TRATADO PRIMERO
Esa mañana don Miguel se vistió de domingo. Iba a gastarse mucho dinero y la ocasión bien valía una ropa adecuada, había que quedar a la altura de las circunstancias. Una vez en la calle, comenzó a apretar el paso para llegar cuanto antes al notario; estaba algo nervioso, al fin y al cabo llevaba muchos billetes en el bolsillo y no era para menos.
En la notaría, le esperaban los señores Zabala Martínez de Aragón, propietarios, hasta la fecha, de “la casa de labor sita en esta ciudad que en lo antiguo fue un edificio titulado Colegio Verde en la calle de Libreros…”, según constaba en el libro 56 del Registro de la Propiedad de la ciudad. Tras los protocolarios apretones de mano, don Miguel firmó el contrato, fechado correctamente en 1907, que le hacía propietario del edificio a cambio de 20.000 pesetas. Una vez entregado el dinero, se sintió aliviado al comprobar que su nombre y apellidos figuraban en letra bien visible: Miguel Atilano Casado y Moreno. Su alegría estaba más que justificada ya que acababa de comprar una parte importante de la historia de Alcalá. Aún recordaba aquellas tardes de invierno en las que su padre se dedicaba a contarles una y otra vez viejas historias de los tiempos en los que Alcalá fue importante gracias a su Universidad. Quizá por ello, la compra del antiguo colegio de los Verdes le había hecho sentir tan orgulloso.
Una vez de pequeño, con unos once años, se coló en el interior del edificio. Con bastante dificultad, estaba oscuro y por todas partes había cacharros y cosas de la labranza, consiguió encontrar el patio. Su intención era llegar hasta lo que había sido capilla del colegio, pero, cuando estaba a punto de meterse por una ventana, su imaginación infantil le jugó una mala pasada. De pronto empezó a ver sombras que le parecieron de estudiantes. Le faltó tiempo para salir corriendo, llevándose por delante cuanto encontró en su camino y alborotando de tal manera a los vecinos que acabaron saliendo con palos en busca del causante del estropicio.
TRATADO SEGUNDO
En el día del Señor del año 1730, habiendo considerado la importancia de este nuestro colegio, yo, como parte suya que soy, quiero comunicar a quien interese todas las circunstancias que se conocen sobre su origen y fundación. El tiempo, enemigo de todo aquel que malvive queriendo que nada acabe, hizo que lo comenzado por Fray Francisco Ximénez de Cisneros tuviera continuidad gracias a la grandeza, bondad y caridad de su casa, al haber dejado como vigilantes patronos de la Universidad a los herederos de su hermano Juan. Así, una dignísima descendiente de su familia, doña Catalina Suárez de Mendoza y Cisneros, hija de Alonso Suárez de Mendoza, tercer conde de Coruña, y de Juana Ximénez de Cisneros, que fue, a su vez, hija del referido Juan Ximénez de Cisneros, tuvo a bien fundar este Colegio, que puso bajo la protección de Santa Catalina Mártir. Corría el año de 1586 cuando a los doce días del mes de junio firmó, ante el escribano Juan Fernández, la escritura de fundación, otorgando para su buen funcionamiento una renta de tres mil ducados, pagaderos cada año.
Quiso la fortuna que sus colegiales tuvieran obligación de ir vestido de tal manera que, desde el principio, llamaron la atención por su vistoso manto verde, su bonete negro y su beca rojiza, lo que motivo que se les conociera como “los Verdes”, nombre que vino a servir también para conocer al propio Colegio. Y para que se sepa por todos los que hoy estudian en él, la caridad de doña Catalina hizo posible que, durante ocho años, cuatro estudiantes se dedicaran al estudio de la Teología y doce al de Cánones.
TRATADO TERCERO
Desde entonces, el colegio de los Verdes se convirtió para él en una obsesión. Olvidado ya el ruidoso incidente de cuando era niño, llegó a trabar amistad con un hijo de los propietarios del edificio, relación que le posibilitó el poder conocerlo a fondo. Juntos se dedicaron a descubrir hasta sus más escondidos rincones, esperando a cada paso encontrarse cara a cara con alguno de sus antiguos estudiantes.
Durante sus paseos, frecuentemente le venía a la cabeza todo lo que había leído sobre los Verdes en los viejos documentos que encontró en la biblioteca de su casa. Por ejemplo, sabía que su capilla, convertida en almacén de grano tras la supresión del colegio en 1843, respondía a la manera propia de la arquitectura del siglo XVII. Su cúpula, coronada con una puntiaguda linterna, se apoyaba sobre unas pechinas, decoradas con escudos. ¿A quién pertenecían? No le costó mucho averiguarlo. En ellos aparecían, entre otras, las armas de los Mendoza y los emblemas de la familia de don Fernando de Gamboa y Arteaga, marido de la fundadora. Semejantes lemas heráldicos se repetían en otro escudo que se podían ver a los pies de la bóveda de la iglesia.
TRATADO CUARTO
Pareciendo a doña Catalina que lo mejor para la buena fama de su colegio era dejarlo al cuidado y vigilancia de hombres sabios, quiso que quedaran como patronos los descendientes del conde de Coruña y el abad del monasterio de monjes bernardos sito en esta ciudad de Alcalá. Aún a la hora de su muerte, queriendo mejorar aquello que tanto le importaba, pensó en dejar a su hija doña Juana, tras testar en el año de 1628, como continuadora en los trabajos de reformar y de dotar con beneficios y prebendas al Colegio, considerando que ambas debían aparecer como fundadoras.
La gran caridad de la señora doña Catalina también hizo posible el sacar de la cárcel de Alcalá a presos que estuvieran pagando sus penas por deudas que no superaran los treinta reales, dejando para este fin una dote de trescientos ducados, cantidad que se aumento en otros cien gracias a la bondad de su hija doña Juana.
Y para que se sepa cuan gran y merecida fama llegó a disfrutar nuestro colegio de los Verdes, la necesaria reforma que el doctor García de Medrano hizo en las constituciones de la Universidad, en el año de 1663, para devolverlas a los originales propósitos del cardenal Cisneros, dio a la fundación de doña Catalina nuevo esplendor, haciendo que se le agregasen los colegios de San Justo y Pastor o de Tuy y el de San Juan Bautista o Vizcaínos.
TRATADO QUINTO
Eso de los escudos siempre le había llamado la atención. También encontró otro junto a unos de los pilares de piedra que daban forma al antiguo patio del colegio. Se encontraba bastante estropeado, pero aún se distinguían con claridad las armas del escudo universitario o cisneriano.
Después de muchas visitas al edificio, y a pesar del deterioro que había sufrido debido a su nuevo uso como casa de labor, tuvo la sensación de haber revivido en parte algo de la vieja Alcalá de los estudiantes. Por entre esas desconchadas paredes todavía se escondían muchos secretos y mucha belleza, como, por ejemplo, la conservada por la portada principal. Se había realizado en piedra y con un airoso balcón, sobre el que también campeaba un escudo de la familia de la fundadora.
En su casa seguía leyendo antiguos tratados que hablaban de los Verdes. Se referían a su fundación , a su esplendor – que llegó a ser mucho gracias a la anexión de otros colegios durante los siglos XVII y XVIII- y a su decadencia. Y se propuso que algún día todo aquello sería suyo.
EPÍLOGO
Tras la compra por don Manuel, el Colegio de Santa Catalina Mártir o de los Verdes se transformó en el edificio que todavía hoy conservamos. Hacia 1920, sufrió una profunda reforma que le camufló bajo una estética de tipo regionalista, enfoscando su fachada de ladrillo y trasladando la portada al interior del edificio. Sobre el patio se construyeron habitaciones y la nave de la capilla se dividió, sirviendo la parte más cercana a la calle Libreros para levantar la nueva escalera de acceso a sus tres pisos. Con el tiempo, sus bajos fueron ocupados por comercios y en 1983 se comenzó a edificar una nueva casa en lo que fue su huerta.
A partir de 1988, el arquitecto Juan Carlos Cascales Dader realizó una ejemplar restauración de su iglesia, convirtiéndola en un bello espacio dedicado al ocio y recuperándola para todos aquellos que todavía piensan que los sueños se pueden hacer realidad.
El Colegio de los Verdes está situado en la calle Libreros, esquina a la calle Azucena.
Enrique M. Pérez.