Convento de monjas cistercienses de San Bernardo (vulgo Bernardas)
El convento de monjas cistercienses de San Bernardo (vulgo Bernardas) tal vez sea, desde el punto de vista artístico, el más importante de los conventos de clausura del siglo XVII en Alcalá de Henares. Fundado por el Cardenal Arzobispo de Toledo Bernardo de Sandoval y Rojas para 24 monjas cistercienses, que debían pertenecer a su familia, y seis freilas, familia de sus criados.
El edificio es obra del arquitecto Juan Gómez de Mora, tomando como modelo el templo romano de Santa Anna dei Palafrenieri, obra de Vignola que, a su vez, se basa en el Tratado de Arquitectura de Serlio. Colaboró en su construcción el alarife alcalaíno Sebastián de la Plaza. Para la edificación de este monasterio se hubo de derribar una parte del antiguo barrio morisco, llamado de la Almanxara. Como resultado, quedó libre un espacio, la plaza de las Bernardas que, compuesta por el Palacio Arzobispal, el colegio convento de dominicos de la Madre de Dios y el propio monasterio, con la linterna de la cúpula asomando al fondo, constituye uno de los mejores conjuntos urbanos del barroco complutense.
La fachada principal destaca por su sencillez y por la escenográfica relación que tiene con el interior del templo. Está dividida en tres cuerpos separados por impostas de piedra. En el inferior, tenemos tres portadas que quieren dar a entender que la iglesia se compone de tres naves, pero es falso, pues las entradas laterales se corresponden con dos capillas adosadas. En la línea de impostas que separa este cuerpo del superior, se hace referencia al fundador como doctor (título que consiguió en la Universidad de Alcalá de Henares), Arzobispo, Cardenal, Inquisidor General y fundador de este convento en el año 1618. En el cuerpo central, un nicho contiene una escultura de San Bernardo, atribuida al portugués Manuel Pereira. A sus lados, ventanales ovalados, balcones y escudos del fundador, motivos que luego se repetirán con insistencia en el interior del templo. En el tercer cuerpo, flanqueado por aletones, de nuevo el escudo del cardenal Sandoval. Todo el conjunto se remata mediante un frontón triangular.
En el interior sorprende, en deliberado contraste con la austera fachada telón, la planta ovalada y la grandiosa cúpula elíptica que la cubre, la más grande de España en su género. Cuenta la tradición que el arquitecto tenía miedo de que se cayera la cúpula: mandó quitar los andamios y se ausentó con alguna excusa. El arquitecto no volvió a aparecer y la cúpula nunca se desplomó.
Un anillo separa la cúpula del tambor de la iglesia, rodeado en su piso superior por un corredor o tribuna que se manifiesta al interior del templo por un juego de balcones de hierro, similares a los de cualquier casa antigua de Alcalá de Henares y coronados por el escudo del fundador.
Este corredor se comunicaba con el Palacio Arzobispal para permitir el acceso directo a la iglesia. Debajo de los balcones, un conjunto de seis capillas adosadas, cuatro de ellas también de planta ovalada. A través de dos angostos túneles que, a su vez, se ramifican hacia los púlpitos, creando de este modo una atmósfera laberíntica, se accede de las capillas al presbiterio. Éste, en lugar de retablo, contiene un baldaquino a cuatro caras, o lo que es lo mismo, dispuesto para oficiar cuatro misas simultáneamente. Obra del hermano jesuita Francisco Bautista, e inspirado en el túmulo funerario de Margarita de Austria diseñado por el Greco, está realizado en madera policromada y sobredorada. Destacan las tallas de los cuatro Evangelistas, obras relacionadas con los talleres de Antonio de Morales o de Giraldo de Merlo, de los santos advocadores de la orden cisterciense, pinturas con la vida de San Bernardo y el tabernáculo interior. Tanto baldaquino como tabernáculo se cubren con cúpulas elípticas, como si quisieran ser maquetas del propio templo. Detrás del baldaquino tenemos las dos rejas del coro, alto y bajo, que nos separan ya de la clausura.
Mención aparte merece la colección de pintura. Todos los cuadros son obra del italiano Angelo Nardi, pintor de cámara de Felipe III, que nos ha dejado aquí su mejor colección. En las capillas de la Epístola tenemos la Adoración de los pastores, la Asunción de la Virgen y la Resurrección. En el lado del Evangelio, la Ascensión (donde se autorretrata Nardi con un libro en la mano), la Circuncisión y la Epifanía. En el lateral izquierdo del presbiterio Santo Domingo, la Conversión de San Pablo y el Martirio de San Lorenzo, donde podemos apreciar en la parrilla la firma del pintor y la fecha de ejecución, en el año de 1620. En el lateral derecho, San Francisco, la Crucifixión de San Pedro y el Lapidamiento de San Esteban. En el testero, acomodándose al arco de la bóveda, la Coronación de la Virgen. Bajo ella, separados por la reja del coro alto, el Arcángel San Gabriel y la Virgen forman la escena de la Anunciación. Siguiendo el orden descendente, la Glorificación de San Bernardo, la Inmaculada Concepción y dos monjas patronas de la orden: Santa Umbertina y Santa Lutgarda. Detrás del Baldaquino, la Imposición de la Casulla a San Ildefonso, patrono del arzobispado de Toledo.
Plaza, iglesia y convento forman un conjunto de una magnífica proporción arquitectónica: sobre un eje imaginario se alinean plaza, fachada, templo, presbiterio, coros, cripta y claustro. Pero esta alineación nos va marcando una gradación en el uso del espacio, pasándose progresivamente de lo público, la plaza, a lo semipúblico, la iglesia, y a lo privado, la clausura.
El interior de la iglesia sigue un rígido esquema geométrico basado en la raíz cuadrada de dos que es, por ejemplo, la relación entre los ejes mayor y menor de la elipse. De este modo, cualquiera de sus elementos sirve para conocer el resto, siendo válida cualquier medida como módulo.
El presbiterio está basado en el número áureo de modo que, por medio de sucesivas desmultiplicaciones del mismo, obtenemos la medida de todos sus elementos, incluido el baldaquino. Y es que en el baldaquino se aúnan arquitectura, pintura y escultura en una armonía ejemplar. Esta norma también es válida para el programa pictórico. En los lunetos, Santos Penitentes. Bajos ellos, San Pedro y San Pablo. Dado que los cuadros están en alto y con poca perspectiva, se representa a los dos santos boca abajo, uno crucificado, el otro en audaz escorzo. Bajo ellos, los dos primeros diáconos mártires de la Iglesia, siendo introducidos los cuadros al espectador por caballos blancos para evitar la pérdida de ángulo que produce la ubicación de los lienzos tras el arco toral. Estas obras están relacionadas por el tema escurialense: San Lorenzo y su parrilla por razones evidentes, San Esteban por las cúpulas del Escorial asomando al fondo.
En el testero se reproduce el ciclo de la Virgen: Anunciación, Inmaculada Concepción y Coronación. Este ciclo se relaciona con la orden cisterciense, Glorificación de San Bernardo, y con el arzobispado, San Ildefonso. Las referencias a la orden religiosa continúan con santas fundadoras: Umbertina y Lutgarda, con la vida de San Bernardo en la base del baldaquino y con las figuras de santos advocadores en la parte superior del mismo.
Todo ello nos conduce a una concepción teatral y simbólica de la arquitectura como arte que, englobando pintura y escultura. Una manera de entender la vida donde el componente escenográfico era esencial. Imaginando una de aquellas solemnes ceremonias del barroco, es fácil fantasear con una puesta en escena donde la iglesia de las Bernardas se convertía en un un magnífico escenario: presidiendo desde el balcón central, el Arzobispo de Toledo. En los demás balcones, su séquito de dignidades. Colgando de las barandillas, tapices y reposteros. El azul de la cúpula, las arquitecturas fingidas, los personajes asomados a los balcones, convierten el espacio arquitectónico en espacio urbano. Al estar la iglesia orientada al sur, a las 12 del mediodía, hora de la misa, se filtra el sol a través de los óculos e incide en el dorado baldaquino. La estrella elíptica que dibuja el suelo acentúa la sensación de ingravidez. El oficiante viste una rica casulla, los diáconos, dalmáticas, el presbítero. Las monjas cantan desde los coros…
La clausura no es menos interesante que el templo. Dos claustros, coros, varias escaleras, sala capitular, archivo, cripta y en la huerta, la puerta de Burgos, única puerta medieval conservada de las murallas de Alcalá de Henares.
Hasta el año 2000, las monjas cistercienses habitaron esta magnífico convento alcalaíno. Desde entonces, el obispado de Alcalá de Henares como propietario ha ido desarrollando diferentes campañas de restauración de los espacios del gran conjunto monumental: la rehabilitación de las cubiertas, la restauración de los cuadros de las capillas del templo (salvo el presbiterio), la del claustro menor y zonas adyacentes (casa de la demandadera, cocina, refectorio, escalera…) y la reciente del templo y las tribunas altas, obra finalizada en 2018. En esta última intervención, se ha recuperado la forma del suelo original, se han recreado en color sepia las pinturas de los evangelistas de la cúpula y se recuperado la decoración geométrica original, entre otras intervenciones. Una magnífica intervención que ha devuelto el esplendor a unas de las grandes obras del barroco español.
En el año 1996 se inauguró en las tribunas altas de la iglesia un museo donde se mostraban importantes piezas conservadas por la clausura: bulas, cartas de profesión, recreación de una celda y de una cocina, una gran colección de ropas litúrgicas, cuadros, imaginería,…. El museo se mantuvo hasta el comienzo de las últimas obras de restauración. Es posible, y sería deseable, que los espacios de las tribunas recuperen su uso como museo, ampliando la magnífica colección de obras de arte que legaron a la ciudad las monjas bernardas.