“Ex paucis multa, ex mininis maxima (sacar mucho de lo poco, el máximo de lo mínimo)”, dijo Erasmo de Rotterdan en una de sus irrefutables máximas.  Estoy de acuerdo con la idea que expresó el maestro holandés; es cierto que sacar provecho de aquello con lo que uno cuenta siempre dará mejores resultados que dedicarse a divagar pensando en lo que se conseguiría si se tuviera mucho más.

 

Esto viene a cuento de lo ocurrido con algunas fundaciones colegiales alcalaínas de los siglos XVI y XVII. Es curioso observar como en muchos casos estos colegios universitarios surgieron con el fin, aunque puede que escondido tras disculpas intelectuales y religiosas, de ser reflejo de la necesidad de algunas personas de sacar el máximo provecho a la mínima posibilidad de permanecer en el recuerdo de los demás. Dando vueltas a todo esto, se me ocurre que se podría hacer una lista con algunos de los nombres de esas personas que quisieron ser algo pero que al final acabaron por sucumbir al olvido de la fama.

Uno de los primeros casos sería el del doctor Juan Sáenz de Ocáriz. Este canónigo de la Magistral puso a su colegio el nombre de San Juan Bautista, aunque, siguiendo la norma de popularizar la denominación de estas instituciones, se le acabó llamando de Vizcaya, por ser ésta la tierra de procedencia del fundador. Lo fundó en 1563 y lo situó en unas casas de la calle de los Libreros. Su idea fue convertirlo en lugar de estudio para muchachos pobres procedentes del obispado de Calahorra, con preferencia para los de la ciudad de Salvatierra. Pero las cosas no le fueron muy bien y su proyecto chocó con el poco interés existente en la mencionada población por estudiar en nuestra universidad, no pasando nunca de tres el número de sus colegiales.

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El que sigue no crean que tuvo mejor suerte. Se llamó Hernando de Mena y ocupó el cargo de Catedrático de Prima en la Universidad, además de llegar a ser médico de cámara de Felipe II. A pesar de tan importantes ocupaciones, aún tuvo tiempo de probar suerte y fundar, en 1568, un colegio, al que puso por nombre el de los santos Cosme y Damián. Lo mejor de su fundación es que no pudo ser más original: sin pensárselo dos veces, tuvo la ocurrencia de darle vida sólo para que estudiaran medicina tres de sus sobrinos, para quienes compró unas casas en la calle Libreros. Como ven, todo un ejemplo de amor a la familia el del doctor Mena, aunque, como siempre, la injusta adversidad acabó por dar al traste con tan justificada fundación.

Otro candidato a la lista podría ser un estudiante de nuestra universidad, que llegó a ser obispo de Lugo, llamado Fernando de Vellosido. Como los demás, fundó un colegio, al que puso el nombre de san Jerónimo, y lo dedicó a la altruista función de dar cobijo y estudio a 12 estudiantes pobres. Parece que lo de ayudar a redimir la pobreza estuvo muy de moda en la época y hasta se podría hablar de la existencia de ejemplares modelos en este sentido. Desde luego que para el bueno de don Fernando no podía haber otro mejor que el del propio Cisneros, por lo que le quiso imitar y aún mejorar poniendo como condición la preferencia de que cuanto más pobres los colegiales mejor. Le dio constituciones en 1569 y lo situó en la calle de Santiago, esquina a la calle Nueva.

Don Lucas González de Alcides al menos tuvo el gusto de asentar su fundación en uno de los más bellos edificios de Alcalá: el que conocemos como casa de los Lizana. Fue racionero de la Catedral de Sevilla y con toda la lógica fundó su colegio para estudiantes sevillanos, que debían estudiar Teología y Cánones. Le dio el nombre de dos santas mártires de su ciudad, Justa y Rufina, y le otorgó rentas para  que  pudieran estudiar con cierto desahogo 12 muchachos. Pero, una de dos, o los estudiantes despilfarraban demasiado o los dineros dejados por don Lucas se quedaron pronto muy cortos, ya que los “rufinos” (nombre popular que recibían los pupilos del colegio) no tuvieron fama precisamente por su capacidad intelectual y sí por la maña que se daban en discurrir cómo no pasar el día sin tener con que alimentar sus hambrientos estómagos. Siempre fueron pobres de solemnidad, aunque supongo que les pudo servir de consuelo el vivir en esa estupenda casa que les dejó don Lucas.

Pero no todo fueron fundaciones que parecían nacer para pasar adversidades y durar lo justo. Algunas casi rozaron la fortuna del acumular tiempo y prestigio. Por ejemplo, hacia 1611 don Martín Ferrer de Valenzuela, arzobispo de Zaragoza, fundó un colegio que puso bajo la advocación de Santa Emerenciana, aunque pronto se le conoció como el de Aragón, por lo que huelga decir el lugar de procedencia de los 16 estudiantes que en él residían. Lo cierto es que hay que reconocer que su fundación tuvo cierta suerte y fama, estando a punto de sobrevivir a los avatares que hicieron sucumbir a los demás colegio. Alguno de sus colegiales consiguió ocupar altos cargos en el gobierno de su región, aunque éste no fue motivo suficiente para que no desapareciera. Estuvo situado en la calle de Santiago, casi frente al Teatro Salón Cervantes y acabó siendo incorporado al colegio de Málaga.

Y por último, podemos contar para nuestra lista con la figura de don Juan García de Valdemora. Este estudiante de Alcalá, que llegó a ser obispo de Lugo y de Tuy, quiso que su colegio llevara por nombre el de los patronos de la ciudad, Justo y Pastor. Lo asentó en unas casas situadas entre las calles Arcipreste de Hita y Cardenal Tenorio y allí duró 44 años, de 1619 a 1644.

En fin, siendo justos no queda más remedio que reconocer que todos ellos, y muchos otros que aquí no aparecen, al menos tuvieron la suerte de sacar adelante sus proyectos y de ser coherentes consigo mismos. Quizá sólo consiguieron algo de lo poco, pero puede que esa sea una de las mejores fórmulas con las que contamos para conformarnos con lo que somos sin pensar demasiado en lo que pudimos ser. Como especie de epitafio, les dejo con una poesía de Cesar González-Ruano que quiero dedicar al esfuerzo de estas personas que al menos hicieron lo que quisieron hacer:

“Vino, venció. Fue vencido

en lo que quiso vencer.

Escribió, y en el tintero

dejó lo que quiso hacer

por hacer lo que quisieron.

Y se fue.”

 

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