El regalo de un príncipe. Colegio de san Felipe y Santiago o del Rey
Entre los años 1550 y 1551, un joven príncipe de 23 años llamado Felipe decidió fundar en Alcalá de Henares un colegio dedicado a la educación de los hijos de todos aquellos que dedicaban su vida a servir a la corona. Siempre se ha dicho que tras esta altruista fundación real se escondía el sentimiento de culpa que embargaba al príncipe debido a la mala conducta de su padre. El emperador Carlos, acuciado por banqueros genoveses y demás acreedores, no pudo resistir la tentación y tuvo la ocurrencia de llevarse el valiosísimo legado en metálico que había dejado el cardenal Cisneros a la Universidad. Se calcula que fueron incautados de los fondos universitarios unos cincuenta millones de maravedís. Semejante manera de actuar se ha tomado históricamente como la razón por la que su hijo Felipe fundó en la Universidad de Alcalá el colegio de San Felipe y Santiago, tomándose el hecho de la fundación como un acto piadoso y de arrepentimiento ante la actuación de su padre, en la más pura línea de la moral católica del momento.
Pero, más allá de esta razón histórica, puede que haya que pensar en la motivación personal por parte del príncipe Felipe a la hora de valorar las razones de esta fundación colegial complutense. Creo que, aparte de escrúpulos de conciencia familiares, Alcalá de Henares fue para el futuro rey bastante más que una ciudad cualquiera entre todas las de su reino. Desde su primera infancia, su educación estuvo vinculada a personajes de fuerte carisma alcalaíno. Ya los Anales Complutenses nos hablan de como doña Leonor de Mascareñas, dama de la emperatriz y con casa en Alcalá de Henares, fue aya “del señor rey don Felipe segundo”. Esta mujer, que participó en la fundación del convento de la Imagen y en la del colegio de los jesuitas como patrona, se convirtió en el ser más querido no sólo por el joven infante sino también por sus hermanas, doña María y doña Juana. Las estancias de los príncipes en Alcalá tuvieron que ser constantes. A la antigua Complutum venían huyendo del bullicio de la corte. Las casas de doña Leonor, que estaban en torno a la actual calle de la Victoria, se convirtieron en el lugar ideal de descanso y de juego de los niños de la casa real española. Esta relación con el aya, que propició repetidas visitas del joven príncipe a la ciudad, seguro que hizo crecer en él la idea de Alcalá como un lugar idealizado y lleno de buenos recuerdos.
Pero no sólo los juegos y la vida relajada y tranquila de la ciudad influyeron en el espíritu de Felipe. La influencia de la Universidad fue decisiva en la personalidad humanista del joven príncipe. Y tanto fue así, que Felipe leyó y estudió a Erasmo en libros salidos de imprentas complutenses como la de Miguel Eguía, el mayor editor de las obras del holandés en España. De entre sus profesores, sobresale Juan Ginés de Sepúlveda, importante intelectual y maestro de Alcalá que le impartió clases de geografía e historia. Los Anales Complutenses se hacen eco de la educación del príncipe al decirnos que: “en este tiempo se ofreció dar maestro al príncipe don Phelipe segundo y, entre los más famosos varones que florecían en España, consultó el Consejo de Estado al dotor Carrasco y al dotor Ciruelo, hijos de esta esquela (la Universidad de Alcalá), y al dotor Silicio, a quien le cupo la suerte”.
Además, también la caza formó parte de su educación, tomándola como ejercicio práctico para adiestrarse en el arte de la guerra. Contamos con numerosas referencias de cacerías en las que participó Felipe en Alcalá de Henares a lo largo de su juventud. En enero de 1540, el Comendador de Castilla, Juan de Zúñiga, informó al emperador de los progresos del príncipe de la siguiente manera:“Fue a Alcalá, y estuvo quatro días (…). Holgó mucho allá, specialmente en el soto, donde mató nueve conejos por su vallesta, sin otros que le fueron heridos”. Y una semana más tarde “ayer salió de caza y mató quatro milanos y voló otros dos”.
El 11 de mayo de 1543, según también informa Zúñiga: “su Alteza llegó esta tarde aqui muy bueno, holgóse su aguela con el y el mucho en Alcalá con sus hermanas ocho días, y el segundo día que partió de Alcalá mató un venado grande y gordo que envío a sus hermanas, y en un día que estuvo en el Bosque mató dos o tres y un corzo, y yo un venado muy grande”. El regalo de un príncipe
Todos estos datos referidos a la infancia y juventud del futuro Felipe II no hacen sino reafirmar la profunda relación que siempre existió entre el rey y la ciudad complutense. Y esto es así hasta el punto de que a la hora de decidir el lugar de estudio de su hijo, el príncipe Carlos, no lo dudó y le envió a Alcalá de Henares.
La tierra complutense se convirtió, en el recuerdo de Felipe, en el lugar de la querida aya, de la familia, de la niñez, de los juegos con sus hermanas, de los primeros estudios, de las navidades, de la caza y de todo aquello que en muchos casos seguro le hizo sentir feliz. El regalo de un príncipe
Puede que ésta sea la autentica razón por la que fundó un colegio en Alcalá de Henares, a pesar de que también hay que contar con el hecho de la “fechoría” que llevó a cabo su padre. El regalo de un príncipe a la idealizada ciudad universitaria de sus recuerdos. El mejor lugar donde hacer realidad una institución que sirviera no sólo para educar a hijos de sus criados, sino también para formar a los futuros hombres que se tendrían que hacer cargo del buen funcionamiento del gobierno de sus estados.
En cuanto al colegio, debían ser dieciséis los colegiales dedicados al estudio de la Teología y el Derecho Canónico. Con toda la lógica, siempre estuvo ligado a las rentas reales, hasta el punto de que gran parte de sus avatares se debieron a los problemas de la hacienda de la monarquía española.
Pronto se empiezó a construir en la calle Libreros un edificio sobre unas casas que había mandado edificar el cardenal Cisneros llamadas “de tapias”. Las obras se terminaron durante el reinado de Felipe III, quien situó en el dintel de la portada el escudo real y una inscripción que dice: «PHILIPPUS_ III_ H_ REX CHRMO» (Philippus III Hispaniarum Rex Christianissimo).
Las trazas del edificio, de líneas muy clasicistas, están atribuidas tanto a Francisco de Mora como a su sobrino Juan Gómez de Mora, el mismo que trazó el patio de Santo Tomás de la Universidad o el monasterio de las Bernardas. La capilla estuvo decorada con tres importantes cuadros del pintor de Felipe III Bartolomé González, que representaban a san Felipe Apóstol y a los santos Santiago el Mayor y el Menor. Se conserva la cúpula barroca, hoy hueco de una escalera, y el coro alto. Uno de sus rectores fue el humanista Ambrosio de Morales y entre sus colegiales estuvieron Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, y Francisco de Quevedo.
En 1842, ya desaparecida la Universidad, fue vendido a un particular. Hacia 1882, estaba en manos del Estado, siendo destinado a Casa de Correos y Telégrafos. Sin embargo, no fue éste su último uso ya que otra vez pasó a manos privadas, sufriendo importantes y desafortunadas reformas. Tras ser comprado por el ayuntamiento de Alcalá de Henares, tuvo varios destinos, entre ellos el de ser sede del Archivo Histórico Municipal y de la Fundación Colegio del Rey.
Actualmente, el antiguo colegio del Rey es la sede en Alcalá de Henares del Instituto Cervantes. Posiblemente sea éste el mejor homenaje al rey que lo fundó y bajo cuyo reinado la ciudad universitaria de Alcalá de Henares se convirtió en uno de los principales centros difusores de la cultura española.