Los inicios de la Compañía de Jesús en Alcalá de Henares

Durante el siglo XVI la Universidad de Alcalá de Henares se convirtió en uno de los principales puntos de referencia de la cultura europea. La academia complutense emanaba prestigio por todos sus poros, hasta el punto de ser unos de los focos de atracción más importantes para todos aquellos que quisieran participar de las nuevas enseñanzas reformistas que inundaban las aulas de los más importantes centros de estudios europeos.

En este sentido habría que enmarcar el que muchas órdenes religiosas quisieran tener en la ciudad un colegio donde se formasen sus miembros. Dentro de esta corriente hay que situar  la presencia de la Compañía de Jesús en la ciudad, aunque la relación de los jesuitas con Alcalá de Henares, y en particular la de su fundador, tuvo su origen en circunstancias que se escapan del puro hecho universitario. La presencia de Ignacio de Loyola en la ciudad se debió a la necesidad del futuro santo de que sus ideas estuvieran respaldadas por un conocimiento básico de las doctrinas teológicas. Aunque por otro lado, sus ideas,  preconizadoras de una comunicación íntima con Dios, posiblemente no necesitasen de demasiada teoría, aunque sí del prestigio de los estudios alcalaínos. Su llegada a la ciudad fue un tanto llamativa: apareció por la antigua puerta de mártires vestido con un simple sayal o saco. Este hecho provocó que el prioste de la cofradía que dirigía en aquel entonces el hospital de Antezana, llamado Lope de Deza, permitiese que aquel hombre, vestido de manera tan humilde, fuese acogido en el hospitalillo a cambio de cuidar enfermos y de hacerles la comida.

En torno a Ignacio, pronto se formó un grupo de seguidores que, contra viento y marea, nunca se apartarían de las doctrinas del de Loyola. La vida del futuro santo en Alcalá de Henares transcurrió entre estudios, procesos inquisitoriales y episodios anecdóticos, convertidos muchos de ellos por sus contemporáneos en curiosas y hasta cómicas historias. Como ejemplo, recordemos aquella que nos habla de una de las costumbres que más agradaban a Ignacio: la de enseñar el catecismo a los niños en la ermita del Cristo de los Doctrinos. Se cuenta que un día, estando descansando en el patio de la ermita tras la lección, oyó el lloro de una muchacha que se encontraba junto al pozo. Al acercarse, la niña entre sollozos le dijo que al ir a coger agua se le había caído una cantarilla con huevos al suelo. Ante tan dramática situación, que si no se remediaba podía acabar con un ejemplar castigo, Ignacio encontró una fácil solución: recogió lo que quedaba del accidente y junto a la cantarilla introdujo todo en el pozo. Al subirla, resulta que los huevos estaban intactos.

Pero aparte de episodios entre ingenuos y conmovedores, la doctrina ignaciana dejó honda huella en la ciudad, hasta el punto de ser Alcalá de Henares el lugar de la primera fundación jesuítica en España. El año 1545, el padre Francisco Villanueva va a ser el encargado de levantar un colegio de la Orden en la ciudad. Hacía poco que se había fundado la Compañía (1543) y contaba con pocos medios económicos, por lo que este primer grupo de jesuitas se tuvo que conformar con asentarse, gracias a la ayuda de doña Leonor de Mascareñas (aya del futuro Felipe II), muy cerca de la ermita de los Doctrinos, en el lugar conocido como “patio de mataperros”. El sitio era inhóspito y estaba lleno de humedades, además de tener mala fama por estar junto a donde se enterraban a los que morían fuera de la iglesia. Allí permanecieron hasta 1548, año en el que se trasladan a unas casas del librero Atanasio de Salcedo, situadas cerca de la actual plaza de Atilano Casado, donde permanecieron hasta 1550, fecha en la que se trasladan a la actual ubicación.

Después de construcciones provisionales y faltas de grandiosidad, los jesuitas decidieron construir en Alcalá de Henares un colegio que fuera digno del influyente papel que deseaba tener la Compañía en la sociedad española. Así nació uno de los mejores conjuntos monumentales de la ciudad: el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús. Su nombre nos está hablando del valor que dieron los jesuitas a su colegio alcalaíno al otorgarle un título que le hizo ser el más importante de la gran provincia jesuítica de Toledo. Con el tiempo, se convertiría, al amparo de la Universidad, en un influyente centro de estudios filosóficos y teológicos y en un modelo de convivencia entre alumnos y profesores. En él estudiaron hombres tan importantes como el padre Juan de Mariana, autor de la primera historia de España, o Calderón de la Barca y también en él, tras asentarse el  rectorado de la Universidad en el siglo XVII, se graduaría la primera mujer española con un título universitario: María Isidra de Guzmán y de la Cerda.

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