Aquí te contamos diez anécdotas y leyendas de Alcalá de Henares que te gustará conocer.
La inclinada torre de la Catedral-Magistral
Es cierto que aunque a simple vista la bella torre de nuestra Catedral-Magistral parezca no tener inclinación alguna, la tiene, eso sí, no la suficiente como para sacar partido turístico y fotográfico a tal circunstancia. Se debe a un terremoto acaecido en nuestras tierras allá por 1689. No tuvo demasiada intensidad, se derrumbaron algunos muros y hubo que rescatar de los escombros a algunos heridos, pero los testigos del fenómeno quedaron asombrados al ver temblar la principal iglesia de la ciudad, provocando de paso que la esbelta torre, proyectada por Rodrigo Gil de Hontañon, quedara para siempre con esa ligera inclinación. No sé si es como para hablar de una torre de Pisa complutense, pero como curiosidad está muy bien.
La historia de un pícaro allá por 1636
Conocido como “el Canelo”, nombre ya lo suficientemente explícito como para adivinar sus virtuosas aficiones, fue uno de los muchos pícaros o rufianes que se acercaban a la universitaria Alcalá de Henares al comienzo del curso, por San Lucas, con la intención de integrarse en la colorista e intensa vida estudiantil de la ciudad. Hijo de la “Biensemece” (y no creo que deba explicar el motivo de tan llamativo apodo), su jornada laboral pasaba por fichar en los garitos o colmados que se repartían alegremente por Alcalá. Pues bien, una de esas esforzadas noches de trabajo tuvo un lance con un colega debido a la disputa por una moza complutense, suceso que acabó con la salida de este mundo del amigo de “el Canelo”. Apresado y llevado a presencia del alcalde, don Francisco de Castilla, fue condenado a la horca. Y allí le llevaron, a la picota situada no muy lejos de la Puerta del Vado, para cumplir la sentencia. Pero como las leyes humanas a veces no se coordinan con las fuerzas del más allá, el personaje tuvo la suerte de que el verdugo, conocido como “el Malmorapio” por su excesiva afición al vino, no acertara con la maquinaria puesta al servicio de la ejecución, circunstancia que fue tomada como milagro, haciendo que hasta la fecha no se haya tenido noticia de tan afortunado pícaro.
En la cazuela del Corral de Comedias
Pícaros, reales o inventados, no le faltaron a nuestra ciudad en sus más esplendorosos años universitarios. Uno de los más famosos fue un tal Lope Lopillo, coetáneo de Francisco de Quevedo (matriculado en Alcalá en 1596). Pues bien, real o imaginario, al personaje se le atribuyen cuantas fechorías y travesuras eran ideadas por las mentes estudiantiles en los ratos de ocio. Y una de ellas tiene que ver con nuestro magnífico Corral de Comedias.
Volvamos a principios del siglo XVII y a una tarde en la que se representaba una obra titulada “burlas, amor y celos”. Por allí andaba, como era costumbre en la época, el corregidor, don Jerónimo de Aldecoa y Laso, dispuesto a presidir la función y a hacer cumplir las reglas impuestas para los espectáculos teatrales. Pero algo pasó, y no fue otra cosa que la “cazuela” de las mujeres andaba revuelta con griterío y voces que impedían seguir el espectáculo. El alguacil enviado al efecto no consiguió calmar los ánimos, por lo que el señor corregidor se enfadó a voz en grito con las señoras. Los estudiantes, intuyendo la gracia de la situación, entonaron al unísono aquello de: “¡Señoras, qué pasa ahí! ¡Señoras, díganlo ya!” La respuesta no dejó de asombrar y maravillar a unos y a otras. Lope Lopillo, disfrazado de mujer desde la cazuela de las damas gritó: “¡Que Lope está aquí!, ¡vénganse acá! ¡Kikirikí!”.
Todos a una, los estudiantes secundaron la feliz coplilla de Lope Lopillo, acabando la cosa mal, suspendida la función, con quejas al rector y con algún que otro cachete. El caso es, y será cierto o quizás no, que desde entonces la cazuela de las mujeres se vino a trocar en el famoso “gallinero”.
La cúpula de las Bernardas
De sobra es conocido que el Monasterio de las Bernardas, obra de Juan Gómez de Mora, es una de las obras más importantes del Barroco español. Su hermosa y espectacular cúpula ovalada no sólo es un ejemplo de diseño arquitectónico, sino también una proeza técnica a propósito de la cual existe en Alcalá de Henares una leyenda.
Andaba la iglesia en obras, se dice que allá por el año 1618, cuando llegó el día de retirar los aperos que sostenían la gigantesca cúpula. Imagínense los nervios de los alarifes y de todos aquellos que participaban en la obra, quizá hasta el mismo promotor del convento, el arzobispo Don Bernardo de Sandoval y Rojas, andaría intranquilo ante la llegada de este momento. Nunca se había hecho una cosa igual en España y, a pesar de los cálculos exactos del arquitecto, existían dudas razonables sobre si la cúpula se vendría abajo.
Pero llegó el momento y el sobrestante, Luis González de Oviedo, se dirigió al arquitecto para que diera la autorización final a la retirada de aperos. Cuenta la leyenda que, no sin muchas dudas, la dio, pero que no quiso esperar a ver el resultado, abandonando Alcalá de Henares y no volviendo a la ciudad. Realidad o leyenda, el caso es que la maravillosa cúpula aguantó debido a los perfectos cálculos del magnífico arquitecto, del que estoy seguro que volvió a Alcalá de Henares en numerosas ocasiones a admirar su obra y a trabajar en otros importantes proyectos.
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Un cuadro del Convento de la Imagen y una cantarilla de miel
La curiosa historia hace referencia a un cuadro sobre el Martirio de San Andrés que las monjas del convento de carmelitas de la Imagen encargaron al pintor alcalaíno Gregorio de Utande, bien mediado ya el siglo XVII. Parece ser que el precio convenido fue el de cien escudos, pero el resultado del cuadro no agradó para nada a las religiosas, negándose a pagar lo acordado y pidiendo una tasación imparcial al famoso pintor, escultor y arquitecto Sebastián de Herrera. Imagínense el susto de Utande ante tal iniciativa de las monjas, por lo que decidió pedir ayuda a su amigo, maestro y magnífico pintor Juan Carreño de Miranda. Como podrán suponer, el gran artista tuvo que rehacer casi por completo la obra, recibiendo como pago de su amigo Utande una cantarilla de miel que en su momento recibió como regalo de las propias monjas.
El perito al ver el San Andrés quedó maravillado y no sólo acordó como justo pagar por él cien escudos, sino que subió el precio hasta 200. Cuando tiempo después se conoció la historia, el lienzo se hizo famoso y empezó a ser conocido como el “cuadro de la cantarilla de miel”.
La Mesa del rey Salomón
Pues sí, uno de los grandes tesoros de la antigüedad fue encontrado en nuestra ciudad. La bellísima mesa del rey Salomón, llena de incrustaciones de perlas, esmeraldas, corales y demás piedras preciosas. Según cuenta el historiador Ibn´Abd al-Hakam (que vivió en el año 880) el gran caudillo Tarik, a su paso por Complutum en el 713, localiza en lo que el denomina “Faray” (a dos días de Toledo y camino de Guadalajara) la famosa Mesa de Salomón. Esta sería la razón por la que el desfiladero que conducía a la famosa mesa en el monte o Gebel-Zulema (Zulema_Suleiman) acabó denominándose Cuesta de Zulema.
Pero no intenten buscarla, Tarik la encontró y el propio Muza se la llevó a su señor, el Califa de Damasco, como uno de los grandes regalos de aquella legendaria tierra que acababan de conquistar.
Ignacio de Loyola y la cantarilla de huevos
En 1526, Ignacio de Loyola se encontraba en Alcalá de Henares con ánimo de preparar lo mejor posible la base doctrinal y teológica que daría como fruto la fundación de la Compañía de Jesús. Pero dadas sus intenciones y su temperamento, en Alcalá no dejó de llamar la atención, acabando en varias ocasiones con sus huesos en la cárcel y dejando recuerdo de numerosas historias, leyendas o milagros que la imaginación popular se encargó de transmitir.
Una de esas curiosas historias tiene que ver con la costumbre de Ignacio de enseñar el catecismo a los niños en la ermita de los Doctrinos. Pues bien, tras la lección de uno de aquellos días de enseñanza escuchó, cuando ya los niños se iban yendo, los sollozos de una pequeña que le llamó la atención. Preguntó a la niña por la causa de sus lloros y ésta le contó que al ir a coger agua del pozo que había junto a ellos se le había caído al suelo una cantarilla con huevos, rompiéndose casi todos ellos. Un disgusto mayúsculo que Ignacio pronto se prestó a solucionar. Recogió los restos del estropicio, los metió en la cantarilla e introdujo todo en el pozo. Pues no se lo van a creer, o sí, al salir la cantarilla del pozo los huevos estaban intactos, sanos y salvos, por lo que la niña pudo volver a su casa contenta y feliz. ¡No me dirán que no es bonito y tierno el milagro!
El Rico-Home de Alcalá y el Huerto de los Leones
Ricos-Homes en Alcalá de Henares tuvo que haber varios, sobre todo teniendo en cuenta que tal denominación hacía referencia a los nobles de alta cuna. Pero el famoso, el de la leyenda, que murió por oponerse nada menos que al rey Pedro I el Cruel, dejó hasta calle en la ciudad, la del Rico-Home, y palacio, que existió hasta 1857, en cuya portada exhibía con orgullo “Año de 1571, Casa del Rico-Home de Alcalá”. Es casi seguro que fuera todo pura invención, porque la fecha de 1571, el Rico-Home y Pedro I no cuadran, pero el magnífico palacio si fue una bella realidad destruida en el siglo XIX. La casa perteneció a los Mendoza, que la habían recibido de León Alonso de Laguna en 1433. Y tuvo que ser un gran palacio, porque allí se casó la princesa de Éboli, doña Ana de Medoza, con don Ruy Gómez de Silva, asintiendo el propio rey Felipe II.
Al palacio se le conocía popularmente como de “Los Leones” por los dos leones que sostenían el escudo de los Mendoza que se situaba en la portada. Como habrán adivinado, tal palacio se situó en la actual calle Empecinado, en el conocido Huerto de los Leones, hoy llamado Jardín de las Palabras.
El Canónigo y su nariz
“Aquí yace el reverendo Gregorio Fernández, canónigo de San Justo, capellán de Sus Altezas, el cual tuvo cargo de este monasterio desde que se fundó hasta hoy, y dejó en el dicho monasterio la capellanía de veinte mil maravedíes de censo. Finó el primer día del mes de Septiembre de 1518 años” Así reza la inscripción que aparece en el bello sepulcro renacentista del canónigo Gregorio Fernández situado en la girola de la Catedral-Magistral.
Gregorio Ferández fue el encargado por el Cardenal Cisneros de poner en marcha el colegio de doncellas situado en el convento de San Juan de la Penitencia. Una institución pensada para la educación femenina que permitía a las mujeres que se acogían a ella conseguir una dote que les daba cierta seguridad en lo que se refiere a alcanzar un buen matrimonio.
El sepulcro del canónigo se situó en la iglesia del monasterio, actual Casa de la Entrevista, hasta que las monjas sustituyeron su antiguo edificio en el siglo XIX por el actual de la calle de Santiago. Fue entonces cuando el sepulcro se trasladó a la Catedral-Magistral.
Pues bien, parece ser que en torno a la efigie de Gregorio Fernández se creó una tradición entre las mujeres casaderas de Alcalá de Henares que unió para siempre al canónigo con la idea de un buen casamiento. La antigua tradición consistía en que la muchacha que acariciase la nariz del reverendo encontraría novio en breve plazo.
Lo cierto es que si nos fijamos con atención, nariz no le queda mucha al canónigo Gregorio Fernández, por lo que puede ser que una de las razones se deba a esta simpática costumbre complutense.
La boca de la verdad del Colegio de Málaga
Uno de los más importantes edificios del barroco civil en Alcalá de Henares es el Colegio de San Ciriaco y Santa Paula, conocido popularmente como Colegio de Málaga. Lo fundó don Juan Alonso de Moscoso, natural de Algete, antiguo estudiante de la Universidad y con el tiempo obispo de Málaga.
El colegio, una magnífica obra de Juan Gómez de Mora, consta de dos claustros y una impresionante escalera imperial en su centro. Pues bien, en uno de los patios encontramos una gran fuente, obra de Miguel de Arteaga (1769), decorada con una cabeza de león con sus fauces abiertas. Y he aquí de donde viene una antigua costumbre alcalaína: cuando una dama dudaba de la fidelidad de su enamorado le llevaba ante esta fuente, obligándole a jurar sobre su fidelidad a la vez que metía la mano derecha en la boca del león. Si mentía, el galán salía del trance sin mano. No se tiene noticia de tal circunstancia, por lo que ha de presuponerse el alto grado de fidelidad de los amantes alcalaínos.
Del libro “Leyendas y Refranes Complutenses” Arsenio E. Lope Huerta y M. Vicente Sánchez Moltó. 1982