ESTUDIANTES DE ALCALÁ DE HENARES
Estoy convencido de que a Alcalá de Henares le ocurre, como a todos o a casi todos los seres humanos, que mucho de lo que es, de lo que trasmite o de lo que ha crecido a lo largo del tiempo se lo debe a lo que las gentes han sentido con ella o hacia ella. Por ello, y debido al esencial y vital carácter universitario de nuestra ciudad, me gustaría invitarles a un ejercicio de imaginación, a un sueño a partir del que recrear la gran Alcalá del Siglo de Oro vivida por los protagonistas principales de su grandeza: los estudiantes.
Comienzan las clases
Alcalá de Henares, en el día 18 del mes de octubre del Año del Señor de 1547, 1597, 1605 o… Las clases acaban de comenzar y la villa está llena de estudiantes. Los jóvenes alcalaínos, celosos, se preparan para defender el honor de sus damas. Pícaros y pedigüeños deambulan por la calle Mayor y la plaza del Mercado, y se cruzan con mercaderes, taberneros, mesoneros y los protagonistas de los mil y un oficios que enriquecen la ciudad: libreros, impresores, cerrajeros, limoneros, manteros, alojeros, comediantes… La villa vibra llena buscadores de la sabiduría, de vendedores de ilusión, y de lo divino y lo humano. Y todo gracias al gran Cardenal Cisneros. ¿Quién le iba a decir a aquel humilde franciscano, fundador de nuestra Universidad, que de su obra nacería todo un mundo lleno de vida, cultura y contradicciones?
Todo son anécdotas, historias reales e irreales que hablan de esfuerzos en el estudio, de estrecheces en la vida, de exámenes, de amoríos o de gloriosos triunfos. Puertas que se abren para recibir con el honor de un rey al recién graduado, y puertas que aparentan abrirse, pero que en realidad se cierran con la terrible humillación a quien no ha superado el examen. Controversias, discusiones y argumentos, contraposición de ideas y de sentimientos; la gran lucha diaria por la libertad enfrentada a una sociedad que no la quiere permitir. Maestros y estudiantes, aulas y lecciones, controversias y avances en la religión, las ciencias, las leyes o el conocimiento del hombre y del universo. La gran universidad del Renacimiento, de los Siglos de Oro; esa es la nuestra, la de Alcalá, la que nos ha convertido casi en una utopía que recuerda a los hombres el ideal de las antiguas edades doradas.
Y entretanto, a seguir viviendo y a escuchar historias curiosas, anecdóticas, transgresoras, casi, o sin casi, chistosas, que, como dijo algún gran pensador, no dejan de ser la sal de la vida. Y como ejemplo, ¿qué tal seguir a aquel conocido estudiantes con anteojos y resabiado carácter? Don Francisco de Quevedo, con el «don» por delante, como se puso él mismo en el libro de su colegio. Francisco no deja de provocar, y su sabia y crítica inteligencia produce entre alcalaínos y estudiantes leyendas, bulos e historias. Como aquella que parece nacida del que sería su famoso “buscón” llamado Pablos. Andan contando que, a la hora de aliviar las apreturas de la vejiga, no se conforma con cualquier lugar y, día tras día, repite la placentera operación ante el portal de unos sufridos alcalaínos. Y allí va, posiblemente de camino a su colegio llamado del Rey, cuando se encuentra con una sorpresa: en la puerta hay una cruz y una leyenda: «donde hay cruces no se mea». El joven Quevedo, lejos de amilanarse, deja volar su sentido irónico y contraataca con el siguiente aviso: «donde se mea no se ponen cruces». Genio y figura del que llegaría a ser uno de nuestros más grandes escritores.
Pero, ¿y ese personaje que aparece por allí, al fondo? ¿será Lope de Vega ? Y si lo es,¿por qué lleva una gorra puesta? Podríamos gritar todos ¡el gorrón!, ¡al gorrón! La gorra le identifica como criado que, a cambio de servir a un rico estudiante, logra cubrir todas las necesidades de su vida, necesidades que le llevarán, como manda Dios, a espabilarse y a aprovecharse de su señor. Lecciones de vida y de cómo avivar el ingenio que, en algunos casos, tendrían majestuosas consecuencias.
En el Corral de Comedias de la plaza del Mercado están representando el célebre drama»Burlas, amor y celos». Acompañemos al famoso estudiante Lope Lopillo, conocido por su afición desmedida a cautivar a damas de toda condición. Él y sus compañeros se dirigen en tropel al teatro, pero cuando falta poco para que empiece la obra, el revuelo de las mujeres, apretadas en la parte alta o «cazuela», llama la atención de todos los concurrentes. La autoridad trata de poner orden, aunque todo es inútil. Los socarrones estudiantes ya han comenzado a gritar ¡señoras, qué pasa ahí! ¡señoras, díganlo ya! Todos miran hacia arriba y allí, entre las escandalizadas damas, está el burlón Lopillo, vestido de mujer y practicando su afición de seducir a las damas. Ellas, tratando de escapar, gritan, ¡que Lope está aquí! ¡vénganse acá!, obteniendo únicamente como respuesta del público estudiantil un sonado ¡kikirikí, kikirikí!, que estuvieron entonando durante un buen rato. Pero eso sí, Lope contento, víctima y verdugo, orgulloso de ser el causante de dar nombre de “gallinero” a un espacio teatral, pero a la vez caricatura esperpéntica de la absurda y enfermiza realidad que ponía puertas al campo entre hombres y mujeres.
Cuando salimos de la representación ya se nos va haciendo tarde y es hora de ir a dormir. Algunos se dirigen a las cámaras de estudiantes pobres situadas en hospederías y lugares de recogida del joven público estudiantil. Oscuras, malolientes, reflejo de las desigualdades de una sociedad que soñaba con ser justa. Sucias, muy sucias, tanto que asemejaban a jaulas de leones, y como tales se quedaron. Acabaron llamándolas “leoneras”, término que se usó durante mucho tiempo para referirse a las habitaciones desordenadas y sin cuidar propias de quienes están más preocupados por vivir que por hacer la cama en condiciones.
De todo hay en este reino de las mil y una ocurrencias, en esta corte de los milagros a la que con orgullo podemos gritar aquello que emocionado añoró Guzmán de Alfarache soñando con su juventud:»¡Oh madre Alcalá! ¿qué diré de ti que satisfaga o cómo para no agraviarte callaré, que no puedo?… ¡Oh, dulce vida la de los estudiantes!” Pero sin olvidar el lado agridulce, expresado, por qué no, también con añoranza y cariño: “¡Aquél hacer de obispillos, aquél dar trato a los novatos, meterlos en la rueda, sacarlos nevados, darles garrote a las arcas, sacarles la patente, o no dejarles libro seguro ni manteo sobre los hombros!»
Historias de estudiantes que hablan de lo más popular, de una manera de ver la realidad alegre o dolorosa, traumática o subversiva. Quizá no sean ejemplares, pero nos muestran matices reales de un sociedad que existió de verdad. Por suerte para nuestra ciudad, estas historias se prolongan en la actualidad adaptadas a nuestro tiempo. Renacieron hace años, con el resurgir de la Universidad, y se mantiene hoy plenamente vivas gracias a los actuales estudiantes de Alcalá. No se trata de copiar los ejemplos de sus antecesores, pero sí de reconocer su sentido de la vida, de las relaciones humanas, de la diversión o de la amargura. Sería bueno rendir de vez en cuando un pequeño homenaje a aquellos que nos antecedieron acercándonos a los edificios históricos de la nuestra universidad. Allí, por entre sus viejas piedras, aún podremos oír a los antiguos estudiantes recitando el latín o la teología, o a los profesores impartiendo sus lecciones. Un consejo: sentir lo que nos rodea e intentar percibir a aquellos jóvenes de quienes sólo nos separa tiempo, aunque sin olvidar que eso del tiempo es, en la mayoría de los casos, sólo cuestión de imaginación.
Enrique M. Pérez