Antonio Puigblanch, catedrático de hebreo en Alcalá de Henares
Antonio Puigblanch, catedrático de hebreo en Alcalá de Henares
Sus padre, cordelero en Mataró, fue Antonio Puig, su madre fue Cecilia Blanch. Antonio Puigblanch, como le gustaba firmar, nació en Mataró en 1775. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares y llegó a ser, en 1807, catedrático de hebreo en nuestra Universidad (en 1808 publicó sus «Elementos de lengua hebrea»). Hombre polifacético, pero sobre todo gramático, también reflexionó sobre materias como la política, el derecho o la historia.
Extremista en su carácter e ideas, para algunos un fracasado, para otros un precursor del renacimiento catalanista del siglo XIX. Llegó a expresar curiosas ideas federalistas en torno a España, a la vez que se reconocía profundamente atraído por la cultura, la historia y la lengua castellana.
Sus padres se preocuparon de que tuviera la mejor educación posible conforme a sus condiciones económicas y sociales: pasó por los Escolapios de Mataró, la cartuja de Montealegre, el Seminario Conciliar de Barcelona y Gerona, el Colegio de Santo Tomás (calle de Atocha) y el Real Colegio de San Isidro de Madrid, la Universidad de Huesca y la Universidad de Alcalá de Henares.
Pero sobre todo fue un hombre difícil, de extremos, al que Marcelino Menéndez Pelayo llegó a definir como pedante, maldiciente, de extraña catadura, petulante, aunque, y menos mal que vio algo bueno en él, un aceptable gramático. Pues sí, era todo eso, además de misógino, anticlerical, pero también muy católico. Su aspecto no ayudaba a mejorar su carácter. Era alto, desgarbado, algo cojo, una persona difícil y contradictoria, que intentó romper moldes propiciando golpes a diestro y siniestro sin una metodología demasiado organizada y en un mundo cambiante, que transitaba desde el antiguo al nuevo régimen, donde no parecía saber ubicarse del todo.
Ese carácter fue el que le llevó también al extremismo político. Se declaró sin lugar a dudas liberal, principios políticos que le llevaron a ser expulsado de España en varias ocasiones, aunque también fue requerido en otras tantas para participar de la política nacional.
Una de sus obras más famosas y traducidas fue «La Inquisición sin máscara», publicada en Cádiz entre 1811 y 1813 bajo el seudónimo de Natanael Jomtob. Una agria reflexión contra la Inquisición basada en argumentos como la contradicción entre el tribunal y los evangelios, la leyenda negra contra España creada por la institución, el grave atentado de los procedimientos del Santo Oficio contra los derechos de las personas o las trabas del tribunal al progreso científico. Una dura y justificada crítica que contrasta con otras reflexiones propias de su compleja personalidad. Por ejemplo, defendió la idea del español como lengua nacional, aunque como gramático apoyó el uso de la lengua catalana.
En 1914 salió exiliado a Londres, donde fue profesor de español. Además, en la capital británica conoció y ayudó al gran gramático Andrés Bello. De vuelta a España, logró ser diputado a Cortes por Cataluña entre 1820 y 1822, durante el Trienio Liberal. Pero en 1823, con la llegada al poder de los absolutista tuvo que volver a Londres, donde murió en 1840.
Polémico, castellanista y catalanista a la vez, sentía una gran admiración por la obra de Miguel de Cervantes y por la historia de Castilla. En catalán escribió algunos poemas, colaboró con José Melchor Prat en la traducción del Nuevo Testamento a la lengua catalana (1832) y publicó unas interesantes «Observaciones sobre la lengua catalana».
Una de sus obras más famosas fueron los «Opúsculos gramático-satíricos…» (Londres, 1828), donde quiso hablar de lo divino y lo humano, de gramática y de política, todo ello con la excusa de atacar a su gran enemigo, el clérigo liberal Joaquín Lorenzo Villanueva.
Un hombre complejo, un liberal romántico, heterodoxo, polémico y con un carácter que muy pocos podían soportar. Pero también un intelectual que quizá soñó con equilibrios políticos y culturales que dieran forma y sentido a nuestro país.