El Gran Teatro del Mundo en las Bernardas de Alcalá de Henares
El año 1999 se representó en la iglesia del monasterio de monjas cistercienses de San Bernardo «El Gran Teatro del Mundo», de Calderón de la Barca. Un momento complicado para la comunidad religiosa, que abandonó su histórica clausura un año después, pero también fue una magnífica ocasión para realzar la belleza, diría yo que enorme, del espacio de la iglesia del monasterio y recuperar una antiquísima costumbre en torno a la festividad del Corpus Christi.
Participé junto con la comunidad cisterciense de Alcalá de Henares en aquella propuesta y les aseguro que fue un momento bellísimo en muchos sentidos. La versión de Teatro Corsario llenó el templo de sutilezas barrocas, lo utilizó bien, consiguiendo que la arquitectura sirviera con tranquilidad a la puesta en escena, dejando hacer a los espacios, las sombras y los matices. En definitiva, dirigiendo el arte arquitectónico hacia los impulsos para los que fue creado en el barroco del siglo XVII: ensalzar la idea religiosa mediante el esplendor y la contradicción de los contrastes físicos e imaginarios.
Recuperar tradiciones, volverlas a olvidar, recuperarlas de nuevo… En fin, todas las posibilidades siguen abiertas y la iglesia de las Bernardas, además, está cada vez más bella y creo que más dispuesta a ser protagonista de tan ilusionantes eventos.
De aquella ocasión, recuerdo este texto:
«Hermosa compostura/ de esa varia inferior Arquitectura,/ que entre sombras y lejos,/ a esta Celeste usurpas los reflejos,/ cuando con flores bellas/ el número compite a sus Estrellas,/ siendo con resplandores/ humano cielo de caducas flores.”
Arquitecturas, estrellas, reflejos, resplandores, lo humano, lo divino… Símbolos y alegorías se van uniendo minuciosa y magistralmente a lo ceremonial y festivo en una de las más bellas teatralidades de la religiosidad en el barroco. El Gran Teatro del Mundo, el auto sacramental más conocido de Calderón de la Barca, se puede sentir como un reto, un sentimiento o, en palabras del propio escritor al definir este tipo de teatro, como “sermones/ puestos en verso, en idea/ representable cuestiones/ de la Sacra Teología,/ que no alcanzan mis razones/ a explicar ni comprender, y al regocijo dispone/ en aplauso de este día”. Porque uno de los aspectos esenciales en la idea de estas composiciones siempre fue el de instruir al pueblo sobre los principales asuntos de la religión.
Pero estamos hablando de otras épocas; momentos de ruindades, injusticias, decadencias pero también de mucha vida. El Barroco, la fiesta, la calle, el teatro, el embuste y, desde luego, Alcalá de Henares. Una de las ciudades que mejor lo representó convertida en el perfecto escenario donde zambullirse en la compleja realidad social de aquellos siglos. Hoy, puede que por primera vez desde su prohibición por Real Cédula de Carlos III de 1765, un auto sacramental, El Gran Teatro del Mundo, va a volver a una iglesia de nuestra ciudad. ¿Volver? ¿Se representó alguna vez en alguno de los templos de Alcalá de Henares? ¿Por qué no?. Desde antiguo cuajó en la ciudad la costumbre de celebrar la festividad del Corpus Christi.
Ya el papa Urbano IV, a partir de 1264, quiso que se celebraran ceremonias en honor de la Eucaristía. Éstas se convirtieron en una de las más exuberantes y escenográficas manifestaciones de la liturgia católica. La fiesta solía comenzar con una misa por la mañana en el interior del templo. Después venía el juego, el teatro, la necesidad de representar sentimientos que hablaban de la exaltación de la Fe. El hombre del Barroco encontró en la festividad del Corpus Christi la perfecta disculpa para desarrollar su sentido de lo lúdico. Engrandeció el ideal de Dios y el de su relación con los humanos y utilizó este sentimiento para justificar su necesidad de gritar, sus ganas de llamar la atención o de buscar la vida en los colores, en lo armónico y en lo más distorsionado. Quizá fue capaz de mostrar a Dios lo más instintivo, primario y natural de sus sentimientos y utilizó la fiesta como metáfora de la propia creación.
Imaginemos la Alcalá de Henares de entonces, miremos desde un balcón abierto de par en par lo que está ocurriendo en la plaza del Mercado. Mucha gente se agolpa queriendo no perder detalle de los prodigios que se presentan ante sus ojos: la gran custodia da cobijo al Santísimo Sacramento que, bajo palio, se prepara para desfilar en dirección a la Magistral. Detrás, agolpados, jugando, riendo y sin parar de moverse, gigantes, máscaras, músicos y danzantes se disponen a seguir a la principal carroza de la procesión. Balcones adornados con reposteros, arcos triunfales en los lugares más representativos. Y todo mezclado con la sensualidad del olor, el color y el ruido: fuegos artificiales que explotan en multitud de colores, acompañando a un desfile que camina por la calle Mayor alfombrada con tomillo, heno, romero y otras plantas aromáticas.
Y luego, al final de ese camino transgresor en busca de Dios, había que mostrar al hombre lo que significaba su relación con el Creador. El auto sacramental pudo significar, por tanto, el final del recorrido en el desfile de la vida. El Gran Teatro del Mundo, en el que el universo se concibe como una gran escena en la que los humanos, siguiendo los dictados del Autor (Dios), deben cumplir con lo establecido y adaptarse al papel que les ha tocado representar: rey, labrador, mendigo…. Y no se podía fallar porque, ya sin sus trajes de representación, todos comparecerían ante el Autor, quien los acabaría por juzgar. Calderón lo irá recordando a lo largo de la obra y constantemente advertirá a sus personajes con la repetida máxima “obrar bien, que Dios es Dios”, haciendo ver que al final todos rendirán cuentas de cómo han actuado en su papel.
Hoy vamos a recordar todo aquello vivido hace siglos representando El Gran Teatro del Mundo en un templo de Alcalá de Henares: la iglesia del monasterio cisterciense de las Bernardas. Y lo cierto es que quizá no haya ningún otro lugar religioso más digno y apropiado para celebrar una representación de este tipo. Su planta oval, su cúpula elíptica, su presbiterio a modo de escenario, sus balcones, sus capillas, todo en ella nos hace recordar un teatro o, mejor, el teatro. Un espacio ofrecido a los ojos asombrados de los espectadores como en aquellos viejos Corrales de Comedias del Siglo de Oro que, como también ocurre en esta iglesia, sólo abrían sus techos a la luminosidad del universo. La magnitud, austeridad y artificiosidad del templo de San Bernardo en Alcalá de Henares ofrecen el más evocador y sincero entorno donde recrear una de las más importantes formas de entender aquel hecho religioso. Momentos de una época donde se mezclaba sin límites lo divino y lo humano, convirtiendo a nuestra ciudad en el más bello teatro del mundo»
Enrique M. Pérez
El Gran Teatro del Mundo se representó los días 29 y 30 de mayo en el Monasterio Cisterciense de San Bernardo a las 21: 30 horas.
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