Cosme III de Médici y Alcalá de Henares a finales del siglo XVII
Cosme III de Médici y Alcalá de Henares a finales del siglo XVII
Cosme III de Médici nació en la magnífica ciudad de Florencia en 1642. Y digo magnífica por aquello de que en sus viajes describe lugares, gentes, costumbres y monumentos que parecen siempre matizados por el recuerdo de la grandeza de su ciudad natal.
En 1670 se convirtió en el sexto Gran Duque de Toscana tras suceder a su padre, Ferdinando II. Hasta que heredó el título, se dedicó sobre todo a viajar. Viajo, y mucho, por Europa debido a su interés por la historia, la geografía y las costumbres sociales. Parece ser que su objetivo fue el de prepararse para ser un buen gobernante. Murió en su Florencia natal en 1723.
Recorrió la Península Ibérica entre 1668 y 1669, viajando por Portugal, pero sobre todo por España. Su idea era llagar hasta Santiago de Compostela y conocer un país en plena decadencia que vivía el fin de la dinastía de los Habsburgo.
Profundamente religioso, mantuvo una complicada relación con su mujer, la francesa Margarita Luisa de Orleáns, con quien se casó en 1661. Vivieron separados la mayor parte del tiempo y mantuvieron constantes discusiones. Puede que esa necesidad de huir que sentían ambos fuera también la razón por la que decidió dedicarse a viajar.
El texto manuscrito de su Viaje por España y Portugal se conserva en la Biblioteca Laurenziana de Florencia.
Su paso por Alcalá de Henares, con su Universidad ya con signos de una profunda decadencia, nos dejó esta crítica descripción de la ciudad:
«Alcalá de Henares, llamada así por el río que pasa junto a ella bordeando la montaña que por la parte del mediodía está a su espalda, a diferencia de Alcalá la Real de Andalucía, título del primogénito de la casa de Medinaceli, es una pequeña villa célebre por la Universidad, en la cual florecieron, y se pretende que singularmente florezcan hoy todavía (como en Salamanca las leyes), la Teología y la Medicina. El Colegio Mayor fué fundado por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, Arzobispo de Toledo e Inquisidor General de España, además de otros cuatro colegios, asignándoles una renta anual de 35.000 escudos para sueldos de los catedráticos y alimento de los colegiales. Su sepulcro se encuentra en la iglesia contigua a la Universidad.Ésta es un edificio ricamente ornamentado; sólo la primera entrada resulta verdaderamente infeliz; pero subidos pocos escalones se entra en un patio bastante amplio con tres órdenes de columnas, todas de piedra berroqueña, que se estaban entonces fabricando con el sobrante de las rentas indicadas. De aquí se pasa a otros dos patios fabricados asimismo de piedra blanca, cuya cantera se encuentra tres leguas distante de Alcalá en un lugar llamado Pioz, piedra menos noble y dura que el granito. Alrededor están dispuestas las escuelas y la sala donde se dan los grados, notable por el tamaño y la suntuosidad de su construcción.
Además de éstos hay otros 14 colegios, fundados en parte por los reyes, en parte por los arzobispos de Toledo, y entre estos colegios muchas naciones del reino tienen uno especialmente destinado a sus hijos. Todos los colegiales visten trajes especiales, y muchos de estos trajes tienen una apariencia ridícula para quien los ve por vez primera. Las lecciones comienzan el día de San Lucas y terminan en Semana Santa. Pero los colegios dan de comer a todos los que quieren seguir allí durante las vacaciones. Además de los colegiales hay otras dos clases de estudiantes.
Los primeros son los nobles, osea aquellos que viven como nobles, los cuales tienen casa por su cuenta con toda la servidumbre que quieren. Los otros son como pensionistas, y están en casa de bachilleres o doctores, llamados escolares, que les sirven de repetidores. La escolaresca es, en general, insolente; llevan armas de todas clases, y por la noche, divididos entre sí en facciones, hacen extraños alborotos. El dominio superior de la villa y el
provecho que de ella se obtiene pertenecen al rey. Al arzobispo, como se ha dicho al principio, corresponde tan sólo el gobierno político, además del espiritual, ejercido por un vicario foráneo que tiene jurisdicción sobre la villa y su distrito, pero sujeto al arzobispo de Toledo, que de ordinario tiene su residencia en Madrid.
Por lo demás la villa es pequeña, y en otro tiempo tuvo gran renombre por sus murallas, como se ve por el proverbio aún corriente; Alcalá de Henares, qué bien pareces por tus muros, torres y capiteles. De todas estas cosas sólo quedan las torres, frecuentísimas en su contorno, pero al presente sólo unidas por muros de tierra débiles y bajos. Por lo general, los edificios son bastante buenos, y los peores, como más antiguos, se encuentran en los sitios principales, o sea en la calle Mayor, casi toda ella con pórticos sostenidos por mezquinísimas columnas de piedra blanca, y la plaza del mercado.
Las dos calles mejores son la de Santiago y la de Roma, así llamada por las frecuentes iglesias y conventos que en ella se encuentran. Todas, por lo regular, son intolerables a causa del mal olor que se produce por la costumbre de arrojar a ellas en pleno día las inmundicias más fétidas. Las cosas más estimables de este lugar, y si se ha de creer al proverbio, son las calles, las muchachas y cierta uva blanca de comer. De las primeras ya se ha hablado; de las otras dos cosas no encontramos entera confirmación, por lo que nos pareció».