Caminando por la calle de Santa María de la Rica nos encontramos con el Seminario Diocesano de los Santos Justo y Pastor. Su rehabilitación, llevada a cabo entre los años 1996 y 1997, consiguió revivir, al menos arquitectónicamente, un lugar lleno de historia pero muy desconocido para la mayoría de los alcalaínos: el colegio de Infantes o “Seises”.
Alcalá de Henares, como otras ciudades con colegiata o catedral (por ejemplo, los todavía hoy famosos seises sevillanos), contó con un colegio donde se formaron niños que sirvieron para cantar los diversos oficios litúrgicos necesarios para el culto en el templo. Pero no sólo se les enseñaba música y canto, también este tipo de instituciones consiguieron dar una formación básica a niños pertenecientes a clases sociales sin apenas posibilidades de acceder a la educación. .
La idea de fundar este colegio se la debemos a dos importantes miembros del cabildo de la Magistral que vivieron allá por el siglo XVII. Uno fue el abad José Beno del Rey y otro el maestrescuela (cargo que se dedicaba, desde la Edad Media, a enseñar a los clérigos los rudimentos básicos para cumplir sus obligaciones eclesiásticas) Antonio Escudero de Rozas. Ambos dejaron testamentos en los que promovían tal fundación y la dotaban de rentas para su sustento. Por desgracia no conservamos el testamento de José Beno, pero sí el de Antonio Escudero, muerto el 6 de septiembre de 1668.
Este antiguo colegial del mayor de San Ildefonso dejó ordenado a Diego García de Olalla que crease un colegio, bajo la advocación de los Santos Niños, “en que se críen muchachos que sirban al choro de la Santa Iglesia”, legando mil ducados de renta anual para su sustento. La fundación, debido a problemas jurídicos y de organización de todo tipo, no se hizo efectiva hasta el año 1702.
[pro_ad_display_adzone id=»320″]
El colegio tenía rector, cargo que siempre recaía en el sochantre (encargado del canto en el templo) de la Magistral. En el libro de ceremonias y costumbres de la iglesia quedan bien claras cuáles eran sus obligaciones. Por ejemplo, la de cuidar “de que los Niños del Coro asistan a él, y de que no salgan sin expresa licencia suya; ni ayuden a Misa mientras las Horas”. Es muy curiosa, y hasta simpática, otra referencia a las obligaciones del rector del colegio. En ella se muestra claramente la preocupación del cabildo por la lógica actitud de unos niños que preferían distraerse con todo tipo de juegos a mantener la rectitud y atención necesaria en el riguroso ceremonial del templo alcalaíno: “por la corta edad, y el poco interés que tienen los Seyses en esta Santa Iglesia, y por la necesidad que de ellos hay para el servicio de el Culto Divino, es forzoso, el disimular algunos de sus yerros; y el corregirlos más con amor, que con rigor demasiado, aunque se deben castigar y corregir”. El cabildo de la Magistral quedó como encargado de proteger la institución y de redactar sus ordenanzas.
Estudiaban seis niños internos y otros seis externos, que para ingresar tenían la obligación de saber leer y escribir. Debían ser hijos de labradores o de personas dedicadas a trabajos honrados y residentes en el entorno de Alcalá de Henares. Además de estudiar gramática y canto, asistían todos los días al coro de la Magistral, cantando junto a los músicos de la capilla. El maestro encargado de la música en la iglesia tenía que acudir “cada día a dar lección a los Seyses del Coro, dos horas, una por la mañana y otra por la tarde”.
El colegio tuvo su primera sede en la que fue casa de uno de los fundadores, Antonio Escudero, que estuvo situada en la actual calle de los Seises, cercana a la ermita de Santa Lucía. Los colegiales debían ir vestidos con un llamativo traje que incluía manto, beca y un elegante bonete, todo ello de color encarnado.
La situación del colegio, que desde sus orígenes contó con muchas rentas y donaciones, comenzó a empeorar a principios del siglo XIX, llegando al punto de ser incautados sus bienes por el Estado en 1841, cerrándose el colegio y vendiéndose su edificio.
Parece que la desaparición del Colegio de los Seises dolió mucho al cabildo de la Magistral, ya que en octubre de 1901 decide resucitarlo con igual número de escolares y casi con idénticas funciones. Pero ya el antiguo colegio se había perdido definitivamente, por lo que se decide comprar, tras largas deliberaciones, la casa de la calle de Santa María la Rica. De esta manera, pasó a manos de la iglesia de Alcalá el palacio del marqués de la Salud, un antiguo edificio del siglo XVII con un bello patio de columnas en su interior. La dirección del colegio volvió a recaer en un miembro del cabildo de la Magistral, aunque ya no en manos del abad. Durante esta etapa, llegó a contar con tres profesores. Uno se encargaba de impartir la enseñanza primaria a los doce niños (que debían tener entre siete y diez años de edad) y los otros dos, respectivamente, les daban lecciones de música y canto.
Pero pronto el cabildo de la principal iglesia de Alcalá iba a mostrar una nueva inquietud: la necesidad de que en la ciudad hubiera un seminario menor. Esto hizo que se acabara por sacrificar la antigua institución de los Seises en favor de la formación de los nuevos sacerdotes. El obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá, José María Salvador y Barrera, da autorización para la puesta en marcha, a partir de 1907, de un nuevo seminario, que va a durar en el edificio de la calle de Santa María la Rica hasta 1945, fecha en la que se traslada al Palacio Arzobispal, donde permanece hasta su cierre y traslado a Madrid en 1972.
El edificio pasó en 1960 a Hermandades del Trabajo, que lo utilizó hasta 1979. En 1980, el cabildo de la Magistral lo cede, durante quince años, a los padres Salesianos, con la obligación de que fuera dedicado al apostolado juvenil y de que atendiera el coro de Seises de la iglesia, haciendo renacer en parte la antigua institución de niños cantores. Al finalizar el acuerdo en 1995, el recién creado obispado de Alcalá decide instalar en el viejo edificio el seminario mayor de la diócesis.
Hoy, aunque la limpia voz de estos niños haya dejado de oírse por entre los muros de nuestro más antiguo templo, deberíamos mantener vivo al menos el recuerdo de una de las más bellas tradiciones que formaron parte de la historia de la ciudad.