La romanización. Complutum

«La romanización. Complutum» se centra en una de las etapas más apasionantes de la historia de Alcalá de Henares: la llegada de Roma.

La romanización de la Península Ibérica formó parte de un largo proceso en el que debemos inscribir la historia de Complutum. El origen de su nombre siempre se ha relacionado con la presencia romana, aunque también se ha querido ver una procedencia más antigua. En este sentido, se dan varias teorías. Una, la menos posible pero más legendaria, que habla del término griego Kompos-Plutos (campos ricos) como origen del nombre de la ciudad. Otra, la más aceptada y fiable, nos lleva a un origen latino del nombre: Complutum procedería de compluvium, que significa «lugar donde converge el agua», en clara referencia a los tres ríos que se unen en la zona: el Henares, el Camarmilla y el Torote. Una tercera hace derivar el nombre de la ciudad celtíbera de Ikesancom Kombouto, predecesora de la romana Complutum.

En el Cerro de San Juan del Viso se asentaba una ciudad celtíbera, que sabemos que se conoció con el nombre de Kombouto. Esta pequeña población seguramente se vio inmersa en los hechos que provocaron el asentamiento del poder de Roma en el territorio peninsular. Con la llegada de Neo Cornelio Escipión se acabó el dominio cartaginés en la Península. A partir del año 206 a.C., los romanos se vieron libres para conquistar el resto del territorio de lo que sería la nueva provincia de Hispania. La actuación de Escipión estuvo enfocada desde la última etapa de la guerra contra los cartaginenses hacia una política de acercamiento a los jefes indígenas. Esta actitud se vio pronto oscurecida debido a la necesidad romana de conseguir recursos de los pueblos peninsulares a través de tributos y de otros variados procedimientos. El resultado fue una gran rebelión de los habitantes de las dos provincias administrativas en que había sido dividida la Península en el año 197 a.C.: la Ulterior y la Citerior. Para reprimir estas revueltas es enviado Catón, que logró sofocarlas entre los años 195 y 193. La actuación de Catón estuvo enfocada hacia el centro peninsular, tomando Sigüenza y posiblemente estando muy cerca de la ciudad del Cerro de San Juan del Viso, aunque es casi seguro que no se viera  afectada, como prueba el no haberse encontrado indicios de destrucción en este primitivo asentamiento. Esto parece demostrar que hubo un sometimiento pacífico o con poca resistencia de la población a la autoridad romana, lo que permitió que siguiera existiendo como entidad social. El resultado de esta conducta fue un beneficio para ambas partes, ya que Roma se ganaba un aliado en una zona con importancia estratégica y comercial, mientras que Complutum conseguía beneficios económicos y defensivos, transformándose, con el tiempo, en una ciudad romana integrada dentro de la provincia Citerior en el «conventus» Cesaraugustano.

Hacia el 132 a.C., se creó el estatus jurídico de ciudad estipendiaria. Dentro de esta categoría se incluían todas aquellas ciudades que se sometieron a Roma sin apenas resistencia. Los ventajas eran claras, ya que los habitantes conseguían permanecer como personas libres y mantener un alto grado de independencia política y económica. La Complutum del Cerro del Viso estuvo integrada dentro de este estatus, consiguiéndose gracias a él que la ciudad viviera un ambiente de prosperidad en todos los órdenes. Además, no hay que olvidar lo cerca que transcurría la importante vía que unía a Cesaraugusta (Zaragoza) con Emérita Augusta (Mérida) y cómo sirvió para impulsar el carácter comercial de la ciudad. La trama urbana se localizaba en un área muy reducida del Cerro del Viso. Por fotografías aéreas de la zona, se puede apreciar claramente la planta de una ciudad romana. Se han encontrado restos de unas termas desmanteladas y de una cisterna subterránea. La entrada se hallaba en el camino en dirección a Torres de la Alameda. También apareció un tesorillo de 1500 denarios que se escondió cerca del puente Zulema, lo que nos habla de la prosperidad del enclave, aunque también de una cierta inestabilidad al tenerse que esconder el tesoro, posiblemente durante las guerras entre César y Pompeyo (S.I a.C.)

Hacia mediados del siglo I d.C., se empezó a producir un hecho decisivo para la historia de la ciudad: el cambio de ubicación desde el cerro al valle, cerca del río Henares. Las razones para este cambio de asentamiento fueron varias, aunque las más importantes tuvieron un carácter eminentemente económico. Hay que tener en cuenta que en el Imperio reinaba la paz por lo que el emplazamiento en un cerro ya no era necesario. Además, imposibilitaba el desarrollo urbanístico y comercial e impedía el total aprovechamiento de la importante calzada romana que cruzaba la zona. También hubo razones de carácter práctico, como la dificultad de subir agua al cerro o lo incómodo de tener que bajar al valle para cultivar las tierras. Todo esto se vio apoyado por un importante hecho ocurrido el año 74 d.C. Vespasiano introduce en ese año el Derecho Latino en Hispania, por lo que las ciudades de la Península se van a convertir, antes o después, en municipios. La concesión de este derecho significó para los habitantes de Complutum la obtención de grandes beneficios políticos y económicos y que, a partir de entonces, el lugar en el que se asentó la nueva ciudad, en la confluencia entre los ríos Camarmilla y Henares, tuviera un rápido desarrollo en todos los sentidos, convirtiéndose en un importante nudo de comunicaciones y llenándose de villas de carácter agrícola que enriquecieron la zona.

Desde un punto de vista puramente local, el siguiente acontecimiento en importancia que se produjo en Complutum tuvo que ver con la expansión del cristianismo en Hispania. Esta fue lenta y tardía y en un principio, al igual que en el resto del Imperio, solamente se dio en las ciudades y en las capas sociales formadas por esclavos, libertos y comerciantes. La nueva religión no fue muy bien recibida en el jerarquizado mundo romano. Sus ideas, de tipo universalista, ejercieron una importante acción desintegradora en la sociedad tradicional romana, por ejemplo, atacando a la base misma de la cohesión ideológica y política del Imperio al no aceptar el culto al emperador. Esto provocó que, sobre todo a partir del S.III, se dieran persecuciones contra los cristianos. Precisamente fue a partir de este siglo cuando empezaron a aparecer en la Península verdaderas comunidades cristianas organizadas, principalmente en ciudades muy romanizadas, localizadas en importantes zonas comerciales. En este momento, como prueban los cánones del Concilio de Elvira, celebrado a comienzos del siglo IV, el cristianismo había ya profundizado en las más diversas clases sociales, desde prostitutas hasta miembros de las oligarquías municipales. Entre las reacciones que tuvo el Imperio ante estos hechos estuvieron los diversos edictos por los que se prohibía la práctica del culto cristiano.

Uno de los edictos más transcendentales fue el promulgado por Diocleciano (284-305) en Nicodema el año 304. La condena contra los que no abjuraran de su religión era la pena capital. Esto provocó un reguero de mártires por toda la Península que pronto fue aprovechado por las autoridades cristianas para crear importantes centros de culto. Estas persecuciones también llegaron a Complutum y es aquí donde nació el mito sobre dos niños que fueron martirizados en la ciudad en el año 305. Parece ser que el Pretor Publio Daciano ordenó la degollación de estos niños a las afueras de la ciudad en lo que luego se llamó Campo Laudabile. Esto hizo que se aprovechara el hecho para crear con el tiempo un culto en torno a ellos, que fue en aumento principalmente a partir del edicto decretado por Constantino en el 311 por el que se permitía la libertad religiosa.

Una prueba de este culto a dos niños está documentada gracias a la acción de un aristócrata galo cristianizado, llamado Paulino de Nola. Vivió en España entre los años 389 y 393 y se casó con una hispana llamada Teresia. De este matrimonio nació un niño llamado Celso, que murió al poco tiempo y que su padre quiso enterrar en Complutum junto al sepulcro de unos mártires de los que ni siquiera se conocía el nombre en ese momento.

Este posible desconocimiento se demuestra leyendo el Carmen XXX de Paulino de Nola, donde no se hace referencia a cómo se llamaban los dos niños, por lo que es probable que los nombres con los que se conoce a los mártires, Justo y Pastor, les fueran dados después de estos hechos. En este sentido, es muy interesante una obra del poeta hispano Prudencio, titulada Peristephanon y publicada en el año 405, donde en el Himno IV ya sí se hace una clara referencia al nombre de los Santos Niños: “Complutum se gozará en llevar en su regazo la sangre de Justo y Pastor, dos cuerpos, dos sepulcros, dos tesoros.” Lo cierto es que Paulino y Teresia, al enterrar a su hijo junto a los mártires, se convirtieron en precursores de su culto, que se vio incrementado cuando, en torno al 414, el obispo de Toledo Asturio descubrió las reliquias y reconstruyó un «martyrium» o «cella martyris» en el lugar del hallazgo.

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