El escándalo de Alcalá, por Salvador de Madariaga

Artículo publicado en la revista «Iberia por la Libertad», en él que Salvador de Madariaga se duele por la injusta decisión que hizo que Alcalá de Henares no fuera sede de la Universidad Autónoma de Madrid. Lo publicó en el volumen 17, nº 7, de 15 de julio-agosto de 1969:

«Hace muchos años, don Alfonso XIII tenía un dentista intelectual. El rey lo vizcondeó, pero él se llamaba Aguilar. Seducido por el ambiente de las universidades yanquis, el vizconde Aguilar logró animar al rey a que se hiciera un «campus» universitario en la Moncloa; yo protesté porque prefería Alcalá. Mi protesta no impidió que se estropeara el Parque del Oeste.

El asunto vino a rebotar cuando el año pasado se movió la idea de crear una segunda universidad en Madrid. Cuando se aseguraba en Madrid en los círculos del Ministerio de Educación y Ciencia que estaban a punto de firmarse las escrituras de cesión de terrenos para instalar esta nueva universidad entre Pozuelo y la finca de Somosaguas, publicó el ABC (3 de julio de 1968) una carta mía proponiendo dos ideas: que se diera a todas las universidades (menos las de Madrid, Barcelona y Salamanca) un arraigo regional, y que se situaran la de Castilla la Nueva (segunda de Madrid) en Alcalá y la de Cataluña en Vich.

Algún efecto haría este paso porque, después de mucho examinar las candidaturas de varias ciudades castellanas, se decidió elegir a Alcalá de Henares y el 20 de diciembre tuvo lugar la firma del acuerdo de cesión de terrenos de la base aérea de Alcalá al Ministerio de Educación y Ciencia. Poco después, el 25 de enero, el Boletín Oficial del Estado insertaba una orden del Ministerio de Educación y Ciencia abriendo concurso de anteproyectos para la Universidad Autónoma de Madrid en los terrenos así cedidos en Alcalá, considerados en el preámbulo como idóneos para el caso.

Pasaron meses -no muchos- y en 15 de abril se revocó el acuerdo de 25 de enero y se declaró que la Universidad iría a El Goloso. El 31 de mayo se dictó un decreto-ley fijando sus límites y emplazamiento; pero, cosa curiosa, el texto oficial no menciona explícitamente la universidad autónoma, lo que despistó a la opinión, ya que parecía tratarse de otra universidad; pero el ministerio no tardó en aclarar la cosa, matando en flor estas esperanzas. Yo mandé una segunda carta al ABC (2. V. 69) cuyo último párrafo dice: «El pueblo español, que sabe Historia y le tiene apego a su cultura, que es su alma, desearía saber qué razones hay de tan formidable fuerza que hayan vencido a Cisneros y a Cervantes en el ánimo de los gobernantes; y si tan fuertes son, ¿por qué no se publican? Y si no se publican, ¿quién es el Goloso?»

El periódico Madrid pidió razones. Una nota conjunta de los ministerios de Educación y Vivienda, nota sin rostro, nota sin firma, dio las «razones». Madrid demostró que carecían de valor, ya que, aceptando los criterios alegados por el Gobierno seguía siendo Alcalá emplazamiento preferible aun sin considerar su lugar eminente en la historia de la cultura española.

Vino entonces a complicar las cosas un capricho de la musa. La situación me inspiró las siguientes




COPLAS DE ALCALAÍNOS
Que a Cisneros y a Cervantes
quitan lo que dieron antes,
albalá contra albalá,
¿por qué se deja Alcalá?
Que a Cervantes y a Cisneros
por hectáreas o dineros,
El Goloso vencer ha,
¿por qué se deja Alcalá?
Que sería vergonzoso
que venciera ese goloso
en lucha en que tanto va,
¿por qué se deja Alcalá?
Que si en la villa del oso
se ha escondido ese goloso,
el Buscón lo encontrará.
¿Por qué se deja Alcalá?
Si las razones que da
para los alcalaínos
son coplas de Calaínos,
¿por qué se deja Alcalá?
Y si la Universidad,
en vez de una disciplina,
va a ser una golosina,
¿por qué se deja Alcalá?
Quien dice hoy no y ayer sí
juega al billar para sí,
o para alguien más allá.
¿Por qué se deja Alcalá?
Y pues Alcalá se deja
cuando en ello tanto va,
¿sobre qué Alcalá se queja?
Mal se queja quien se deja.
¿Por qué se deja Alcalá?

y claro está que mandé ejemplares a mucha gente, sobre todo de Alcalá, que me había escrito con motivo de mis cartas; y he aquí que el texto llega al ABC, el cual lo publica el día 16 de junio.

Entonces, y no antes, parece que se emocionó el señor don José Luis Villar Palasí, considerándose ofendido. Tengo vehementes indicios de que los versos


Quien dice hoy no y ayer sí
juega al billar para sí,
o para alguien más allá

le cayeron mal por imaginar que pudieran aludir a un rumor persistente que atribuye todo el embrollo a una puja de terrenos en El Goloso. Si no es así, es decir, si no es eso lo que ofende al ministro, no he dicho nada. Pero si es así, deseo desenmarañar este ovillo. No tengo ni sombra de idea de quién sea el señor Villar Palasí; y por lo tanto, es mi obligación respetar su integridad en cosas materiales, lo que hago sin reservas ni ambages; y aun añadiré que no fui yo quien puse la pimienta sino él quien se picó. Mis versos no se refieren a su integridad material que doy por impecable, sino a su integridad política, que doy por nula.

¿Qué se ha creído el señor secretario particular del Dictador para asuntos de Educación y Ciencia? Cuando se trata nada menos que de la universidad complutense, creada por Cisneros, centro sólo por Salamanca igualado de nuestra cultura en su máximo esplendor, ¿cree el señor Villar Palasí que un español libre de su palabra y pluma va a tolerar en silencio que un mero mandamás, sin otras credenciales que las ametralladoras, firme un sí en enero y un no en abril y mayo sin dar explicaciones, porque le falta la integridad política para dimitir?

Que haya malandrines que en ello encuentren su agosto, malo, claro está, pero… dentro de cien años, todos calvos. En cambio, si hoy Alcalá pierde otra vez su derecho a recobrar el hilo de su tradición, eso sí que quedará como un borrón indeleble en la historia de los que en ello hayan intervenido.

Así, pues, si el señor Villar Palasí se ha ofendido por una acusación poco honrosa que nadie le ha hecho, parece serle indiferente la otra acusación, la de haber decidido el caso de Alcalá con una frivolidad imperdonable. ¿Consultó a alguien? ¿Pidió la opinión de la Academia de la Lengua, de la de la Historia, de la Universidad de Madrid? No hizo más que mandar de modo irrazonado e irresponsable, como si un pueblo inteligente y culto fuera un pelotón de quintos a quienes el sargento manda «¡Derecha, deré! ¡Izquierda, izquier!» Pues no, señor Villar Palasí. El pueblo español no admite que le trate así nadie. Cuando los que mandan cambian de decisión, tienen primero que probar que han cambiado de opinión y por razones fundadas. Honrado lo será Ud., y yo no lo dudo. Pero para gobernar a España, no basta la honradez. Hay que respetar al país y a la verdad.

SALVADOR DE MADARIAGA«

El escándalo de Alcalá, por Salvador de Madariaga

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