El Retrato, José Martínez Ruiz, Azorín en «Con Cervantes»
En 1947, José Martínez Ruiz publicó «Con Cervantes», una recopilación de artículos en torno a Cervantes. Trató sobre su vida, su tiempo, sus paisajes, sus almas, el tiempo, la muerte, las gentes…. Como se dice en la reseña del libro, «en este sucederse de las evocaciones y las metamorfosis, en este verle «cerca de la muerte» y después remontando la misma, está la gracia profunda de esta magnífico libro».
En el Retrato, Azorín traza un relato denso en torno a los supuestos instantes vividos entre Juan de Jáuregui y Miguel de Cervantes. Rapidez y agilidad narrativa, que crea un denso mundo de sensaciones en torno a la posibilidad de un retrato.
El Retrato
El viernes, Cervantes quedó con Jáuregui en que el próximo lunes comenzaría Jáuregui a pintar el retrato de Cervantes. El mismo viernes, al anochecer, Cervantes se sitió escalofriado. Se acostó, y durante la noche sobrevino calentura; estuvo una semana en cama; no se atrevió a salir hasta pasados seis días de convalecencia. Jáuregui vino a visitarle ocho o diez veces; se fijó una fecha nueva para el retrato. La mañana en que Cervantes iba a salir para encaminarse a casa del pintor, estuvo en la puerta un momento, antes de echar a andar; el cielo estaba resplandeciente; la temperatura, en el rigor del invierno, era templada; tras la claustración impuesta por la enfermedad, Cervantes sentía ahora vivo placer en respirar el aire sutil y cálido, en contemplar la bóveda de inmenso azul y en ejercitar sus miembros, tantos días inmovilizados. Comenzó a caminar; en este momento vio que por el extremo de la calle venía un labriego presurosamente y que le hacía señas; era un propio de Esquivias que le traía una carta. No tuvo más remedio Cervantes que salir para Esquivias, el pueblo de su mujer, inmediatamente. En Esquivias pasó un mes.
Todo estaba preparado en el estudio para comenzar el retrato; el lienzo se encontraba en el caballete. Diego, el criado de Jáuregui, lo había dispuesto todo; el lienzo era de lo más fino, y los colores los había preparado, como siempre, el propio Diego. Como Cervantes prolongara su estancia en Esquivias, Jáuregui se puso a pintar otra cosa. Acabado el trabajo, se puso en el caballete una tabla en vez de un lienzo. El retrato de Cervantes en tabla duraría más, en tabla los colores subsisten también más vivaces. Vino, por fin, Cervantes de Esquivias y mandó un recado a Jáuregui de que a la mañana siguiente iría a su casa. Al otro día, Cervantes se puso una gola blanquísima y aliñó toda su persona; quiso presentarse ante el pintor -que era como presentarse ante la posteridad- de un modo irreprochable. estaba dejando la escobilla, o sea el cepillo, en la mesa, cuando oyó que en el zaguán de la casa sonaban alegres voces; había entrado, sin duda, gente que profería amistosas y joviales exclamaciones. Los que habían llegado, vecinos de Alcalá de Henares, eran unos amigos antiguos de la familia. No pudo desatenderlos Cervantes; regresaban a Alcalá al día siguiente, y deseaban con todas ansias llevarse a Miguel para que con ellos pasara unos días.
Volvió Cervantes de Alcalá de Henares; Jáuregui no se impacientaba; Cervantes estaba ya allí, dispuesto a que lo retratasen. Cuando Cervantes entró en el estudio, Jáuregui se encontraba ante su bufete; tenía la pluma en la mano y escribía. Tan embebido se hallaba en su trabajo, que no advirtió la entrada de Cervantes. Le puso la mano Cervantes en el hombro y pareció Jáuregui despertar de un sueño.
-¿A que no sabes lo que estaba escribiendo? -preguntó a Cervantes.
-¡No lo he de saber! -contestó Cervantes-. ¡Renglones cortos!
-¡Cabalmente! -replicó Jáuregui-. Y ahora me sentía en vena. Verás lo que llevo escrito.
Jáuregui comenzó a leer. Era Jáuregui buen pintor; su vocación verdadera estaba en la pintura; pero tenía la vanidad de ser poeta. Si no se impacientó con los aplazamientos del retrato, como hemos dicho antes, consistía en que mientras llegaba el momento, fuere cuando fuere, él componía sus versos. Lo que ahora estaba a punto de concluir era una silva amatoria; comenzaba la composición describiendo un verde soto a que daban sombra copados sauces; entre la verdura corría el Betis. el autor, entristecido, se retiraba a esta amena soledad, donde le ocurrían diversos lances.
-¿Y por qué te supones triste en este paraje? ¿Y por qué pones sauces en ese seto en vez de álamos? -le preguntó Cervantes, un poco socarronamente.
Se entabló discusión sobre el caso; había que ver también si eran allí, en el prado, orillas del Guadalquivir, más propios los sauces que los álamos. Cervantes empleaba en sus argumentos una plácida y bondadosa ironía; Jáuregui, ceñudo, obcecado con los sauces y con la tristeza, replicaba bruscamente. La mañana pasó en este debate, y hubo que aplazar la tarea del retrato para otro día. Ocurrió al otro día que estando ya Miguel sentado ante Jáuregui, y teniendo el pintor el carboncillo en la mano para trazar la silueta, llamaron de Palacio a Jáuregui urgentemente. Cervantes sonreía, y por el ancho ventanal del estudio -en una casa del mediodía de Madrid- contemplaba el paisaje manchego, tierras paniegas y sin árboles, que comienzan en las mismas puertas de la capital. Se fijó nueva fecha, y en ese día tampoco pudo iniciarse la tarea; el pintor tuvo que asistir a la boda de una parienta suya. Llegó, al fin, el momento de pintar; Jáuregui remató su obra. El retrato tenía expresión; la frente de Cervantes era su frente, y sus recios bigotes, sus bigotes. Faltaban, sin embargo, unos toques. No pudo darlos Jáuregui porque hubo de marchar precipitadamente a Sevilla, su patria.
En Sevilla permaneció Jáuregui cuatro meses. Se presentó un día en el estudio un caballero que deseaba comprar cuadros para una casa que acababa de labrar en provincias; no dijo de dónde venía. Diego, el criado de Jáuregui, intervenía en todo; a veces daba él también unas pinceladas en las pinturas; casi siempre era él quien ponía en los cuadros la firma y las inscripciones; unas veces ponía Jáuregui y otras Jáurigui. El caballero que acababa de llegar deseaba llevarse cuantos cuadros tuviera el pintor, y daba por todos -había diez o doce- una cantidad apetecible. Los cuadros, entre ellos el retrato de Cervantes, fueron vendidos. Cuando Jáuregui volvió y le enteraron de la venta, no puso atención en el asunto; estuvo preocupado durante su estancia en Sevilla y a lo largo del camino, al regresar, por el paradero de unas poesías que él había escrito y que no recordaba dónde las había guardado. Tal vez estarían ya perdidas. Como no parecieron los papeles, aquel día hubo en la casa un serio disgusto.
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