Alcalá de Henares, la gran ciudad de la cultura renacentista en España
Desde cualquier punto de vista, la etapa más importante para Alcalá de Henares va unida a la fundación universitaria. El siglo XVI va a ser pródigo en escritores que encuentran en la ciudad el ambiente apropiado para su labor de creación. No debemos olvidar tampoco el esencial papel que jugó la imprenta, convirtiendo a Alcalá en uno de los más importantes focos de publicaciones de toda Europa. Aquí trabajaron impresores como Estanislao Polono, impresor en 1502 de la “Vita Cristi” de Ludolphus de Sajonia, o Arnao Guillén de Brocar, que va a imprimir la famosa “Biblia Políglota Complutense”. La vida universitaria se encuentra en su máximo esplendor. Erasmo de Rotterdam es, en los primeros años de la Universidad, un modelo a seguir. Antonio de Nebrija es profesor en Alcalá de Henares. Las fundaciones de colegios menores se suceden y grandes arzobispos toledanos van convirtiendo la ciudad en una bellísima amalgama renacentista. Pronto empiezan también los famosos Certámenes Poéticos en la Universidad, que se van a mantener prácticamente durante toda su historia. El primer poeta laureado por la Complutense va a ser el extremeño Benito Arias Montano, uno de los más importantes eruditos de su tiempo. Intelectuales y políticos extranjeros, como Andrea Navagero o el portugués Gaspar Barreiros, se acercan hasta Alcalá de Henares atraídos por su vida intelectual. Los géneros literarios de la época, sobre todo la poesía amorosa, encuentran el ambiente apropiado para su desarrollo y por Alcalá de Henares van a pasar los máximos representantes de las corrientes literarias del siglo. Y por si fuera poco, en 1547 nace Miguel de Cervantes en la alcalaína calle de la Imagen.
Alcalá de Henares y la literatura, tan difuminada por entonces en la multitud de posibilidades de creación, se adaptan mutuamente gracias a la palabra de los mejores escritores y pensadores. De entre ellos merece la pena recordar a grandes intelectuales como Domingo de Soto, Ambrosio de Morales o a los autores de la Políglota; todos hombres cultos, dedicados al estudio de la Teología, la Filología, el Derecho o la Historia. Y en realidad sólo son un pequeño retazo de lo que de verdad se fraguó por aquel entonces en estas tierras.
ANTONIO DE NEBRIJA
Cuando nace Antonio, en Lebrija (Sevilla), en 1441 todavía no se ha inventado la imprenta. Quizá esta circunstancia sea suficiente para valorar la importancia de personas de su generación a la hora de transformar por completo la realidad intelectual que les tocó vivir. La vida de Antonio se desarrolló en gran parte durante el reinado de los Reyes Católicos. Cuando muere en Alcalá de Henares, en 1522, es profesor en la joven Universidad Complutense. Había estudiado en Salamanca e Italia y fue también profesor en la universidad salmantina.
Hombre moderno, de profundas convicciones humanistas, perfecto conocedor de las lenguas clásicas y apasionado de la lengua latina. Escribió sobre teología, derecho, astrología, pedagogía, aunque de su obra hay que destacar sus trabajos filológicos: gramáticas del latín, griego y hebreo, diccionarios latín-español y español-latín y sobre todo su «Arte de la lengua castellana», primera gramática escrita de una lengua moderna europea.
Quizá no se conciba aquella época de elevación de lo humano sin la poesía. El arte poético resurge y los hombres lloran amores desgraciados mientras guerrean en crueles batallas. El cortesano enamorado y el guerrero poeta se funden en un nuevo prototipo de hombre que ve en lo literario una divisa que desea lucir con orgullo. En Alcalá de Henares no tuvimos a un Garcilaso, a un Boscán o a un Hurtado de Mendoza, pero sí a dos poetas que quisieron responder a todos los tópicos que la moda de entonces exigía. Su poesía, que sigue la corriente del estilo amoroso a la italiana, se desarrolla en el bucólico ambiente de las riberas del Henares y se llena de encantadores sentimientos en torno al mundo pastoril, el sufrimiento del amado por la ausencia de la amada y los laberintos de pasiones.
FRANCISCO DE FIGUEROA
Nacido en Alcalá de Henares, adoptó, en su condición de enamorado, el seudónimo pastoril de Tirsi, aunque se le elevó al glorioso parnaso de los poetas con el apelativo de “el Divino”. Por cierto, Cervantes, en su novela pastoril “La Galatea, se acordará de este compatriota. En muchas de sus composiciones, la mayoría de ellas Églogas de carácter pastoril, aparece Alcalá o su río: «… por las frescas riberas del Henares, / donde el famoso Tirsis apacienta»
Escribió en castellano e italiano y cuenta la tradición que al final de su vida quemó parte de sus obras; sólo quedaron para la posteridad «Canciones a Fili» y «Elegías».
PEDRO LAÍNEZ
Alcalaíno y amigo del anterior, hasta el punto de que a veces se confunden sus composiciones, como él se refiere al Henares cuando describe en sus poesías los bucólicos paisajes pastoriles. Utilizó Damón como seudónimo pastoril y también aparece en “La Galatea” de Cervantes.
Pero sigamos llenando de ropajes a un siglo tan ensimismado en su condición literaria como lo fue el XVI. Prosistas, poetas y, profundizando aún más, prosistas y poetas religiosos. La religiosidad se eleva hasta alcanzar lo inmaterial; se goza de un estado que los tratadistas llaman, dispuestos como siempre a colocar un nombre a lo incomprensible, ascética y mística. Dentro de esta corriente de literatura religiosa, y en relación a Alcalá de Henares, merece la pena recordar a tres de sus más importantes representantes.
IGNACIO DE LOYOLA
Este militar, nacido en el castillo de Loyola (Guipúzcoa) en 1491, sirvió como capitán a las órdenes del duque de Nájera, virrey de Navarra. Quiso la fortuna que fuera herido en Pamplona, circunstancia que le obligó a permanecer en cama durante una buena temporada. En este tiempo eligió dedicar sus muchas horas de soledad a reflexionar sobre la vida de Cristo, leyendo cuanto caía en sus manos. Ignacio consigue definir un nuevo concepto espiritual, el de “soldado de Cristo”, que llegaría a triunfar arropado por las corrientes religiosas de finales del XVI. En 1526 está en Alcalá de Henares con el deseo de estudiar Filosofía y Teología. Vive, primero, en el Hospicio de Santa María la Rica y, después, en el Hospital de Antezana. En la entonces villa, sufre tres procesos inquisitoriales acusado, entre otras cosas, de algo tan socorrido para sus acusadores como seguir las ideas del iluminismo.
En sus “Ejercicios espirituales” muestra su ideario religioso: «Más conveniente es que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota abrazándola en su amor y alabanza… dexe obrar al Criador con la Criatura y a la criatura con su Criador y Señor». Siempre exhorta a “gustar de las cosas internamente”.
TERESA DE JESÚS
Teresa de Cepeda y Ahumada nace en Ávila en 1515. A los diecinueve años ingresa en el Carmelo, emprendiendo una profunda y austera reforma de la Orden. En 1576 visita el convento de Carmelitas Descalzas de La Imagen de Alcalá de Henares.
Mujer de fuerte temperamento, de la que un dominico llegó a decir que no era mujer «sino varón y de los muy barbados». Para ella la meditación sólo tiene valor si va acompañada de una eficaz actividad. Solía decir que también «entre los pucheros anda el Señor». Representante suprema de la literatura mística, su afán de sencillez se refleja en la forma de expresarse en sus libros, que no deja de ser la propia del habla familiar de Castilla. Algunas de sus obras más importantes son el “Libro de su vida” (1588), el “Libro de las fundaciones” y el “Libro de las moradas o castillo interior” (1588).
JUAN DE LA CRUZ
Más que místico, poeta; más que carmelita, hombre de sentimientos y de belleza estética y formal que quiso o supo elevar la poesía hasta la más sublime perfección. Todo un honor para Alcalá de Henares haber tenido como parte de su Universidad a este abulense, nacido, en 1542, en Fontiveros. A los veinticinco años se encuentra con Teresa de Jesús y se une a su proyecto de reforma. Fue el primer rector del Colegio Convento de Carmelitas Descalzos de San Cirilo, cuya iglesia es en la actualidad el teatro universitario “La Galera”.
De entre sus obras destacan “Noche oscura” y “Cántico espiritual”.
El prestigio de Alcalá de Henares por aquel entonces fue tal que incluso se llegó a formar en las aulas complutenses el muy salmantino Fray Luis de León, matriculado en la Universidad en 1556.