Un gran poeta de Alcalá de Henares: Salustiano Masó
Cuánto tesón por anular la muerte.
«Mientras existes tú no existe ella…”
Pero ella no se aparta de tu huella
y se asoma a tus ojos para verte.
Ella, Una vasta elegía. (Madrid, 1976)
Y que les voy a decir: es un magnífico poeta, quizá sin querer serlo, como debe ser, ¿automarginado?, puede, pero sin artificio, tranquilo y sólo él.
Y tan lleno de vida, o, mejor, de ganas de buscar la vida, que, al menos a mí me emociona.
Un poeta de postguerra, nacido en 1923 en la calle de la Imagen, junto al actual Museo Casa Natal de Cervantes (en el edificio reconstruido que hoy forma parte del museo, donde, por cierto, se merecería una sencilla placa). Autodidacta, apasionado de la lectura, gran traductor (en 1993 recibió el Premio Mundial Nathorst-Unesco por el conjunto de su obra como traductor literario), poco metódico, como dejándose hacer por la vida.
Nunca ha sentido la necesidad de la vanidad, alejado de círculos, tertulias o famoseo, pero muy cerca de la naturaleza y los libros de otros, de los que se ha dejado llevar, aceptando sentimientos, para conocer a los demás y conocerse, para llegar más allá.
Ha publicado 22 poemarios y 3 antologías (entre ellos «Historia de un tiempo futuro», «Canto para la muerte», «La música y el recuerdo», «Una vasta elegía», «Don de fábula», «Final de partida», La batalla de vivir») y ha recibido numerosos premios como el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández por «Así es Babilonia» (1978), el Premio Nacional de Traducción al conjunto de su obra (1996) o el Premio Poesía eres tú por «Metafísica recreativa» (2010).
Como curiosidad, en 1936 recibió el Premio de literatura infantil por un cuento titulado «El fin de la opresión». Uno de los miembros del jurado fue Miguel Hernández.
Como dice en uno de sus poemas:
Buscadme en mis querencias, tal un soplo de nostalgia glacial,
infinita:
en el tumulto y el color de los mercados, en las nochebuenas y
carnavales de los pobres,
allí donde el vino y la desesperación hagan brotar extrañas voces
jamás escritas,
donde haya un aquelarre sin convocatoria previa, una plática
al sol de visionarios no catalogados;
en todos los discursos políticos silbaré, y dirán: es el viento;
en los desahucios y confiscaciones haré volar las gorras de los
funcionarios;
en el sermón hipócrita seré un zarzal ardiendo; en la velada
espiritista, un largo silencio aterrador.
Y cómo vibraré, carcajada inaudible, cuando un perro cualquiera
levante la pata y haga lo suyo en pedestal de estatua o arco
de triunfo.
Si escucháis un torrente de aguas claras, sabréis que estoy allí,
fantasma en pleno día;
Y si las aguas corren turbias, habrá lágrimas mías con los
derrubios de la tempestad.
Lágrimas de añoranza, pues a pesar de todo era hermoso estar vivo.
Y si quien tenga ojos asiste a un juicio sumarísimo y ve caer al
juez que se dispone a decretar
la pena capital; si ve que cae de pronto sin causa que lo explique,
como cae un borracho, o un títere al que quiebran el hilo, o un
globo que solapadamente pinchan,
sabrá que estoy allí, fantasma inexorable, dañino, subversivo:
sabrá que estoy allí defendiendo la vida.
Volveré. Amor y viceversa. (Jaén, 1976).
Enrique M. Pérez