Alfonso Carrillo de Acuña y Alcalá de Henares

El año 1446, el rey Juan II consiguió situar al obispo de Sigüenza Alfonso Carrillo de Acuña en la silla arzobispal de Toledo. Tras la muerte del monarca, su sucesor, Enrique IV pronto chocó con el todopoderoso arzobispo. La enemistad fue tanta que Carrillo, pese a reconocer en un principio a la hija del rey, la princesa Juana (conocida entre sus enemigos como «la Beltraneja») formó parte de la trama que falsificó la dispensa papal por la que la princesa Isabel de Castilla se podía casar con su primo Fernando, heredero de la corona de Aragón. Carrillo liberó a la futura reina de su reclusión en el castillo de Madrigal de las Altas Torres y la trasladó a Valladolid, donde se celebró en secreto los esponsales, el 18 de octubre de año 1469. La ceremonia fue oficiada por Pero López de Ayala, capellán mayor de la iglesia de los santos Justo y Pastor de Alcalá de Henares. Tras la boda, el arzobispo volvió a su villa de Alcalá, convertida en su residencia habitual, ampliando y reforzando sus murallas.

En 1473, recibió en Alcalá de Henares a los jóvenes príncipes, que venían acompañados por el Legado Pontificio, el cardenal Rodrigo de Borja (futuro papa Alejandro VI). El anfitrión derrochó amabilidad en espera de conseguir de los futuros reyes el título de Cardenal. Pocos meses después, el 7 de mayo de 1473, recibió una gran decepción: su gran rival, Pedro González de Mendoza, fue investido con la vacante púrpura cardenalicia.

El 2 de diciembre de 1474 murió el rey Enrique IV. Carrillo mandó izar pendones en Alcalá de Henares en honor a la nueva reina, Isabel I, y viajó a Segovia a su coronación. Junto al cardenal Mendoza, redactó la Concordia de Segovia, que servirá como reglamento de las obligaciones y del protocolo del matrimonio real. Carrillo posiblemente esperaba una compensación por tanta lealtad a la reina. Sin embargo, los Reyes Católicos se aproximarán más al cardenal Mendoza, que llegó a ser conocido por sus contemporáneos como el «tercer rey». Su inmensa fortuna, el ser hijo del marqués de Santillana y su gran habilidad política, junto a su vocación de mecenas, eclipsaron muchas veces al arzobispo Carrillo.

Enojado Carrillo, se pasó al bando de Juana «la Beltraneja». La reina Isabel aceptó venir a Alcalá de Henares a darle explicaciones. El arzobispo amenazó con salir de la ciudad cuando apareciera la reina. De esta época es su famosa frase: «yo la saqué de hilar para hacerla reina y ahora yo la volveré a la rueca». Todo terminó con la batalla de Toro, el 1 de marzo de 1476. Por un lado Isabel y el cardenal Mendoza, con el apoyo del reino de Aragón, y en el otro bando Juana y el arzobispo Carrillo, apoyados por el rey de Portugal. La victoria de las tropas de los Reyes Católicos puso fin a una guerra de sucesión en la que el arzobispo de Toledo fue perdonado a cambio de entregar sus fortalezas militares, entre ellas el castillo de Alcalá «la Vieja», que pasó a ser de dominio real.

A partir de este momento, Carrillo se dedicó más a funciones de iglesia. Su huella en Alcalá de Henares quedó plasmada en la fundación del convento franciscano de Santa María de Jesús, más tarde conocido como de San Diego. Reconstruyó la iglesia de los Santos Niños y la elevó a Colegiata (1477). Quizá, lo más curioso sea que encarceló a Cisneros por negarse a renunciar a su puesto de arcipreste de Uceda, cargo que Carrillo quería para un familiar. Murió en Alcalá de Henares en 1482, según las crónicas muy empobrecido por su afición a la alquimia, siendo enterrado en esta ciudad a la que tanto amó. Se construyó un sepulcro de claro estilo gótico-florido, mausoleo que sufrió los mismos destrozos que el de Cisneros durante la Guerra Civil y que tras haber sido magníficamente restaurado con los restos que quedaron, puede ser hoy admirado en el Museo de la Catedral-Magistral de Alcalá de Henares como una de sus joyas.

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