Imagínense una obra de teatro que se repite una y otra vez y que, como introducción, comienza describiendo la personalidad y la importancia de cada personaje. Algo así tengo la sensación de que ha ocurrido muy a menudo a lo largo de la historia de las fundaciones conventuales en Alcalá.

 

Casi siempre se utiliza un mismo argumento, que se cobija bajo unos personajes parecidos, todo ello configurando una acción dividida siempre en los mismos actos y con un final muy semejante. Ya saben, fundadores, patronos, mecenas, reformadores, santos, santas y beatos. Un caso ejemplar sería el del convento de agustinas de Santa María Magdalena: el hilo argumental de su historia es estupendamente teatral. Y por eso les voy a ir presentando a alguno de los protagonistas de tan curioso y perspicaz asunto.

Localización de la acción:

Transcurre en un edificio que se va haciendo a lo largo del tiempo. Empieza siendo un conjunto de casas, que en el siglo XVI se habilitan como lugar de recogimiento para mujeres de dudosa procedencia y luego como convento de agustinas. La entrada, en principio, se ubica en la calle de San Juan de Dios. Más tarde, hacia 1608, nuevas casas y ampliaciones trasladan la entrada a la calle del Gallo, donde, a partir de 1668, se levanta un nuevo templo.

Personajes:

Hermano Francisco del Niño Jesús. Con el tiempo llegaría a ser Beato. Cualquier autor estaría orgulloso de un personaje como éste. Comenzando por su nombre, todo en él va a rezumar misericordia y humildad entendida a la manera cristiana del siglo XVI. Trabaja como enfermero en el hospital de Antezana y no sólo cura las heridas con emplastos y ungüentos, también emplea sus rezos y arengas para dar ánimo y sanar a los enfermos.

Hermano Francisco Cuadro. Cara

Tras el santo contacto con muchas gentes, percibe la mala tendencia de ciertas mujeres a dejarse llevar por el camino del pecado, por lo que decide poner manos a la obra y transformar unas casas que poseía en la calle de San Juan de Dios en un lugar donde recoger a estas damas y llevarlas por la senda debida. Tal tarea le va a dar muchos quebraderos de cabeza, hasta el punto de que tras intentarlo con ahínco y buena voluntad, tiene que desistir de su empeño debido a la poca disposición de tales señoras a dejarse recoger. Pero sin achantarse un ápice acaba decidiendo cambiar el fin de su fundación y dedicar sus casas a la vida religiosa femenina.

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Su empeño va a caer bien entre las gentes de Alcalá, acostumbradas como estaban a la proliferación de estas instituciones en la ciudad, pero pronto surge el problema del dinero y aquí entra en la trama otro de los personajes.

Cardenal Arzobispo de Toledo Gaspar de Quiroga. El papel de este príncipe de la Iglesia va a ser bastante facilón. A lo largo de la obra se va a limitar a representar el papel del poderoso en cuyas manos está el solucionar cualquier asunto, cristiano o no, que le presente alguno de sus hijos espirituales.

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La relación del Cardenal con la acción nace de la queja y posterior proposición del hermano Francisco: las mujeres de mal vivir no acaban de encontrar ventajas en la residencia puesta a su disposición, por lo que pide a don Gaspar ayuda y protección para cambiar el propósito de su fundación y convertirla en convento femenino. Y acepta. Movido por una piedad que se supone no tenía límites, se convierte en patrono del nuevo convento, que debía estar dedicado a la Regla de San Agustín y a la advocación de Santa María Magdalena. Deja una renta para su sustento de 400 ducados anuales y da constituciones a la clausura, aprobadas en 1593. Pero eso sí, para que el propósito del hermano Francisco siguiera vigente, pone como condición: que se siguiera manteniendo el uso como casa de recogimiento.

Monjas. Auténticas protagonistas de la trama. Desde su llegada al convento, y hasta hoy mismo, han dado sentido a la fundación. Al principio, se quejan de la disposición del señor arzobispo Quiroga, que las obligaba a tener que compartir su vida de retiro con mujeres de dudosa procedencia moral. Su queja surte efecto, aunque bastante tarde, y convencen al arzobispo Sandoval y Rojas para que, en 1608, las exonere de tan gran y pesada carga.

Alonso Delgadillo. Es el del dinero. La situación económica de la clausura no era precisamente buena en el siglo XVII y además el edificio, viejo y rehecho a partir de antiguas casas, aguantaba mal el paso el tiempo. En 1620, este buen hombre, siguiendo el consejo de su piadosa esposa, compra nuevas casas y manda arreglar fachadas y rehacer interiores del convento. Se convierte, por tanto, en patrono.

Andrés de Villarán. Otro caballero con dinero y además buen padre. Tiene dos hijas en el convento y no puede consentir que sus retoños soporten incomodidades. Hombre de importancia, del Consejo y Contaduría de Hacienda de su Majestad, paga nuevas mejoras y, lo más importante, financia la construcción de la nueva iglesia del convento, una de las más bellas de Alcalá.

Fray Lorenzo de San Nicolás y Francisco Aspur. El primero, un estupendo arquitecto, traza los planos del nuevo templo. El segundo, maestro de obras, se encarga de hacer realidad la ficción arquitectónica. Las obras comienzan en 1668 y se consagra la iglesia el 13 de diciembre de 1672. No se sabe si a propósito, pero el caso es que idean uno de los edificios más escenográficos del urbanismo alcalaíno: una iglesia de un bello y bien calculado barroco en formas exteriores y perspectivas, que se combina con la armonía decorativa del interior.

Santos. Aunque no forman parte de la acción, dan personalidad al desarrollo de la obra. San Agustín, ejemplo de hombre dedicado al buen vivir sin pensar en limitaciones, se convierte, gracias a su madre santa Mónica, al cristianismo más militante a partir del año 387. Doctor de la Iglesia, magnífico narrador y ensayista, supo integrar en el dogma cristiano lo mejor de la tradición filosófica greco-latina.

En cuanto a María Magdalena (ya ven como todo gira en torno al arrepentimiento) fue hermana del resucitado Lázaro. Muy hermosa, tanto que era una tentación y como tal actuaba. Tras escuchar a Jesús, cambia su actitud y acaba siendo santa. Según la tradición, se traslada a Francia, cerca de Marsella, junto a sus hermanos y se dedica a la predicación. Allí muere y es enterrada. Para los más curiosos: el apelativo de Magdalena le viene de haber recibido en herencia paterna la fortaleza de Magdala, ciudad de Palestina que actualmente recibe el nombre de Migdal.

Y a partir de aquí, la acción de una historia que se desarrolla a lo largo de más de 400 años.

FIN

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