, con el fin de divertir a todo aquel que se acercara. Al fondo, la famosa «cazuela», llamada con el tiempo “gallinero”, que era donde se acomodaban las señoras; alrededor, las cámaras o aposentos y en frente, el tablado de los representantes con sus decorados ocultos tras una cortina. Este era básicamente el escenario desde el que aparecían y desaparecían los maridos celosos y engañados, los caballeros batiéndose en duelo, las gestas heroicas de los pueblos o las dudas vitales de los hombres. Todo preparado para que aquel gran teatro que fue la propia Alcalá de Henares tuviera su reflejo en el fantasioso mundo de la representación escénica. Comediantes y estudiantes, pícaros y damas de todo tipo, entre otros personajes, se mezclaban haciendo realidad el mejor de los dramas: el de la propia vida.
Pero el teatro del siglo XVII no suponía para Alcalá de Henares más que la continuidad de lo que comenzó con la fundación universitaria. En las Constituciones Cisnerianas se hace referencia a que en el Colegio Trilingüe los colegiales deberán representar anualmente una comedia o tragedia de un autor antiguo, sirviendo ésto como prueba de preparación y ejemplo público. Estas representaciones eran tomadas como auténticos ejercicios prácticos de las clases de Retórica, como ocurrió en las del catedrático Juan Pérez (Petreyo), donde sus alumnos tenían que representar imitaciones latinas escritas por él. Además, a lo largo del siglo XVI, tenemos referencia documental del paso por Alcalá de al menos cuatro compañías profesionales de teatro, que casi con total seguridad no tendrían un lugar permanente donde representar.
Gracias al carpintero Francisco Sánchez la anterior situación cambió ya que fue él el encargado de levantar un Corral de Comedias estable en la Plaza del Mercado. La importante labor de investigación de Miguel Ángel Coso Marín y Juan Sanz Ballesteros, fue esencial para descubrir que en el popular cine de la plaza (el de los “piperos”) se escondía un teatro del siglo XVII. Al poco tiempo, apareció el contrato de construcción, que fue fechado en 1601. De aquella primitiva estructura teatral nos han llegado, aunque ocultos por las sucesivas transformaciones, varios importantes elementos. De entre ellos, destaca el tablado de representaciones, con sus cuatro pies derechos y con un foso que conserva un soporte central, apoyado sobre un capitel renacentista invertido, y dos laterales, sobre basas de piedra. También se conserva gran parte del suelo original empedrado, el brocal de un pozo, dos aposentos en el lateral izquierdo del escenario, desde los que se veían las representaciones a través de una reja, y la transformada estructura de lo que fue la cazuela.
Con el tiempo, nuestro viejo teatro fue cambiando, acomodándose a las nuevas modas y maneras de representar. En 1769, se techó con la actual cubierta de madera y se convirtió en un coliseo al estilo de los edificados bajo el reinado de Carlos III. Prácticamente la estructura siguió siendo la misma, aunque acondicionando el interior al nuevo gusto. Un ejemplo lo tenemos en la conversión de la cazuela en palco de honor. Pero los cambios no acabaron aquí ya que, en 1831, se reacondicionó como teatro romántico, ampliando la anchura del escenario y adoptando una planta elíptica en la que se construyen galerías y palcos. Las formas de representación del teatro de la época obligaron a hacer pequeñas remodelaciones como, por ejemplo, la que se llevó a cabo en el escenario cuando se montó un curioso torno para representar el Tenorio. En 1945, sufrió una pequeña reforma para acondicionarlo como cine, función que cumplió hasta su definitivo cierre en 1972.
Todas estos acondicionamientos y cambios han permitido el uso del edificio hasta prácticamente nuestros días, estando considerado como el único testimonio teatral encontrado en Europa en el que perviven tres edificaciones superpuestas y, junto con el de Almagro, también el único corral de comedias conservado.
Tras años de olvido, empezó a ser restaurado por la Comunidad de Madrid bajo la dirección del arquitecto José María Pérez González (Peridis). En la restauración, acabada en 1997, se mantuvieron las tres estructuras encontradas, permitiendo su recuperación como sala teatral. La programación de la sala está a cargo de la Fundación Teatro de La Abadía.
Enrique M. Pérez