Loado seas mi Señor,

con todas tus criaturas,

especialmente el señor hermano Sol,

el cual es día y por el cual nos alumbras.

(Francisco de Asís).

Hoy el sol se ha levantado radiante. Los primeros rayos tocan el cristal de su celda y acaban acariciando su rostro. Se fija en la luz, sonríe y mira al reloj. Las seis y media. Prepara todo, recoge la habitación, se viste el hábito, la toga… Casi son las siete. Laudes y oración. Después la misa. Luego los comentarios, las pisadas rápidas por el claustro y las risas. Es hora del desayuno. Enseguida el trabajo. Ella se encarga del archivo. Le encanta rebuscar entre viejos libros viejos y papeles amarillos. Desde pequeña, sintió una especial atracción por los libros y recuerda lo nerviosa que se ponía cuando su padre llegaba a casa con una nueva adquisición bajo el brazo. Cuando fue un poco mayor, empezó a acompañarle a las librerías de viejo, y juntos rebuscaban en busca de tesoros que se escondían entre aquellos montones de papel. La una y cuarto. Hay que regresar al coro. Sexta. Es hora de recordar a Cristo en la cruz. Al acabar, en el camino al refectorio, le gusta ponerse algo nerviosa pensando en qué habrá para comer. Disfruta con las sorpresas. Hoy le ha tocado a Sor María leer en voz alta:

 Para todas las cosas hay sazón y para toda voluntad, su tiempo bajo el cielo: Tiempo de nacer y tiempo de morir;

tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado.

… Tiempo de llorar y tiempo de reír;

… Tiempo de buscar y tiempo de perder…

(Eclesiastés 3: 1, 2, 4, 6).

Las cuatro menos cuarto. Nona y corona franciscana. Otra vez a trabajar. Desde hace días, está ocupada en el estudio de los documentos que hablan del origen del monasterio. Una de sus aficiones desde que ingresó en la clausura ha sido tratar de conocer a fondo el lugar donde decidió pasar el resto de su vida. La comunidad nació hacia el año de 1481 como un beaterio, dedicado a Santa Librada, donde profesaba la Orden Tercera franciscana. Se encontraba en la actual calle de los Colegios, casi frente a Santo Tomás. Le resultaba curioso el hecho de que al principio las casas sobre las que se asentó el antiguo convento estuvieran pensadas para convertirse en hospital de peregrinos. Así lo quiso el presbítero Sancho Martínez, pero la falta de dinero hizo que sus albaceas testamentarios solicitasen al arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo de Acuña, que se hicieran cargo de los bienes del fundador las hermanas pobres terciarias de san Francisco. Más tarde, en 1487, el beaterio, por Bula del Papa Inocencio VIII, se trasformaría en monasterio, bajo la advocación de santa Librada, cambio que fue apoyado hasta por la reina Isabel de Castilla. Pronto comenzarían las obras de ampliación y de construcción de un nuevo oratorio, estando todo acabado hacia 1510.

Calle Colegios
Calle Colegios

Las ocho. Vísperas y oración. Suele cenar poco y si puede ser fruta y algo de leche. Desde que se ocupa de la historia de la comunidad, le gusta dedicar el tiempo de recreo a seguir profundizando en sus orígenes. Tras la llegada de Cisneros, el antiguo monasterio de santa Librada iba a sufrir una profunda transformación. El Cardenal, franciscano y Reformador General de la Orden, pide a las hermanas, en 1516, su conversión en Segunda Orden de san Francisco o Clarisas.

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De esta manera se comprometieron a imitar el ideal de Clara, compañera de Francisco y su más firme seguidora en la pobreza, la oración y el amor a los demás. Además, a pesar de la oposición de la entonces madre abadesa, Sor Violante Alonso, Cisneros quiso que el convento se trasladara  lejos de su recién fundada universidad, por lo que les compró unas casas en la parte sur de Alcalá, cerca de donde estuvo la antigua iglesia parroquial de san Miguel.  En 1517, se dio comienzo a la construcción de la nueva iglesia y convento y en 1521 se bendijeron los claustros, terminándose todo hacia 1525. El recién fundado monasterio de santa Clara contó, en aquel momento, con 50 monjas. Desde entonces, la comunidad creció y menguó según las circunstancias y hasta llegaron a tener relación, como las carmelitas de la Imagen, con la familia Cervantes, al haber sido abadesa, entre 1561 y 1567, la Madre Ana de Cervantes, pariente del genial creador de las andanzas de don Quijote.

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El Cardenal Cisneros

A partir de 1651 se iba a producir otro gran cambio. Todo comenzó cuando en 1645 el Barón Jorge de Paz y Silveira dejó mandado por testamento fundar “un convento de Monjas de la Orden de san Francisco de la Observancia que se invocará nuestra Señora de la Esperanza”. Su viuda, Beatriz de Silveira, viendo la gran pobreza en la que vivían las monjas de santa Clara, pidió permiso para su refundación, según la voluntad de su marido. De esta manera los barones de Paz se convirtieron en patronos de la clausura, con derecho a exhibir su escudo en la iglesia y convento y a ser enterrados en la capilla mayor. El 17 de mayo de 1651 se firman las escrituras de fundación, ingresando además en la comunidad la propia baronesa.

Las diez menos cuarto. Completas. Y después, hacia las once, el descanso y el silencio. Siempre le ha gustado la soledad de sus paseos por la huerta y el claustro, y la que encuentra en la intimidad de su celda. Lo que más valora son esos momentos en los que poder sentirse frente a frente con sus más profundas y sinceras creencias. Ya en la cama, le gusta leer hasta que, casi sin darse cuenta, acaba por dormirse. Además del estudio de todo aquello que concierne a la fundación de su comunidad, también le interesa  averiguar todo lo posible sobre la arquitectura y el arte del monasterio. El actual edificio, que hoy cuenta con un solo claustro, llegó a tener dos. Fue trazado, entre 1651 y 1653, por el padre trinitario fray Luis de la Purificación. Al refundarlo los barones de Paz, se tiró el anterior, levantado gracias a Cisneros, aunque se respetó la iglesia, eso sí, transformándola al gusto del siglo XVII. El templo tuvo un estupendo artesonado mudéjar, que fue cubierto con una bóveda de cañón y una cúpula sobre pechinas. Del exterior, desde su llegada le ha llamado la atención el gran escudo del barón de Paz, obra de Manuel Pereira, y esos curiosos contrafuertes semicilíndricos de la iglesia, que la dan un cierto aire de fortaleza.

Monjas franciscanas
Monjas franciscanas

Toda la obra estuvo concluida hacia mediados del siglo XVIII. Y en cuanto a las obras de arte, el monasterio tuvo muchas, pero francesada, Desamortización y Guerra Civil a punto estuvieron de acabar con todo. Una de las pérdidas más dolorosas fue la del retablo. Se encargó en 1642 al pintor Angelo Nardi, quien dispuso un gran lienzo dedicado a santa Clara. Todo se perdió en la guerra del 36, aunque hoy ha sido sustituido por otro moderno, obra de Juan Francisco Martínez, que presenta en su centro la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, patrona del monasterio. Dentro todavía queda un importante patrimonio, como la gran colección de platería litúrgica, lienzos de Alonso del Arco, Lucas Jordán y Juan García Miranda, el magnífico archivo o el conjunto de paños de visita de altar, realizados por las propias hermanas en el siglo XIX.

Al final, el sueño. Hoy se ha dormido pensando en el colegio. Era casi una recién llegada cuando se cerró en 1966. Lo vivió poco tiempo, pero ahora, aunque siempre amó el silencio, echa de menos los gritos y las risas de los niños y niñas que durante 21 años pasaron por las aulas de las Claras.

Y todavía le da tiempo de soñar que mañana seguirá con su trabajo y pondrá en él todo el amor que tiene dentro.

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