ALCALÁ DE HENARES, LA CIUDAD ESCONDIDA

Alcalá de Henares, la ciudad escondida quiere recordar una parte de aquella ciudad universitaria de los siglos XVI y XVII que ya no existe o se ha transformado.  En este sentido, quisiera referirme a un aspecto trascendental para nuestra historia: la huella de los muchos colegios con que contó la ciudad en su antigua etapa universitaria, descubriendo las diferentes maneras que tuvieron de integrarse en la vida de los estudios alcalaínos. Unos tuvieron carácter religioso, como colegios-convento, mientras que otros nacieron con un origen plenamente secular. Se llegaron a fundar treinta y cuatro, sin contar los establecidos por Cisneros, muchos de los cuales todavía hoy forman parte de la arquitectura de Alcalá, aunque algunos camuflados detrás de sucesivas reformas y transformaciones para posibilitar los nuevos usos que se les dio tras dejar su función docente. Otros, por desgracia, fueron derribados a lo largo de los siglos XIX y XX.

Pero antes de seguir, un paréntesis para intentar aclarar a grandes rasgos qué diferenciaba a los colegios menores del Colegio Mayor. El Mayor de San Ildefonso era el único con derecho a conferir los grados de licenciado, bachiller, maestro y doctor. En su recinto se impartían los estudios más elevados de la formación universitaria, su rector era, al mismo tiempo, el de toda la Universidad y sus colegiales tenían la capacidad de conceder las becas o prebendas de  los colegios de estudiantes pobres. Además, con el tiempo llegó a tener un carácter aristocrático, accediendo sólo a él los más poderosos. Los menores, en cambio, fueron creados, en principio, para estudiantes sin recursos, no podían otorgar grados y dependían jurídicamente del Mayor.

Alcalá de Henares, la ciudad escondida

Una vez aclarada, al menos en parte, esta cuestión, les propongo un paseo que nos permita admirar el pasado de nuestra ciudad universitaria más allá de lo mucho que hemos conservado. Situémonos, para comenzar, junto a la fuente de Aguadores y observemos la magnífica perspectiva de la calle de los Colegios. Muy cerca de donde nos encontramos, hacia el final de la calle, junto al antiguo colegio convento de San Basilio Magno, se sitúa la amplia tapia de ladrillo y zócalo de piedra que resguarda la  moderna arquitectura del Parador de Alcalá. Se podría decir que ésta es la única huella de dos importantes colegios menores de nuestra universidad.

Mercedarios Calzados

Uno fue el de Mercedarios Calzados de Nuestra Señora de la Concepción. De él conocemos que vino a nacer gracias al rector del Mayor de San Ildefonso, que, en 1518,  solicitó a los mercedarios que fundasen un colegio en Alcalá. Éstos aceptaron, construyendo su edificio y consiguiendo que se convirtiera en un importante centro de formación académica. De entre sus colegiales destacó fray Francisco de Rivera, que llegó a ser General de la orden de la Merced y obispo de Guadalajara, en Méjico. Desapareció debido a la ocupación francesa, cuando fue desmantelado en gran parte hacia 1810. Más tarde, el ejercito acabaría por integrarlo, desapareciendo completamente,  en el cuartel que se situó en el antiguo colegio convento de basilios.

De los Caballeros Manriques

El otro se conoció como colegio menor de Santiago o de los Caballeros Manriques. Fue una curiosa fundación en la que tenían preferencia los hijos de señores o caballeros de la casa de los Manrique. Lo fundó, en 1550, don García Manrique de Luna. En el siglo XVII, se reedificó sobre uno anterior que perteneció a las Órdenes Militares, situándose justo al lado del colegio de mercedarios calzados. Y una curiosidad, es casi seguro que fuera en éste de los Manriques donde viviera, hacia 1576, Lope de Vega. La razón hay que buscarla en el hecho de que el gran escritor tuviera en su juventud como protector a un importante eclesiástico de la casa, don Jerónimo Manrique de Lara. No es probable que fuera colegial, dado el carácter aristocrático de la fundación, y sí fámulo o criado del rector del colegio.

De Mena

Trasladémonos ahora a otra de las más señaladas zonas de nuestra ciudad universitaria: la calle Libreros. Allí, además de librerías y de talleres de imprenta, también hubo muchos e importantes colegios. Es fácil recordar a los que todavía existen: Jesuitas, Colegio del Rey, de los Verdes, de León. Pero no todo el mundo sabe que en esta calle se asentaron otros colegios de los que no conservamos nada, como, por ejemplo, el que fue colegio menor de San Cosme y San Damián o de Mena. Se situó en la zona de la calle comprendida entre Cuatro Caños y Beatas y tuvo un origen que no pudo ser más curioso. En 1568, el doctor Hernando de Mena, catedrático de Prima de la Universidad y  médico de cámara de Felipe II, tuvo a bien fundarlo para que estudiaran medicina tres de sus sobrinos, aunque, contrariando esa intención de que todo quedara en casa, permitió que, con el tiempo, se admitiera a más colegiales conforme aumentaran las rentas (llegaron a ser ocho estudiantes). Las cosas les fueron tan mal que acabaron incorporándose al colegio de San Clemente Mártir y, hacia mediados del siglo XVIII, ambos al de Santa Catalina o de los Verdes.

De Magnes

Si aún tenemos tiempo de dar otro salto en el callejero de la ciudad, vayamos a la calle de la Trinidad en su esquina con la del Arcipreste de Hita. Se cree que hacia allí existió uno de los colegios más desconocidos y enigmáticos de la ciudad: el de San Lucas Evangelista o de Magnes. Ha tenido la mala suerte de ser confundido con el colegio de Mena, posiblemente porque también él se unió al de San Clemente y luego al de los Verdes.  Se sabe que tuvo cuatro becarios y que fue fundado en el año 1593 por un licenciado universitario, llamado Marcos Rodríguez, que llegó a ser beneficiado de la parroquia de Santa María de Atienza de la ciudad de Huete. El prestigio de fundar un colegio en Alcalá seguro que le compensó el gasto de los 4.200 ducados que le dejó como dote. La razón por la que los estudiantes acabaron por darle el apelativo de «Magnes» se debe a que encima de su puerta hubo una inscripción latina que decía: «Magnes amoris amor»(El amor es imán del amor).

Como ven, nuestra ciudad de estudiantes todavía se encuentra llena de sorpresas. Un consejo para seguir descubriéndolas: sólo hace falta pasear despacio, mirar a  nuestro alrededor y saber intuir lo que se esconde detrás de lo más obvio.

Enrique M. Pérez

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