El refugio de la plaza de Cervantes, Alcalá de Henares
El punto de vista de quien lo cuenta es importante y es bueno reconocer los recuerdos, el horror, el miedo o la esperanza en la imagen de alguien que fue real o en la de sus descendientes, herederos, como todos nosotros, de la historia de nuestro siglo XX. Un niño de siete años, Manuel Barranco Sanz, fue testigo de los desastres de la guerra y lo contó a quienes llegaron después que él. Una mezcla de nostalgia infantil y terribles recuerdos, pero sobre todo una instantánea auténtica y sincera de aquella época. El año 1938 fue uno más de aquella terrible guerra civil. La antigua parroquia de Santa María había sido destruida en 1936, y sus ruinas también servían para vivir aventuras infantiles, entre alarmas, enfrentamientos y dramas.
Manuel y su hermana María de la Luz, algo mayor que él, vivían con miedo lo que estaba pasando, pero al menos tenían la suerte de la imaginación y la fantasía, un bálsamo infantil que les permitía sobrevivir.
Hacía poco que en la plaza de Cervantes, en una zona no muy alejada de la calle Libreros, se había construido, aprovechando los antiguos sillares de la parroquia de Santa María, un refugio antiaéreo. Sólido, y bastante amplio, se construyó a poco más de un metro bajo la plaza y estaba dotado de estantes e iluminación, para hacerlo lo menos tenebroso posible.
Manuel, su hermana Mariluz y la abuela Quintina tuvieron que ir a buscar protección al refugio tres o cuatro veces. Desde la calle Divino Figueroa no se tardaba mucho y, en algunas ocasiones de intensos bombardeos, era un lugar mucho más seguro que la casa de la abuela. La vivienda, donde tenía el taller de sastrería el tío Ubaldo, estaba cerca de la carretera a Guadalajara, pero también de los cuarteles, como los del Príncipe y Lepanto, y lo mejor en momentos difíciles era alejarse y buscar refugio en la plaza de Cervantes. Eso sí, caminando deprisa desde Cuatro Caños y por la calle Libreros.
Aquel niño, Manuel, sobrevivió, pasó la postguerra y formó una familia que hoy recuerda a la abuela Quintina, al tío Ubaldo y a todos aquellos que permanecen en la memoria gracias a los recuerdos que supo transmitir Manuel a sus hijos, como aquellos angustiosos momentos que les llevaba hasta el refugio de la plaza de Cervantes.
Terminó la guerra y allí quedó el refugio, cada vez más olvidado. En los años 40, se construyeron pozos para aliviar los problemas de las inundaciones provocadas por la muy cercana capa freática. En 1950, el ayuntamiento, en un informe, habla de que el refugio ha sido demolido y de que ya no existe, pero la realidad era que seguía allí, olvidado y protegido por el olvido. En 1978 fue sellado definitivamente con un muro de ladrillo y se convirtió en un desagüe de objetos, papeles y diversos materiales que iban a parar al interior a través de diferentes rejillas.
Casi 80 metros, pagado por los propios alcalainos y un magnífico ejemplo de cómo se desarrolló la labor de protección a la población civil en aquellos duros momentos. Cuando en 2023 los técnicos municipales accedieron a su interior tras más de 40 años, los niveles de amoniaco en el aire superaban en 20 puntos el máximo recomendado debido a la humedad que provocaban los pozos.
Después de la guerra, Manuel siguió jugando en el refugio de la plaza de Cervantes, hasta que todo aquello se quiso olvidar. Puede que dentro de no mucho tiempo, se pueda volver a revivir nuestra historia entre los antiguos muros de este valioso espacio histórico.
A mi amigo Juan Manuel Barranco.
El refugio de la plaza de Cervantes, Alcalá de Henares
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