Esta es una historia que acaba bien. Una historia antigua, muy antigua, pero que pervive en unas monjas que siguen luchando por sobrevivir y en el futuro de unos niños y niñas que se educan entre unas paredes llenas de siglos.

Las Juanas, sí, el colegio de la calle de Santiago, aquel que nació en 1955; recuerdos del patio, los juegos, el enfado y las risas de las monjas, algún que otro coscorrón de la época, las carreras de sacos y el comienzo de la vida. Y allí sigue, transformado en un moderno colegio concertado, pero con la misma ilusión de cuando nació hace más de 60 años.

Pero no es cierto, resulta que nació mucho antes, en la época del Cardenal Cisneros, como convento franciscano y colegio de doncellas…

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“Madre, y si además de la doctrina cristiana tuviera a bien permitirme la lectura de la geometría, la aritmética y otras ciencias. Pero hija, no se debe a vuestra condición tales materias pero…, pero sí, podéis, que la inteligencia no está en el género, sino en el alma de las personas. Me llamo María, y, desde mi siglo, quisiera honrar la memoria del colegio de las Juanas. Nunca fue fácil, errores, los hubo, y muchos, casi todos debidos a la manera de entender la vida en cada momento. Nuestra casa, allá por el siglo XVI bien pudiera compararse con uno de esos estuches que en la tradición morisca se denomina taracea.

Iglesia, patios, celdas, habitaciones y aulas se construyeron sobre edificios anteriores, dando nuestro convento y colegio una apariencia un tanto descabalada. Pero bello, lo era y mucho, y luchamos en él por sobrevivir, por romper con lo impuesto, a menudo en secreto y a costa de mucho sufrir. Pero la educación, poder pensar sin la atadura de la ignorancia, merecía cualquier esfuerzo por nuestra parte.

Nuestro colegio llegó a tener fama y fue tanta que hasta ostentó la condición de ser, desde 1543, lugar de educación para huérfanas de servidores reales. Pero el tiempo y la importancia de Madrid como Corte nos obligó a abandonar las paredes del querido convento de San Juan de la Penitencia de Alcalá de Henares. En 1612, Margarita de Austria, esposa de Felipe III, promovió el traslado de nuestra casa al Real Colegio de Santa Isabel de la entonces nueva capital del reino. Y allí siguió, acogido en otro suelo, pero vivo, y allí sigue, convertido hoy en un famoso y valorado colegio en la calle de Santa Isabel de Madrid.

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Pero las monjas, las Juanas, permanecieron en su convento de Alcalá de Henares y sobrevivieron a siglos de cambios, a las guerras y a las novedades que se sucedieron en los tiempos venideros. Ya en el siglo XIX la casa se venía abajo, hasta el punto de pensar en abandonar el noble y antiguo convento.

Quisiera recordar ahora al padre agustino fray Gregorio de Alarcón; él fue quien fundó en el siglo XVI un hospicio de la orden de San Agustín en unas casas de la calle de Santiago de Alcalá de Henares, que más tarde se trasladaría a otras de la calle de Mondragón. Este fue el origen del actual convento de las Juanas. Un gran hombre y mecenas, el arzobispo de Toledo don Bernardo de Sandoval y Rojas, permitió que el viejo hospicio cambiase a colegio universitario.

Y a partir de entonces, se sucedieron muchos cambios, como el traslado de nuevo a la calle de Santiago, el patronazgo de Antonio de Heredia en 1603 o el comienzo de las obras del nuevo colegio convento a parir de 1616.  Bajo la advocación de San Nicolás de Tolentino, los agustinos recoletos permanecieron en él hasta la llamada Desamortización de Mendizábal.

Atesoró fama, honores y magníficas obras de arte, como el lienzo que el maestro Claudio Coello dedicó a la apoteosis o triunfo de San Agustín; la factura de su iglesia sorprendía por su armonía y proporción, con su bella cúpula sobre tambor matizando el cielo de la antigua Complutum.

El siglo XIX fue duro, muy duro. Un siglo de cambios y transformaciones que otorgaron otros usos el antiguo colegio de agustinos, como el que dieron a su huerta los alcalainos, situando allí en 1840 la primera plaza de toros de la ciudad. Muchas historias nuevas se sucedieron desde entonces, como la transformación en casa particular perteneciente a doña Modesta Martínez, la destrucción de la cúpula, recuperada en 2006, y, por fin, el traslado en 1884 de las Juanas desde su arruinado convento de la calle de San Juan.

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Y de nuevo la clausura, comenzar otra vez, recuperar, restaurar, mejorar, cambiar para sobrevivir. Las monjas se llevaron a su nueva casa sus tesoros, sus recuerdos, como el testamento y el valioso bastón del fundador, el Cardenal Cisneros, o las constituciones del monasterio. Llegó el siglo XX y con él también muchos y profundos cambios, aunque sobre todo permaneció la esperanza en el futuro y las ganas de seguir. Y tantas ganas de seguir tuvieron las monjas que en 1955 resurge nuestro colegio, el de las Juanas, y consigue otra vez el cariño y la admiración de muchos alcalainos. Las monjas salieron de su clausura, se arremangaron los hábitos y se pusieron manos a la obra en la difícil tarea de educar.

Nuestra historia, mi historia, acaba bien. Ya sabéis que me llamo María, que viví hace siglos y que fui alumna de las Juanas. Ha pasado mucho tiempo y ya sólo es momento de mirar al futuro, de seguir luchando. Desde 1969, las monjas no se ocupan de la educación de los más pequeños. Hoy, el colegio lleva el nombre de San Francisco de Asís y está a cargo de maestros expertos; un colegio familiar y acogedor donde los niños y niñas se forman siguiendo los consejos de quienes más saben de educar y donde se esfuerzan en transmitir no sólo los secretos de la aritmética o la geometría, sino también los valores de los seres humanos.

Como les decía, una historia que acaba bien, que habla de recuperación, de futuro y de vida. Estoy segura de que el fundador, Cisneros, estaría orgulloso; un orgullo nacido de esa parte de la condición humana que nos hace únicos y singulares: el deseo de educar para ser mejores”.

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